sábado, 22 de febrero de 2014

Estudio Bíblico de Romanos 12

Estudio Bíblico de Romanos 12 
Rev. Gilberto M. Rufat

 "1Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”

V.1 Cuando realizamos que la misericordia de Dios en nuestra vida es contraria a lo que merecíamos y que somos privilegiados, nuestra actitud, por decirlo de alguna manera, cambia con relación a Dios. De manera que Pablo llama a los creyentes, después de haber dejado claro que eran privilegiados por haber alcanzado misericordia y que debían disponer sus vidas como una ofrenda y sacrificio ante tan grandioso e inmerecido amor de Dios.


En 2Corintios 5:14-15, Pablo presenta un pensamiento similar: “14Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. La vida del creyente ha de ser una respuesta al amor de Dios.

En Gálatas 2:20, el apóstol lo expresaría de la manera siguiente: “20Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.


Pablo creía que no existía una mayor devoción a Dios que el entregarse en sacrificio, esto es, alma y cuerpo y que tal culto no debía ser emotivo e irracional, sino racional, por causa de haber sido escogidos para misericordia.


A todas luces, parece ser que la fe y la religiosidad de muchos actualmente tiene que ver más con el sistema nervioso, que con lo que Cristo significa para ellos. Así como los judíos, quienes habían hecho de la tradición y de la ley su culto, algunas iglesias hacen del centro de su culto la llamada adoración, que parece ir más dirigida a las masas que a Dios. Mientras otras, prefieren la predicación humanista centrada en el potencial y desarrollo humano y no en la humillación, la entrega y el servicio a la soberana voluntad de Dios.


Me pregunto, ¿cuándo entenderemos que el culto se centra en Dios y no en nosotros? Sólo Dios es el objeto de nuestra adoración. No buscamos un culto para acondicionar nuestra naturaleza caída, haciendo lograr que nos sintamos bien viviendo en pecado, sin ningún tipo de compromiso y de responsabilidad hacia Dios. Un culto en el cual la exaltación a Dios no es central, es más bien, uno teatral. Nuestra entrega, humillación y sometimiento a la soberana voluntad de Dios no son opcionales, sino medulares, si hemos de disfrutar de la buena voluntad de Dios.


Quien fuera mi pastor, el Rev. Carlos Cortés me enseñó que “la vida del creyente ha de ser una respuesta al amor de Dios, pues después de todo, es lo único que podemos hacer.” Pablo creía que no existía una mayor devoción a Dios que el entregarse en sacrificio, esto es, en alma y cuerpo al servicio a Dios y que tal culto, no debía ser uno meramente emotivo e irracional.


¿Qué es un culto racional?


1- Un culto racional es uno centrado en el reconocimiento de la inmerecida misericordia de Dios.


2- Un culto racional es uno en el cual la ofrenda y el sacrificio a Dios es nuestra propia vida.


3- Un culto racional es uno en el cual nada se hace por emoción o religiosidad, sino con intencionalidad, entendimiento y gratitud a Dios.


“2No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”

V.2 La verdadera entrega a Dios mediante Cristo implica abandono y rechazo de nuestra antigua manera de vivir, de ahí que debían ser transformados. Los creyentes son llamados a vivir a la manera de Cristo, pero, ¿cómo podemos vivir de una manera diferente, estando acondicionados al pensamiento del mundo? La respuesta es renovando el entendimiento. En Efesios 4:22-24 la Biblia dice:


“22En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24).


No existe posibilidad de vivir en nuestros deseos, caprichos, ilusiones, sueños y planes entre otros y vivir en la voluntad de Dios. El abandono sincero de nuestras malas actitudes debe evidenciarse. Por tal razón, las escrituras dicen:

“8Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. 9No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, 10y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:8-10).

En la medida en que nuestro entendimiento es transformado por la palabra de Dios, mediante la obra de su Espíritu Santo, comenzamos a ver y a vivir la vida de una manera diferente. La obra de Dios Espíritu Santo es medular en la transformación, es por él que somos cambiados y es en él que somos llamados a vivir en el Espíritu. En la carta a los Gálatas, el apóstol Pablo instó de la manera siguiente:


“16Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. 17Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. 18Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. 19Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 20idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. 22Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:16-25).


Los creyentes somos llamados a rechazar el estilo de vida del mundo, a ser transformados mediante el entendimiento y a procurar la santificación como estilo de vida, pues solamente así disfrutaremos de la buena voluntad de Dios. De forma tal que hacer la voluntad de Dios no es algo que debemos pedir con una oración, a no ser que de lo que hablemos es del valor para vivir y mantenernos en ella, pues hacer la voluntad de Dios, según el apóstol, es algo que descubrimos en nuestra lectura diaria y en nuestro culto racional a Dios. No podremos descubrir la voluntad de Dios, si no descubrimos lo que dice su Santa Palabra.


“3Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”

V.3 Si todo lo que somos y seremos es en virtud del amor de Dios y no de ninguna obra que hayamos hecho, por consiguiente, debemos ser humildes. No hay cabida para el orgullo en el cristianismo; allí hemos sido perdonados por gracia, nadie debe ni puede sentirse grande ante otros y en ninguna manera ante Dios, pues la humildad debería ser una actitud propia de los elegidos. Los creyentes somos llamados a vivir conforme a la fe y a no medirnos por la fe, la cual después de todo, también es un regalo de Dios.


“4Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función 5así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”

V.4-5 Todos los creyentes pasan a ser no únicamente parte del árbol o planta de Dios como habló Pablo en el capítulo once, sino que forman parte del cuerpo de Cristo, su iglesia. Note que dice un cuerpo, los judíos y los gentiles son partes del mismo cuerpo, no son cuerpos diferentes. Ahora todos los llamados al cuerpo, son constituidos en miembros capacitados para ejercer diferentes funciones espirituales (dones) dentro de la iglesia.


“6De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; 7o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; 8el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría”

V.6-8 Ni aún los dones son nuestros, pues ni los poseíamos, ni los ganamos. Los dones son capacidades de orden espiritual, otorgadas a los creyentes por el Espíritu Santo para el desarrollo y edificación de la obra de Cristo, a través de su iglesia. Observe que aunque el cuerpo es uno, hay diversidad de dones. Pablo no pretende el hacer una lista completa de todos los dones que reciben los creyentes. Pablo desea que los creyentes se percaten de la diversidad de operaciones del Espíritu, a fin de estimular a cada uno al desarrollo de los mismos. Todos somos llamados a dar fruto, según el don que hayamos recibido. Dios no nos llama a presumir de lo carecemos, sino a ejecutar el don o los dones que poseemos por gracia.


“9El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. 10Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”

V.9-10 Por encima de cualquier manifestación espiritual, siempre lo más importante será el propósito, la intención o la razón real por la que actuamos. No hay mayor virtud en la vida cristiana que el amor y mayor testimonio que la manifestación del amor. De ahí, que el amor sea sin fingimiento, lo cual presupone que el uso de los dones es para la edificación del creyente. Los dones manifiestan nuestro amor al prójimo y a Dios.


“31Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente. 1Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1Corintios 12:31 y 13:1-3).


Para que el don cumpla su propósito debe ser guiado por el amor. Los creyentes deben apoyarse y sustentarse, pues el avance y crecimiento de otros debe ser el gozo de todos y su desdicha, nuestra tristeza.


“11En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”

V.11 Pablo exhorta a los creyentes a no ser perezosos, sino diligentes, fervientes en el Espíritu. Los creyentes no han de perder de perspectiva de a quién sirven. Todo lo que lo que los creyentes hacemos debemos hacerlo para el Señor y no para los hombres.


“12gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; 13compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad”

V.12-13 Los creyentes deben permanecer juntos en la esperanza de salvación a la que fueron llamados, constantes en la comunión y la oración, compartiendo como hermanos y practicando la hospitalidad. Nuestro testimonio debe evidenciarse con las relaciones. Nuestro cristianismo tiene que demostrarse en cómo nos ocupamos de los demás.


“14Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis”

V.14 El reto mayor lo enfrentamos cuando somos llamados a perdonar y aún a hacer el bien a aquellos que nos maltratan o maldicen. No era considerada una virtud el perdonar, pero dentro del pueblo de Dios debe ser constituida como un acto de obediencia a Dios y un acto de humildad, pues nosotros no sólo fuimos perdonados, sino que todavía pecamos. El creyente ha de considerar siempre que juicio sin misericordia se hará para con todo aquel que no tenga misericordia y que con la misma vara con la que medimos, seremos medidos y aún más, pues será el Juez Justo a quien tendremos todos que dar cuentas.


“15Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”

V.15 El creyente debe gozarse con la bendición de otros y no sentir celos, debe llorar y consolar a los que padecen necesidad, enfermedad y persecución, entre otros. El contentamiento cristiano es una virtud de un creyente maduro.


“16Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión”

V.16 Los creyentes no deben creerse sabios en su propia opinión, sino que deben permanecer juntos en humildad, viviendo bajo el consejo de Dios. La realidad es que la humildad es una virtud a cosechar en nuestra vida plagada de orgullo y autosuficiencia.


“3Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; 4no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros (Filipenses 2:3-4).


“17No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres”

V.17 Los creyentes han de procurar en todo lo que hacen y emprendan, el beneficio de los demás. Una característica muy propia del egoísmo es que todo lo medimos sobre la base de nuestro propio beneficio. Sin embargo, Dios nos llama a velar y a hacer las cosas en favor de otros. La Biblia no solamente nos insta a no hacer el mal, sino a hacer todo el bien que queremos que nos hagan. El cristianismo, por ende, no puede ser pasivo, sino que debe ser activo, en beneficio de la iglesia y la sociedad.


“18Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”

V.18 Debemos procurar la paz y con más tesón cuando la misma depende de nosotros. El creyente no debe ser iniciador, ni alentador, ni sustentador de conflictos.


“19No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor 20Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza 21No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”

V.19-20 Los creyentes hemos de confiar en el cuidado y en la protección de Dios. Todo el bien que podamos hacerle a otros, somos llamados a realizar, también sobre aquellos que nos han causado mal. Dios demanda que hagamos el bien y dejemos los resultados en manos de él.


V.21 Somos llamados a no rendirnos ante la adversidad, sino a entender que existe un poder mayor, el del amor. El amor y no el odio, es la clave para una apropiada proclamación y posible restablecimiento de cualquier relación.

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