viernes, 22 de agosto de 2014

Aprendiendo a vivir con el Espíritu Santo

Aprendiendo a vivir con el 
Espíritu Santo 
Rev. Gilberto Rufat 

Base Bíblica: Romanos 8:1-27


Introducción 

La Biblia nos llama a vivir una vida agradable a Dios, sin embargo, ésta sólo puede ser alcanzada si aprendemos a vivir en comunión con el Espíritu Santo. Algunos, erróneamente asocian el vivir en el Espíritu con alguna doctrina carismática o pentecostal. No obstante, la doctrina sobre el Espíritu Santo y su obra en el creyente es fundamental para comprender la vida cristiana.

Cuando nos referimos a vivir en el Espíritu, hablamos del control de éste sobre la vida del creyente. Dicho de otra forma, de ser dirigidos por el Espíritu Santo y no por los apetitos de nuestra naturaleza pecaminosa que está viciada “…conforme a los deseos engañosos.” (Efesios 4:22). Dios en su Palabra enseña que cuando éramos hijos de ira como los demás, vivíamos por la carne, éramos influenciados por el mundo y estábamos bajo la potestad del príncipe del aire, Satanás. (Efesios 2:1-3) Por otra parte, en Cristo, el creyente ha sido “librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo.” (Colosenses 1:3)


En Romanos 8, Pablo presenta la única manera en que podemos vivir siendo agradables a Dios, viviendo por medio del Espíritu. Pero, ¿no es suficiente con Cristo? ¿Por qué debemos aprender a vivir en el Espíritu? Veamos algunos aspectos a considerar:



I. La carne no puede sujetarse a Dios.

Aunque Cristo (el Hijo) es la base de nuestro perdón y la reconciliación con Dios, no obstante, el Espíritu Santo es el agente regenerador y vivificador en la vida del creyente. La realidad es que en nuestra naturaleza humana, no podremos agradar a Dios, por cuanto la carne no puede sujetarse a lo establecido por Dios. A continuación, dos razones fundamentales:

   1) La carne es esclava y está viciada con el     

        pecado.

La Biblia expone que somos llamados pecadores no porque pecamos, sino que pecamos, porque somos pecadores. El problema del pecador no reside en sus malas acciones, las decisiones o las circunstancias que le rodean, sino que el mal es el resultado de su propia naturaleza, producto de la caída (Génesis 3) y de vivir, por ende, en rebeldía contra Dios. Pablo lo presenta de la siguiente manera en Romanos 8.

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.” (Romanos 7:14)

“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne...” (Romanos 8:3)

“Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne… (Romanos 8:5)

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:7-8)

Cuando nos referimos a la carne, la Biblia se refiere a ella, como los deseos propios de la naturaleza humana pecaminosa, los cuales son descritos en Gálatas 5:19-21.

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”

   2) La ley no tiene poder sobre la carne.

Como la naturaleza del pecador está habituada o esclavizada al pecado, la ley, aunque santa, justa y buena, sólo puede señalarle el camino de la justicia, pero no puede hacer que el pecador pueda vivir una vida justa delante de Dios. Lo que esto significa es que la ley no provee al pecador del poder para poder serle agradable a Dios. Por tal razón, la ley como dice un refrán conocido, sólo puede llevar el caballo al río, pero no puede obligarlo a beber agua. La Biblia lo expresa de la siguiente manera:

“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:3-4)

“Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios.” (Hebreos 7:18-19)

II. El creyente debe despejarse de toda condenación pasada.

Si no entendemos que hemos sido reconciliados por medio de Cristo, a través del perdón de nuestros pecados, viviremos bajo un espíritu de condenación, que nos mantendrá alejados de una vida de intimidad con Dios. El creyente en Cristo ya no está bajo condenación, pues ha sido justificado completamente (esto es, totalmente perdonado). El creyente no es un mero pecador para Dios, ya que su relación con Dios en Cristo es de hijo. Observe la manera en que Pablo lo presenta en la carta a los Romanos.

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Romanos5:1)

“por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:2)

“…Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” (Romanos 7:25)

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús...” (Romanos 8:1)

Debemos superar el trauma del pecado, pues en Cristo, ya hemos sido perdonados y además, hemos sido adoptados como hijos. Jesús le dijo a sus apóstoles que enviaría al Consolador y que podrían depender y confiar en él. Sin embargo, nuestra relación con él se verá afectada, si sólo nos vemos como pecadores. Ahora, si el reconocer nuestra debilidad nos lleva, como debería ser a depender del Espíritu Santo, nuestra debilidad se convertirá en nuestra mayor fortaleza, el camino a una vida en el Espíritu.



III. El creyente debe aprender a pensar en el Espíritu.

Nuestras acciones, metas, aspiraciones y decisiones, entre otras, no se dan en el aire, sino que son el resultado de cómo pensamos y de cómo vemos el mundo que nos rodea (esto es, nuestra cosmovisión). Por tal motivo, la Biblia nos llama a renovar nuestro pensamiento o la manera de pensar, pues si nuestra vida ha de cambiar, nuestros pensamientos deben cambiar primero.

“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22-24)

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)

En Romanos 12:2 se nos dice, que nuestra manera de pensar debe ser cambiada de manera tal, que podamos entender y vivir en la buena voluntad de Dios, que es agradable y perfecta. 



IV. El creyente debe entender que vive por el Espíritu Santo de Dios.

La obra de la salvación en el creyente es iniciada por la obra del Espíritu Santo y continúa en él y por él. Por ello, Dios nos selló con su Espíritu para que vivamos por él. El apóstol lo expone en Romanos cuando asevera:

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Romanos 8:9-11)

Nuestra vida está ligada a Dios Espíritu Santo. Debemos entender esta verdad, ya que, el amado Espíritu Santo es más que un poder, un don, una capacitación o una unción en nuestra vida, es Dios mismo viviendo en nosotros, tal como lo prometió. 



V. El creyente debe permitir que el Espíritu tome el control de su vida.

La tarea del creyente consiste en rendir su voluntad, de manera voluntaria a la obra del Espíritu Santo de Dios. Pero, tristemente muchos se hallan resistiéndole (Hechos 7:51), contristándole (Efesios 4:30) y algunos, asegura Pablo, le apagan (1Tesalonicenses 5:19) en sus vidas.

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu.” (Efesios 5:18)

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.” (Gálatas 5:16)

“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” (Gálatas 5:25)

Jesús le comunicó a sus discípulos en los capítulos 14 al 16 del evangelio de Juan, que debían dejarse guiar por el Consolador (el Espíritu Santo) después de su partida. Vemos en el capítulo 15 de dicho evangelio, que les mandó a vivir en total dependencia, pues de ello, dependería su vida espiritual y el fruto que llevarían. Es necesario entender que no hay sustitutos para una vida en el Espíritu. 



VI. El creyente debe aprender a descansar en la obra del Espíritu.

La obra de la salvación no se inició porque usted tomó una decisión, sino porque Dios decidió en la eternidad salvarle. Por consiguiente, el resultado total de nuestra vida como creyentes, nunca ha descansado en nosotros, sino en el plan y el propósito de Dios. Por lo que todo lo que el creyente necesita se encuentra en la obra del Espíritu Santo. Él mismo es la gracia de Dios en nosotros, es quien nos hace fuertes en nuestra debilidad.

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Romanos 8:14-17)

Pablo presenta que aun el Espíritu Santo intercede por nosotros ante el Padre, pues a pesar de que presentamos nuestras oraciones a Dios, no sabemos pedir como conviene.

“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.” (Romanos 8:26-27)

Sólo a través de una vida en el Espíritu Santo, obtendremos lo necesario para continuar hacia adelante y poder cumplir con el llamado de Dios como hijos (Hechos 1:8). Recuerde que Dios no depende de usted, por cuanto el llamado es a aprender a depender en él.


Conclusión

Nuestra vida cristiana inició en Dios, pues no pudo haber comenzado de otra manera, debido a la condición pecaminosa en la cual nos encontrábamos. Fue el Espíritu Santo (Dios) quien obró en nuestra vida para poder recibir la gracia y mediante la fe en Cristo, recibiéramos la salvación a la cual Dios nos habría de llamar conforme a su predestinación. Por ende, el Espíritu Santo no sólo es el iniciador de la obra de la salvación, sino que él mismo es nuestra garantía (las arras) de nuestra total y completa redención. Éste ha venido a ser morada en nosotros para tener una relación personal con él. Ningún creyente podrá seguir hacia delante ignorando la importancia de la obra del Espíritu Santo en su vida personal. Según en el Antiguo Pacto, los Israelitas dedicaban toda su vida a buscar vivir por la ley, ahora, en el Nuevo Pacto somos llamados por Dios a vivir en lo que Pablo llama en la carta a los Romanos, la ley del Espíritu de vida, que no es otra cosa, que aprender a vivir en el espíritu, mediante una relación con el Espíritu Santo de Dios.

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