martes, 6 de mayo de 2014

Una generación que se niega a crecer y su impacto en la iglesia contemporánea


Una generación que se niega a crecer y su impacto en la iglesia contemporánea
por: Rvdo. Sugel Michelén

Hasta hace relativamente poco tiempo era generalmente aceptado que la vida del hombre se dividía en dos grandes etapas: la niñez y la adultez. Y aunque se entendía que un joven de 13 años, por ejemplo, no debía asumir las responsabilidades de uno de 20, aún así se le trataba como un adulto en formación, que podía comenzar a asumir ciertas responsabilidades conforme a su edad.

Pero en 1904 el educador y psicólogo Stanley Hall publicó el primer tratado que se conoce hasta la fecha en que se señala la adolescencia como una etapa particular del desarrollo humano que se encuentra justo en el medio de estas dos etapas, y donde el muchacho no es ni una cosa ni la otra. Por otra parte, y debido a sus creencias evolucionistas, Hall también enseñó que cada generación debería ser superior a la anterior y consecuentemente experimentar un rompimiento con las generaciones que le preceden. Lo que esto significa, en palabras más sencillas, es “que la rebeldía es el destino de la juventud”, como alguien ha señalado. Se supone que esa es una parte natural y positiva del desarrollo humano.

Alrededor de esa misma época en que Hall publicó este estudio fueron aprobadas un conjunto de leyes para proteger a los niños del trabajo duro al que muchos eran sometidos, y gracias al Señor la educación escolar vino a ser obligatoria. Estas leyes fueron uno de los grandes avances de la civilización occidental. Lamentablemente eso contribuyó a que los muchachos fueran asumiendo cada vez menos responsabilidades y convirtiéndose cada vez más en consumidores pasivos; un problema que se fue agudizando en la medida en que el mundo comenzaba a girar alrededor de estos adolescentes consumistas.

Piensen por un momento en la industria del entretenimiento – el cine, la música, la TV, los video juegos; la mayoría de estas cosas giran en torno a las preferencias del público adolescente. Hay una percepción generalizada de que los años de la adolescencia son una especie de vacaciones antes de entrar a la siguiente etapa en la que debemos comenzar a actuar como adultos responsables.

El asunto se ha complicado todavía más por el surgimiento de una nueva categoría, que algunos han bautizado como “adultecentes” o kidults en inglés; una extraña mezcla de muchacho y adulto al mismo tiempo. En un artículo de la revista Time se describe a los adultecentes como hombres y mujeres hechos y derechos que “todavía viven con sus padres; visten, hablan y fiestean como cuando eran adolescentes; saltando de trabajo en trabajo y de cita amorosa en cita amorosa, divirtiéndose pero dirigiéndose al parecer hacia ningún lado”. Se trata de una generación que se resiste a crecer.

Terri Apter, psicóloga de la Universidad de Cambridge, los describe como adultos que se quedan “en el umbral, a las puertas de la adultez sin atravesarla”. Si la adolescencia es una edad para divertirse, ¿por qué no extenderla lo más que podamos? ¿Por qué tenemos que concluirla arbitrariamente al terminar el bachillerato o al cumplir los 20 años de edad?

Por supuesto, esta mentalidad ha tenido y está teniendo un fuerte impacto en la iglesia de nuestra generación, sobre todo en sus ministerios destinados a los jóvenes. He aquí algunas ideas que se han filtrado en muchas iglesias como producto de esta novedosa perspectiva.

A. “Mientras más fragmentado o ‘departamentalizado’ mejor”:

En vez de ver la iglesia como un cuerpo, compuesto por personas que provienen de diferentes trasfondos y que se encuentran en distintas etapas de la vida, ahora se divide en departamentos para poder suplir las necesidades e intereses de cada uno. Y aclaro que no tengo ningún problema en que la iglesia trate de llenar las necesidades específicas de ciertos grupos, como suele hacerse en la Escuela Dominical, por ejemplo.

Pero el énfasis de la iglesia debe estar en la integración de todos los que componen esa comunidad, no en la segregación. Dios diseñó la iglesia para que funcione como una familia, y las familias no funcionan segregadas en grupos de interés. Nuestros jóvenes necesitan aprender las Escrituras, e interactuar con los más maduros, porque sólo de ese modo podrán beneficiarse de la experiencia que dan los años y ser de ayuda a su vez a los que vienen detrás.

B. “Para que el ministerio de jóvenes sea eficaz debemos entretenerlos”:

Esta es una idea que ha calado profundamente en muchas iglesias en las últimas décadas. Como se asume que la juventud quiere diversión y no responsabilidad, hagamos todo lo posible por mantenerlos entretenidos. Y no es que yo piense que hay algo de malo en que un joven se comporte como un joven (comp. Ecl. 11:9-10). Pero lo que Dios usará para salvar a nuestros jóvenes es lo mismo que Él ha prometido usar para salvar a los adultos: el poder del evangelio (comp. Rom. 1:16; Lc. 16:27-31).

Y de igual manera, lo que mantendrá a los jóvenes perseverando en la iglesia y poniendo sus dones en operación no son las actividades entretenidas, sino la pasión por nuestro Señor Jesucristo (2Cor. 5:14-15).

C. “No debemos tener altas expectativas con respecto a la vida espiritual de los jóvenes”:

Esa es otra de las cosas que no se expresan abiertamente, pero que me temo está presente en el trasfondo de muchas de las actividades y programas que se preparan para los jóvenes: “Siempre que se mantengan viniendo a la iglesia, participando del programa de jóvenes, y alejados de los vicios, es suficiente”. Cuando entendemos que desde la adolescencia los jóvenes deben ser tratados como adultos jóvenes, veremos que nuestras expectativas deben ser más altas.

Escuchen lo que dicen dos adolescentes al respecto: “¿Por qué los hombres y las mujeres jóvenes del pasado eran capaces de hacer cosas… a la edad de 15 ó 16 que muchos de 25 a 30 años no son capaces de hacer? La respuesta es que la gente hoy mira a los teenagers a través del lente moderno de la adolescencia – una categoría social de edad y comportamiento que habría sido completamente extraña… no hace mucho tiempo”. Y no es que tengan problemas con el término “adolescente” o “teenager” en sí mismo. Ni aún con el hecho de acepar que se encuentran en una etapa de crecimiento y maduración. “El problema que tenemos – dicen ellos – es con el entendimiento moderno de la adolescencia que permite, alienta, y aún entrena a la gente joven a permanecer aniñados por más tiempo del necesario”. Y no olviden que eso lo dicen dos adolescentes.

Cuando vamos a las Escrituras, el mensaje de estos dos muchachos parecen coincidir más con la mente de Dios que el de muchos expertos de la conducta humana en el día de hoy (el libro de Proverbios está escrito para jóvenes que aún están en casa con sus padres, pero se les trata como adultos jóvenes; comp. también Tito 2:6-8). La Biblia solo parece reconocer dos etapas en la vida: la niñez y la adultez, como decíamos al principio. Eso está implicado en estos dos textos de la primera carta de Pablo a los corintios: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1Cor. 13:11). “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1Cor. 14:20).

D. “Un ministerio de jóvenes debe estar centrado en actividades y programas”:

La iglesia de hoy parece adicta a las actividades y programas, como si allí se encontrara la solución para todos sus problemas. Y no es que estemos en contra de las actividades, ni mucho menos en contra de los programas; pero erramos al pensar que allí está la solución, y erramos todavía más cuando sobrecargamos la iglesia con un montón de programas y actividades en los que usualmente están involucrados las mismas personas. Si algo debemos mantener claro en nuestras mentes es que ninguna iglesia puede ser fortalecida a menos que esté centrada en Cristo y en Su Palabra, no en programas y actividades (comp. Col. 2:1-10).

E. “Un ministerio de jóvenes debe enfocar primariamente asuntos juveniles, aquellos temas que inquietan a los jóvenes en general”:

Y una vez más debo decir que ciertamente nosotros debemos suplir las necesidades de aquellos a quienes ministramos. Pero no olvidemos que no siempre las personas colocan sus necesidades en el orden correcto de importancia. Más aún, la mayoría de las veces las personas colocan en la categoría de necesidad lo que desean o les resulta atractivo, no lo que realmente necesitan. Escuchen lo que Pablo dice al joven pastor Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2Tim. 4:1-4). Muchos de nuestros jóvenes no pondrían la sana doctrina como parte de sus necesidades primarias, pero Dios nos ha revelado en Su Palabra que esa es una parte esencial de nuestra madurez y nuestro crecimiento en gracia (Ef. 4:11ss).

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