“Así
que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para
la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados
reciban la promesa de la herencia eterna.” (Hebreos 9:15)
La carta
a los Hebreos deja claro que con la muerte de Cristo se inició el Nuevo Pacto.
El autor de Hebreos lo expone de la siguiente manera: “Al decir: Nuevo pacto,
ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está
próximo a desaparecer.” (Hebreos 8:13)
El fin
del Antiguo Pacto fue profetizado en Jeremías 31:31-34. Ya que, el mismo (el
Antiguo Pacto) fue añadido hasta que llegase la simiente (Cristo) a quien fue
hecha la promesa en el pacto de Dios con Abraham. El punto que debemos entender
es que cuando Dios bendijo a Abram y a su simiente, la promesa fue recibida por
la fe de éste y no por la ley, pues la misma no existía. Creo necesario en este
punto que consideremos el pasaje de Gálatas 3:16-18 a fin de traer luz en dicho
asunto.
“Ahora
bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las
simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la
cual es Cristo. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado
por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después,
no lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es
por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante
la promesa.”
Por
ende, el Antiguo Pacto siempre fue temporero, sin embargo, algunos líderes en
desconocimiento, lo han hecho eterno, a pesar que la palabra de Dios dice: “Queda,
pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia
(pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor
esperanza, por la cual nos acercamos a Dios.” (Hebreos 7:18)
Los
creyentes en Cristo vivimos bajo la seguridad del Nuevo Pacto. Uno, no basado
en nuestra disposición y entrega a Dios, sino uno basado en la entrega y en la disposición
de Cristo de interceder por los hijos que Dios le dio (Hebreos 2:13).
Pastor
Gilberto Rufat
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