La fe
como ÚNICO medio de justicia, no la ley
Rev. Gilberto M. Rufat
Base Bíblica: Gálatas 3:6-18
Introducción
Vivimos dos mil años después de Jesucristo y
todavía existe confusión y discordia sobre qué relación existe entre la ley y
la fe en términos de la salvación. La duda de algunos creyentes sigue siendo,
si somos salvos solamente por la fe. La realidad es que existe división entre varios
sectores del cristianismo y aún fuera de él (judíos mesiánicos). Algunos proponen
que somos salvos sólo por la fe, otros que lo somos mediante la ley, mientras
que unos hacen una mezcla entre ambas.
La carta a los Gálatas nos puede ayudar a
clarificar nuestras dudas, pues la misma fue escrita con el propósito de
aclarar y disipar las dudas que podrían existir sobre cómo ser salvos y sobre
qué base descansa nuestra seguridad de salvación. En la carta a los Gálatas, el
apóstol Pablo hace claro y firme, que los creyentes son salvos única y
exclusivamente por medio de la fe, al recibir el mensaje del evangelio de
Jesucristo. De hecho, el propósito de la carta era el de corregir el mensaje
del evangelio, el que entre los galatienses empezaba a mezclar elementos de la
fe con la ley. De forma que, Pablo se va a asegurar de dejar claro, que el fin
de la ley es llevarnos a Cristo, pues no hay salvación por la ley.
“…el fin de la ley es
Cristo, para justicia a todo aquel que cree.” (Romanos 10:4)
“De manera que la ley ha sido
nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos
justificados por la fe.” (Gálatas3:24)
Ningún judío negará que el padre de la fe judía
es Abraham. Tan importante es este personaje, que es padre de la fe del
Judaísmo, del Islam y del Cristianismo. Por tal razón, Pablo usa el ejemplo de
la justicia o salvación de Abraham para presentar la fe y no la ley escrita (la
Tora) como el medio por el cual éste recibió la salvación, ya que la Tora, le fue
dada a Moisés, cuatrocientos treinta años después de la promesa de Dios hecha a
Abraham.
“Así
Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia.”
Pablo trae el hecho de que la propia ley
escrita (la Tora), establece que Abraham fue justificado, esto es, perdonado
gratuitamente porque le creyó a Dios y que dicha justicia es el más grande
ejemplo de que la justificación sólo puede ser obtenida por la fe, pues desde
el inicio, así fue. El apóstol dice que Abraham le creyó a Dios siendo llamado
por él y esto fue lo único que Abraham hizo, responder al llamado de Dios por
medio de la fe. En la epístola a los Romanos, el apóstol lo presenta de esta
forma:
“¿Qué, pues, diremos
que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham
fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura?
Creyó Abraham a Dios, y le fue
contado por justicia.” (Romanos 4:1-3)
Pablo no tenía la menor duda de que la justicia
otorgada a Abraham por Dios, fue por medio de la fe. Lo primero que debemos
entender es que toda nuestra deuda fue cubierta o pagada por medio de la muerte
de Jesús en la cruz y que la única manera en que los hombres podemos tener una
correcta relación con Dios es a través del perdón que únicamente Dios ofrece en
Cristo Jesús. Es la justicia de Dios la que nos es imputada al momento en que creemos
al evangelio. Esto significa que, el sacrificio de Jesús en la cruz es el saldo
por todos nuestros pecados, pasados, presentes y aún futuros
“Sabed,
por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.”
Note bien que en el Nuevo
Testamento, Pablo (un judío) no dice que los hijos o herederos de la promesa
son los descendientes de Abraham, los judíos, sino los creyentes. Pablo llama a
la iglesia en Galacia a comprender esta verdad, “que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.” La salvación
siempre ha sido a través de la soberana gracia de Dios por medio de la fe. De
manera que, los que responden al llamado de la gracia de Dios, por medio del llamado
del Espíritu Santo son contados como los hijos legítimos o descendiente de
Abraham y no de otra manera.
“Y la Escritura, previendo que
Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena
nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De
modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.”
Nada de lo que Pablo le estaba
enseñando a la Iglesia de Galacia era nuevo. Pablo expone que Dios habiendo
planificado de antemano la salvación de los gentiles, dio anticipadamente a
Abraham la promesa. “…en ti serán
benditas todas las naciones.” De manera que, la fe fuera el elemento común a
todos los que recibirían la justicia de Dios, pues todas las naciones, valga la
redundancia, es interpretado como de todas las naciones, en las cuales estaban
incluidos los gentiles. En otras palabras, que Dios predestinó a los elegidos
de todas las razas desde antes, “de modo
que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.” Observe que nuevamente,
el apóstol señala con toda claridad, que los hijos de Abraham son todos los que
creen, no los que descienden de Israel. En la epístola a los Romanos Pablo deja
este punto sumamente claro cuando afirma:
“No que la palabra de Dios haya fallado;
porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni
por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será
llamada descendencia Esto es: No los que son hijos según la
carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son
contados como descendientes”. (Romanos 9:6-8)
Pablo pasará a argumentar, el por
qué debía ser desde el principio por la fe.
“Porque todos los que dependen de
las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel
que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para
hacerlas.”
La ley nunca tuvo el propósito de
ser un medio de salvación. Así que, los que dependen de la ley, indica Pablo,
se hallarán siempre bajo condenación, pues la propia ley demandaba total
obediencia, no parcial, ni momentánea, en todo tiempo, lugar y circunstancias. La
ley escrita, por la cual algunos creen poder salvarse dice: “maldito todo aquel que no permaneciere en
todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.” La razón es
obvia, la ley demanda toda nuestra obediencia, lo que por causa de nuestra
naturaleza caída es imposible. Pablo deja este otro punto claro en la carta a
los Romanos, cuando dice:
“Porque lo que era imposible para la ley, por
cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de
carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne.”
(Romanos 8:3)
En la carta de Santiago vemos la
imposibilidad de ser salvos mediante la ley o las obras cuando afirma:
“Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero
ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.” (Santiago 2:10)
Santiago está totalmente
convencido de la imposibilidad de la salvación por la ley. No se trata de
tratar, pues la ley escrita (la Tora) demanda total y absoluta obediencia
a Dios, ¿por qué? Porque el fin o propósito
de la ley es llevarnos rendidos a Cristo, el aceptar nuestra pecaminosidad, no
el de presumir de santidad.
“Y que por la ley ninguno se
justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá.”
Pablo también sostiene en su
argumentación que el Antiguo Testamento señala el hecho de que el que es
llamado justo, puede serlo únicamente a través de la fe. Observe a cualquiera
que crea que puede ser salvo por la ley, sean cristianos o judíos mesiánicos,
entre otros y siempre, no importa el enchape de santidad que parezca tener,
verá a una persona orgullosa en sí misma, prepotente y arrogante y que su
tendencia será en ver a los demás por debajo de sus hombros. El profeta Habacuc bien lo dijo cuándo expone:
“He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece;
mas el justo por su fe vivirá.” (Habacuc 2:4)
El orgullo no puede ser parte de
aquel que ha sido rescatado de su miseria, de su pecado. El evangelio sigue
siendo la comunicación de la gracia de Dios, a través de un mendigo a otro.
“Porque por gracia
sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
9no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9)
Además Pablo añade:
“y la ley no es de fe, sino que
dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas.”
Ahora el apóstol presenta otro
argumento, la ley no nos llama a creer, sino a obedecer, por tal razón, no
puede ser un medio para alcanzar la salvación. La ley dice; “El que hiciere estas cosas vivirá por
ellas.” La ley no nos llama a creer en ella, sino a obedecerla. Nuevamente,
el argumento de Pablo es que nadie podrá salvarse a través de la ley, pues
nadie puede vivirla a perfección.
“Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito
todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la
bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos
la promesa del Espíritu.”
El apóstol nos lleva a la
conclusión de toda su argumentación, al establecer que la propia muerte de Jesús
en la cruz confirma la imposibilidad de alcanzar la salvación por medio de la
ley. La única manera de salvación es mediante la redención en Cristo y esto,
por medio de la fe. Sólo Jesús pudo cumplir a perfección la ley, para que a
través de su muerte, tanto judíos como gentiles pudieran ser alcanzados mediante
la promesa hecha a Abraham. Los creyentes, al igual que Abraham, reciben la
salvación y beneficios del pacto mediante la sola fe en Cristo Jesús.
“Porque
lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado,
condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se
cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu.” (Romanos 8:3-4)
Pablo sabía que algunos
inmediatamente argumentarían sobre dónde quedaría la ley. Por tal razón, les
dice:
“Hermanos, hablo en términos
humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida,
ni le añade.”
Recordemos que la promesa fue
hecha a Abraham por medio de la fe, cuando aún no existía la ley como los
judíos la recibirían a través de Moisés. Pablo amplía su argumentación sobre la
salvación por la fe, estableciendo la firmeza del pacto, el cual nadie puede
pretender cambiar. Intentar cambiarlo es adulterar el pacto y es precisamente
lo que hacen sin entender algunos cristianos y judíos mesiánicos.
“Ahora bien, a Abraham fueron
hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si
hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.”
Pablo también aclara que la
promesa no fue dada a todas las simientes, como si hablase de todos los
descendientes de Abraham, sino a su simiente, estableciendo que es una, la cual
es Cristo. De manera que, todos los creyentes en Cristo son salvos a través de
la fe, así como Abraham fue salvo porque le creyó a Dios. Por consiguiente, todo
creyente es hijo de Abraham, y heredero conforme a la promesa.
“Esto, pues, digo: El pacto
previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos
treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa.”
Pablo expresa que Dios no alteró
la promesa hecha a Abraham por medio de la ley escrita, la cual como hemos
mencionado, fue entregada a través de Moisés 430 años después. Pablo señala que
nadie puede invalidarla, ni cambiarla, la cual es dada por medio de la fe a
todos los que creen (vea el verso 15, nuevamente). De manera, que el verdadero
propósito de la ley no era conducirnos a la salvación mediante la misma (la ley),
sino mediante Cristo, ya que todos somos culpables de violarla. Lo único que la
ley puede hacer, es demostrar nuestra incapacidad de poder agradar a Dios mediante
la misma y de evidenciar nuestra pecaminosidad. La ley entonces, no alteró el
plan de Dios y por ende, la promesa, sino que ratificó la importancia de hallar
la justicia por la fe.
“Porque si la herencia es por la
ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la
promesa.”
La conclusión final de Pablo es
que la salvación no puede ser por medio de la fe y de la ley, pues la promesa fue hecha y concedida únicamente mediante
la fe.
“¿Luego la ley es
contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada
pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. Mas
la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en
Jesucristo fuese dada a los creyentes.” (Gálatas 3:21-22)
Tratar de cambiar el pacto o la
cláusula del pacto, es predicar un evangelio diferente y peligroso, pues Pablo
le llama un evangelio anatema, esto es, maldito. Cuidado con intentar adulterar
por conveniencia o por ignorancia el evangelio, pues como Pablo afirma,
“Estoy
maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia
de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro,
sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de
Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare
otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como
antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea
anatema.”
Cuidado con desechar la gracia de
Dios en Cristo, siguiendo un evangelio diferente.
“no desecho la gracia
de Dios; pues si por la ley fuese la
justicia, entonces por demás murió Cristo.” (Gálatas 2:21)
Bendiciones…
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