“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Romanos 8:28)
A priori, todo parece indicar que es el amor de los hijos de Dios, el que hace que todas las cosas sean encaminadas a bien. No obstante, nadie puede llamarse a sí mismo, lo único que podemos hacer es responder al llamado. Sin embargo, aún nuestra respuesta es obrada por la gracia y la obra del Espíritu Santo. De manera, que los creyentes no viven a la expensa de sus decisiones, ni del devenir o del destino; el creyente vive por la gracia de Dios. Por tal razón, en todas las cosas que le acontecen, Dios obra y provee para que su voluntad en ellos se cumpla.
Note que la razón de tal garantía descansa, no en nuestra entrega y vida espiritual, sino en el llamado. Dios no prometió que no atravesaríamos por situaciones difíciles, oscuras o la muerte, lo que sí nos dijo es que estaría con nosotros todos los días y hasta el fin del mundo.
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