domingo, 19 de enero de 2014

¿Existe la posibilidad que un creyente sea condenado?


¿Existe la posibilidad que un creyente sea condenado?

Rev. Gilberto M. Rufat


Base Bíblica: Romanos 8:1
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”
Pablo finalizó el capítulo siete de la carta a los Romanos, estableciendo la imposibilidad humana en poder satisfacer la demanda de la ley de Dios. Lo que a su vez, vuelve a demostrar nuestra culpabilidad, por cuanto todos pecamos (Ro.3:23). Sin embargo, también dejó claro, que era necesario el fin de la ley, a modo de dar paso a la gracia de Cristo. Para esto, el apóstol hizo uso de la analogía matrimonial, mediante la cual según la ley, una vez muerto el marido de una mujer, la misma quedaba libre. De forma que, si se unía a otro, no podía ser considerada adúltera.

“¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera. Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.” (Romanos 7:1-6)

Ahora, el creyente está unido a Cristo y no a la ley. Por consiguiente, la ley no puede reclamar nada sobre el creyente, pues ha cambiado de esposo. El propósito de la analogía del matrimonio es enseñarnos que pertenecemos a Cristo. Por consiguiente, la ley ya no puede reclamarnos, ni condenarnos. Al mismo tiempo, los que son salvos mediante la gracia, no pueden ser considerados adúlteros en términos teológicos.

“porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.” (Romanos 10:4)

Por esta razón, Pablo comienza el capítulo ocho aseverando categóricamente, que quien ha recibido la salvación en Cristo no puede ser condenado. La razón como hemos visto, descansa en que los creyentes no sólo le pertenecen a Cristo, sino que viven por causa del Espíritu Santo de Dios. Por ende, no viven conforme a la carne (por sus propias fuerzas o virtud), ni conforme a la ley (por obediencia a la misma), ya que viven por causa de la gracia mediadora de Jesucristo. Algunos creyentes parecen no entender, que de todas maneras, nada podrían alcanzar mediante la carne y mucho menos mediante la ley (Ro.7), pues la salvación es sólo por la fe.

“sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.” (Gálatas 2:16)

La palabra “sabiendo” tiene la connotación de algo que ya deberíamos saber y entender. De modo que la ley siendo cumplida en Cristo, ya no tiene dominio sobre el creyente. La Biblia es sumamente clara, en que una vez pagada la deuda producto de nuestro pecado, nada hay que se le pueda reclamar al creyente. El apóstol Pablo en Colosenses 3:13-16 lo testifica de esta manera:

“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo”.

¿Incluía Pablo en la frase “todos nuestros pecados” los pecados futuros? Sí. Nuestras viejas y futuras obras no nos salvan, sino el llamado eficaz y la gracia regeneradora del Espíritu Santo sobre la base del sacrificio de la cruz, mediante la cual fueron borrados todos nuestros pecados, no algunos.

“nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5)

“Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.” (Romanos 4:6-8)

Algunos interpretan “los que no viven conforme a la carne” de manera equivocada. Presumen que Pablo dice que los que reciben la salvación son los que no viven haciendo cosas malas, pues para ellos quien peca, no puede salvarse. El problema consiste en que a lo que aquí se refiere, no es si el creyente cuando peca puede perder su salvación, sino a la imposibilidad de que alguien que haya recibido la salvación pueda perderse. Pablo deja claro, en la carta a los Romanos que la salvación es un acto otorgado por Dios al creyente, sin la mediación de mérito humano alguno. Dios no puede perder lo que es suyo.

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.” (Juan 10:27-30)

Además, si la interpretación fuera que la salvación está condicionada a vivir sin pecado, entonces no sería por gracia, sino por obras, lo cual el apóstol ha demostrado que es imposible en el capítulo anterior, Romanos 7. “Vivir en el Espíritu” significa el acto del llamado eficaz de Dios en la vida del creyente, mediante el cual nace de nuevo, a modo de ser sellado como propiedad de Dios, mediante la morada del Espíritu Santo en él.

“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.” (Efesios 1:13-14)

Pablo comenzó estableciendo en Romanos 8:1 “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. De ahí que ningún creyente pueda jamás perderse, ni por pecado, ni por la ley, ni por circunstancias, entre otros. Por tal razón, Pablo finaliza el capítulo 8 asegurando tal imposibilidad, ya que el amor de Dios por nosotros es incondicional.

“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:29-39)

¡Gloria a Dios!

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