La Salvación en el Antiguo Testamento
(Fundamentos
de la Fe Cristiana, Tomo II, Parte II-8)
DE LOS COMENTARIOS QUE HEMOS HECHO EN EL ESTUDIO PRECEDENTE
sobre la ley, debería resultar evidente que una persona podría ser salva en el
período del Antiguo Testamento de la misma manera en que una persona puede ser
salva hoy en día. Es decir, la persona que vivió antes del tiempo de Cristo
habría sido salvada por la gracia mediante la fe en un redentor que había de
venir, del mismo modo que en la actualidad una persona es salva por la gracia
mediante la fe en el redentor que ya vino. Los hombres y las mujeres del
Antiguo Testamento miraban hacia el futuro, hacia Cristo. Nosotros tiramos
hacia el pasado. Fuera de esta diferencia, la base de la salvación es idéntica.
Los sacrificios del Antiguo Testamento apuntaban hacia el futuro, hacia Jesús.
Sin embargo, si se le preguntara a un cristiano común (ni
qué decir de una persona que no sea cristiana) cómo era que las grandes figuras
del Antiguo Testamento eran salvadas, es posible que contestara
equivocadamente. Por ejemplo, algunos creen que las grandes figuras del Antiguo
Testamento se salvaban por ser judíos. Este punto de vista se basa en el
entendimiento que las promesas de Dios a Israel fueron dadas a Israel en forma
colectiva; es decir, incluyendo a todos y cada uno de los descendientes de
Abraham. Encuentran la base bíblica para esta afirmación en pasajes tales como
Juan 4:22, donde Jesús le dice a la mujer de Samaria que "la salvación
viene de los judíos". Además, este punto de vista era compartido por la mayoría
de los judíos en los tiempos del apóstol Pablo, como está evidenciado por el
tratamiento que él hace de este tema en Romanos 9. También es compartido por
muchos judíos contemporáneos y por un número considerable de cristianos. ¿Pero
todos los judíos son salvos? O para plantearlo de una manera más estricta,
¿todos los judíos habrían sido salvos antes de la venida de Cristo? Tanto el
Antiguo como el Nuevo estamento contradicen esta idea.
Otro punto de vista erróneo, pero quizá más extendido, es
que las figuras de Antiguo Testamento fueron salvas porque fueron fieles a la
ley. Por supuesto este punto de vista no explica como Adán y Eva, o Abraham y
Sara, o muchos otros que vivieron antes de que la ley fuera entregada, fueron
salvos, pero sí se acomoda al deseo fundamental y tan humano de lograr la
propia salvación. Los hombres y las mujeres fervientemente desean ser salvos
haciendo algo por sí mismos. En realidad, la propia ley los está condenando.
Por último, algunos podrían decir que las figuras del Antiguo
Testamento fueron salvas por cumplir con los sacramentos; es decir, por cumplir
con los sacrificios y otros ritos especificados en el código levítico. Como la
salvación consistía en el significado de los sacrificios, este punto de vista
está más cercano a la verdad, si bien no es del todo completo: porque la
salvación no provenía de los sacrificios, como tampoco proviene del bautismo ni
de la Cena del Señor.
El
caso de Abraham
¿Cómo
eran salvadas las figuras del Antiguo Testamento? El
apóstol Pablo se tuvo que enfrentar con aquellas personas que creían que los
judíos eran salvos por nacimiento, cumpliendo la ley, y observando los
sacrificios, o por alguna combinación de estos tres elementos. Pablo les
contestó enseñándoles que la salvación es siempre por gracia, no por obras de
ninguna clase; y por lo tanto la salvación en última instancia se trata de la
elección soberana de Dios.
En Romanos 4, Pablo dedica un capítulo entero para mostrar
cómo Abraham, el padre de la nación judía, había sido salvado por la fe, sin la
ley. Pero si bien esto está mostrando el camino de Dios para la salvación, no
está respondiendo a la pregunta de por qué Israel en su conjunto no estaba
respondiendo al ofrecimiento de Dios en Cristo. Israel había recibido las
promesas de la venida del Cristo y tenía los sacrificios, que señalaban hacia
él. Israel debería haber creído. Sin embargo, cuando los primeros predicadores
del evangelio presentaron su mensaje, aparentemente Israel rechazaba al
Salvador, mientras que los gentiles, por el contrario, estaban creyendo en el
mensaje. ¿Por qué? ¿Acaso Dios estaba abandonando a su pueblo? ¿El camino para
la salvación se había modificado? Pablo contesta estas interrogantes en el
capítulo 9, primero negando que los judíos fueran salvos por nacimiento. En
todo lugar señala que algunos no fueron salvos mientras que otros sí lo fueron.
Hablando espiritualmente dice: "porque no todos los que descienden de
Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos (o
sea, hijos espirituales)" (Ro. 9:6-7). En segundo lugar, muestra que sólo la
selección soberana de Dios produjo la verdadera simiente de Abraham.
"...no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que
los que son hijos según la promesa son contados como descendientes" (Ro.
9:8). Por lo tanto, los judíos se salvaban en el período del Antiguo Testamento
y se salvan hoy en día de la misma manera que los gentiles; es decir, por la
gracia de Dios concentrada en la obra de Cristo en el Calvario.
¿Quién
era Abraham antes de que Dios lo llamara? No era un judío en el sentido
nacionalista posterior, si bien había de ser el primero de la nación judía.
Cuando Dios llamó a Abraham, él era simplemente uno de los miembros de un gran
número de semitas que habitaban el antiguo cercano oriente, la mayoría de los
cuales adoraban a los ídolos. Abraham descendía de una de estas familias. Por
lo tanto, fue salvo no porque tuviera algún supuesto mérito propio (como si
hubiese buscado a Dios, ya que no lo hizo) sino porque Dios lo eligió para la
salvación.
En varios pasajes de la Biblia se hace mención a la elección
de Abraham por parte de Dios. Josué, por ejemplo, le habló a todo el pueblo,
recordándoles acerca de su pasado pagano, como Dios los había liberado de ese pasado,
y la obligación que ahora tenían de servirle. En una parte de su discurso,
Josué se refiere a Abraham en estos términos:
Y dijo Josué a todo el pueblo:
Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro
lado del río, esto es Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños.
Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la
tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di Isaac. A Isaac di Jacob y
Esaú. Y a Esaú di el monte de Seir, para que lo poseyese; pero Jacob y sus
hijos descendieron a Egipto. Y yo envié a Moisés y a Aarón, y herí a Egipto,
conforme a lo que hice en medio de él, y después os saqué... Ahora, pues, temed
a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los
dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en
Egipto; y servid a Jehová. (Jos. 24:2-5, 14)
Estos versículos nos muestran claramente que Abraham fue
elegido por Dios de entre unos antepasados paganos, y que tanto él, como Taré y
Nacor adoraban a dioses falsos.
Isaías expresa lo mismo: "Oídme, los que seguís la
justicia, los que buscáis a Jehová. Mirad a la piedra de donde fuisteis
cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham
vuestro padre, y a Sara que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo
lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué" (Is. 51:1-2). No hay nada en sus
antepasados que podría haber recomendado a Israel. La salvación siempre es por gracia.
En otros lugares en sus escritos, Pablo niega que Abraham
haya sido salvado por haber guardado la ley o haber observado los sacramentos.
Nos muestra que Abraham vivió alrededor de cuatrocientos treinta años antes de que
la ley fuera entregada (Gál. 3:17), y que Dios lo declaró justo mediante la fe
antes de haber recibido el rito de la circuncisión (Ro. 4:9-11).
Se podría argumentar que si bien el llamado de Dios a
Abraham fue por gracia "Después de todo, Dios tenía que comenzar por algún
lugar"), más adelante la salvación fue por descendencia física. Se podría
concluir, entonces, que los descendientes de Abraham eran salvos. Pero esta
opinión es justamente la que Pablo está argumentando en contra cuando le
escribe a los Romanos, y que contesta específicamente en el capítulo noveno.
Los judíos en los días de Pablo decían que ellos tenían una relación especial
con Dios porque eran físicamente descendientes de Abraham, pero al pensar de
esta manera estaban pasando por alto el hecho de que Abraham había tenido más
que un hijo. Isaac, el hijo de la promesa de Dios, fue uno de los hijos de Abraham.
Pero antes que naciera Isaac había nacido Ismael. ¿Qué pasaba entonces con
Ismael? Es evidente que Dios había elegido a Isaac y no a Ismael, aunque Isaac
era menor; y así estaba demostrando que la salvación es el resultado de la
libre elección de Dios y que (no importa lo que pensemos sobre este asunto) resulta
evidente que no otorga los mismos privilegios a todos.
Sin duda estaban quienes argumentaban que el caso de Isaac
no era prueba suficiente para probar la posición de Pablo. Isaac era el hijo de
Abraham y de Sara, por lo tanto ambos padres eran judíos; sin embargo, Ismael era
el hijo de Abraham y Agar, la criada egipcia de Sara. Ismael era mestizo; por
lo tanto, Pablo no podía probar que la salvación no se transmitía por
nacimiento. Pablo les responde haciendo referencia a la siguiente generación.
En esta generación, en el caso de los dos hijos de Isaac, Jacob y Esaú, Dios
hizo su elección entre los hijos de la misma madre judía. Y, además, para que
nadie introdujera el asunto de la edad como un factor, ambos hijos eran
mellizos. Pero todavía más, para que nadie pudiera argumentar que la elección
se basaba en el carácter o las opciones morales de los hijos, Dios anunció su decisión
cuando los niños todavía estaban en el vientre de Rebeca; o sea, antes de que
cualquiera de ellos tuviera la oportunidad de hacer o elegir nada. Pablo escribe
sobre esta generación: "Y no sólo estos, sino también cuando Rebeca
concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían
hecho aún ni bien ni mal), para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras sino por el que llama, se le dijo: El mayor
servirá al menor" (Ro. 9:10-13).
La clave de este argumento es que la elección de quienes
habían de recibir la bendición de la salvación descansa únicamente en Dios, en
aquel tiempo como en la actualidad. Dios le da vida a quien él elige.
Mirando
hacia el futuro redentor
Sin embargo, al decir que los judíos del período del Antiguo
Testamento eran salvos por la selectiva gracia de Dios, del mismo modo que los
gentiles son salvos hoy en día, sólo estamos presentando una faceta de todo el cuadro.
Si bien la elección es la causa que inicia el proceso de salvación, es
únicamente eso. Todavía quedan pendientes otras interrogantes: ¿En qué se basa
Dios para salvar a los infieles? ¿Cómo puede Dios perdonar el pecado? ¿Puede
Dios justificar a los infieles y todavía seguir siendo justo? La importancia de
estas preguntas nos conduce a la importancia que la muerte de Cristo tenía
incluso para las figuras del Antiguo Testamento. El apóstol Pablo se refiere a
este punto al menos en dos oportunidades. En su primera completa afirmación del
evangelio, Pablo habla de la manifestación de la justicia de Dios por medio de
Cristo. Primero, la justicia es "para todos los que creen en él" (Ro.
3:22). Las palabras sugieren el ser vestidos con esa justicia, o el que esa justicia
ha sido depositada en nuestra cuenta, como en un banco.
En segundo lugar, el argumento de Pablo es que la justicia
de Dios se ha manifestado por la muerte de Cristo. Antes de los tiempos de
Cristo, Dios había salvado a numerosas figuras del Antiguo Testamento por su
elección. Pero todavía eran pecadores, entonces, parecía como si Dios estaba
pasando por alto su pecado, lo que no estaba bien. Podríamos simpatizar con la
decisión de Dios de perdonar, pero nuestra simpatía no hacía que estuviera
bien. ¿Qué de la justicia? ¿Qué con el pecado? Estas interrogantes se dilucidan
por la manifestación de la justicia de Dios por medio de Jesucristo. Es sobre
la base de la muerte de Cristo que Dios había estado perdonando los pecados
durante todo ese tiempo, si bien esta muerte todavía no había tenido lugar.
Cuando ocurrió, el misterio quedó solucionado y se pudo apreciar que Dios era
justo.
Pablo expresa esto cuando escribe sobre aquellos que habían
sido "justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que
es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en
su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su
justicia, a fin de que él sea justo, y el que justifica al que es de la fe de
Jesús" (Ro. 3:24-26). La causa que inicia la salvación es la gracia
gratuita de Dios pero la causa formal es, y siempre ha sido, la muerte del
mediador.
El segundo pasaje importante en el que Pablo escribe sobre
este asunto es Gálatas 3, donde Pablo se basa en Abraham para mostrar que la
salvación es por gracia por medio de la fe en el Señor Jesucristo. En este
pasaje, Pablo menciona tres cosas: que Abraham fue salvo por creer en Dios (vs.
6); que lo fundamental de su creencia era que Dios había de enviar un Salvador,
que era Jesucristo (vs. 16); y, que la obra de Cristo había de ser una obra de
redención (vss. 13-14).
Algunos pueden decir: "¿Esto realmente quiere decir que
las figuras del Antiguo Testamento estaban anticipando la futura venida de
Cristo y eran salvas por la fe en él, de la misma manera que en la actualidad nosotros
miramos hacia la venida de Cristo en el pasado y somos salvos cuando creemos en
él como nuestro Salvador? ¿Cómo podían creer en él? Todavía no había venido.
Las profecías sobre su venida eran vagas, no eran muy claras. Incluso los
propios discípulos de Cristo tenían una idea errónea de su ministerio, creían
que era un Mesías político (Hch. 1:6). ¿Cómo es posible esperar que la mayoría
de las personas tuviera una idea correcta? ¿Cómo es posible que alguien pudiera
ser salvo mediante la fe en un redentor que había de venir?
Una respuesta posible a estas preguntas es que evidentemente
muchos no esperaban la venida de Cristo y por lo tanto no fueron salvos.
Resulta evidente que de las muchas personas que se encontraron con Cristo cara
a cara más adelante, la mayoría no fueron salvas. Un día sus enseñanzas atraían
a las masas y estas lo alababan, pero al otro día estaban gritando que lo
crucificaran. En los tiempos de Cristo, como en todos los períodos de la historia
del Antiguo Testamento, los que fueron salvos constituyeron un remanente.
Una segunda respuesta es que evidentemente había distintos
grados de comprensión. El fundamento de la fe de los que tenían alguna clase de
entendimiento era que se reconocían como pecadores necesitados y se volvían a
Dios en busca de salvación. Todos los que sinceramente se presentaban con un
sacrificio por su pecado estaban confesando eso.
Una respuesta completa a estas preguntas, sin embargo, va
más allá de cualquiera de éstas. Sobre la base de la más completa evidencia
bíblica podemos decir que muchos creyeron. Y, además, que sin duda comprendían mucho
más de lo que nosotros creemos que comprendían.
Hay evidencia de esto a lo largo de todas las Escrituras.
Cuando Adán y Eva pecaron en el huerto de Edén, Dios se les acercó para
convencerlos de su pecado y conducirlos al arrepentimiento. Cuando los cubrió
con las pieles de unos animales, que sin duda él había matado, ya estaba anticipando
la futura muerte de Cristo, quien había de ser muerto por el Padre para que
todos los pecadores pudieran vestirse con su justicia. Dios prometió enviar un
redentor, diciéndole a Satanás: "Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y
entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le
herirás en el calcañar" (Gn. 3:15). Resulta claro que estas palabras no se
referían simplemente al temor generalizado que los humanos sienten por las
serpientes, como algunos teólogos modernos podrían interpretarlas, sino que se
están refiriendo a la venida del Mesías que había de vencer a Satanás y
destruir su poderío. Sobre esta venida es que se basaba la salvación de la
maldición del pecado. Esto fue lo que entendieron Adán y Eva. Cuando nació su
primer hijo, lo llamaron Caín, que significa "Aquí está" o
"Adquirido", dando así testimonio de su fe (aunque equivocada) en que
el prometido había venido.
Ya hemos visto el caso de Abraham con respecto a su elección
para la salvación por parte de Dios y su propia fe personal en el redentor que
había de venir. Pero todavía no hemos considerado el versículo que posiblemente
sea el más importante sobre este tema. En Juan 8:56, Jesús dice: "Abraham
vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó".
Una manera de entender este versículo, de difícil
interpretación, es suponer que Jesús quería decir que Abraham en ese tiempo
estaba vivo en el cielo (o en el Paraíso), regocijándose en el ministerio de
Cristo. La dificultad con esta interpretación es que lo que se está discutiendo
en Juan 8 no es la continuidad de la conciencia de Abraham después de la muerte
sino la preexistencia de Cristo. El versículo 58 dice: "Antes que Abraham
fuese, yo soy". Si Cristo hubiera querido decir que Abraham todavía estaba
vivo y se gozaba en el nacimiento y el ministerio de Cristo, hubiera resultado
más natural usar la forma verbal presente para estos verbos (“Abraham se goza
al ver mi día; lo ve, y se goza"). Parecería más apropiado referir este versículo
al entendimiento que Abraham tenía en sus días en lugar de referirlo a algo
contemporáneo con el ministerio de Cristo.
Pero colocar la visión en los tiempos de Abraham no resuelve
por sí el problema. Esto es lo que hacían muchos rabinos —es decir, hablaban
sobre una visión del Mesías que se suponía que Abraham había tenido— aunque no
estaban de acuerdo sobre cómo había tenido lugar.
La visión que Abraham tuvo del día de Cristo bien puede
encontrarse en el relato del sacrificio casi consumado de Isaac en la tierra de
Moriah. Aquí Abraham aprendió una nueva forma de cómo "Dios
proveería". Dios vino a Abraham y le dijo que tomara a su hijo, al
heredero de la promesa, y lo sacrificara en un monte a unos tres días de viaje.
Debe haber sido una contienda interior terrible para Abraham mientras luchaba
con el mandamiento de Dios. Sabía que tenía que obedecer a Dios, pero también
sabía que Dios era un Dios de palabra que se había comprometido a crear una
nación a partir de Isaac. Isaac todavía no tenía descendencia. Entonces, si
Dios le estaba diciendo a Abraham que matara a Isaac, el Dios que había hecho
un milagro en el nacimiento de Isaac tendría que hacer otro milagro en su
muerte. Tendría que haber una resurrección.
El relato nos indica que Abraham esperaba descender del
monte con Isaac luego de que el sacrificio hubiera tenido lugar (Gn. 22:5). Y
el autor de la epístola a los Hebreos lo afirma explícitamente: "Por la fe
Abraham cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las
promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada
descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos,
de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir" (He.
11:17-19).
Abraham creía que Dios iba a realizar un milagro,
resucitando a Isaac, el mismo milagro que Dios el Padre hizo con Jesucristo el
Hijo, como lo demuestra el lenguaje especial de esos versículos de Hebreos.
Pero esto no es todo. Porque cuando la prueba había finalizado y Dios había provisto
un carnero para el sacrificio en lugar del niño, Abraham se alegró y llamó el
nombre del lugar Jehová jireh, que significa "Jehová proveerá" (Gn.
22:14). Antes esta expresión podría haber significado "Jehová proveerá una
resurrección para Isaac". Ahora solamente podía significar" que el
mismo Dios que había provisto un carnero como sustituto de Isaac un día proveería
su propio Hijo como el perfecto sustituto y sacrificio para nuestra salvación.
Así es como Abraham vio la venida de Jesús, incluyendo el significado de su
muerte y resurrección, y se gozó en esa venida.
Supongamos que fuera posible preguntarle a Abraham lo
siguiente: "Abraham, ¿por qué estás hoy en el cielo? ¿Fue porque dejaste
tu hogar en Ur de los caldeos y te fuiste a Canaán? ¿Fue por tu fe o por tu
personalidad o por tu obediencia?"
"No", habría de responder Abraham. "¿Acaso no
has leído mi historia? Dios me prometió una gran herencia. Yo creí en sus
promesas. Y la promesa más grande fue que por mi descendencia había de enviar
un Salvador que sería de bendición a todas las naciones. Estoy en el cielo
porque creí que Dios haría eso."
"¿Y qué de ti, Jacob? ¿Por qué estás en el cielo?
¿Estás en el cielo por tu fe o porque eres descendiente de Abraham?"
"No", responde Jacob. "Estoy en el cielo
porque esperé un redentor. ¿Recuerdas cómo le hablé a mi hijo Judá en mi lecho
de muerte? No conocía su nombre en ese entonces. Pero dije: "No será
quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga
Siloh; y a él se congregarán los pueblos" (Gn. 49:10). Estoy en el cielo
porque esperé su venida."
"¿Por qué estás en el cielo, David? Debe ser por tu
carácter. Tú fuiste 'un hombre según el corazón de Dios'." "¡Mi
carácter!" dice David. "¿Yo? que cometí adulterio con Betsabé y luego
traté de ocultarlo haciendo matar a su marido. Estoy en el cielo porque esperé
al que había sido prometido como mi redentor y el redentor de mi pueblo. Sabía
que Dios le había prometido un reino que no tendría fin."
"¿Qué de ti, Isaías? ¿Esperabas tú al redentor?"
"Por supuesto que sí", responde Isaías.
"Hablé de él como 'el que llevó nuestras enfermedades y nuestros dolores',
quien 'fue herido por nuestras rebeliones' y 'molido por nuestros pecados'. Yo
sabía que Dios había de hacerle cargar con la iniquidad de todos
nosotros."
Llegamos a los tiempos de Cristo y nos encontramos con la
misma respuesta, sólo que ahora los que creen no provienen de las esferas altas
de la sociedad, del palacio de Herodes ni del círculo de los sacerdotes. Son personas
comunes. Son personas como Simeón a quien "le había sido revelado por el
Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del
Señor" (Le. 2:26); o como Ana, una profetisa, quien mientras Simeón estaba
bendiciendo a Cristo "daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los
que esperaban la redención en Jerusalén" (Le. 2:38). Esta siempre ha sido
la fe de los hijos de Dios. Al anunciar el nacimiento de Cristo, el ángel dijo:
"Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados" (Mt. 1:21). En todas las épocas Dios siempre ha tenido quienes
esperaban en el Salvador para su salvación. En los tiempos de la antigüedad
fueron Abraham, Jacob, David, Isaías, Malaquías, y muchos más, tanto hombres
como mujeres. En los tiempos de Jesús fueron Elisabet, Zacarías, Juan el
Bautista, José, María y muchos otros. Todavía hoy son muchos.
Hay sólo un camino para la salvación. "Porque hay un
solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el
cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su
debido tiempo" (1 Ti. 2:5-6). En los siguientes capítulos vamos a
considerar la persona y la obra de este mediador.
Fuente:
James Montgomery Boice, Fundamentos
de la Fe Cristiana, Editorial Unilit. 1996 (Tomo II, Parte II-8)
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