viernes, 29 de mayo de 2020

La abominación desoladora y Flavio Josefo



La abominación desoladora y Flavio Josefo

A continuación, presentamos algunas de las citas más importantes relacionadas con los acontecimientos que desembocaron en la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. y cómo fueron interpretados por el historiador judío Flavio Josefo en su libro “Las guerras de los judíos”.

El cumplimiento del oráculo referente a la destrucción de la cuidad de Jerusalén y del templo

En efecto, existía un antiguo oráculo de hombres inspirados por Dios que decía que la ciudad sería tomada y que el Templo sería quemado por la ley de la guerra, cuando estallara la discordia interna y manos de la propia patria profanaran el santuario de Dios. Los zelotes, a pesar de que habían creído en estas profecías, se convirtieron ellos mismos en los artífices de su cumplimiento.[1]


¿Quién no conoce los escritos de los antiguos profetas y el oráculo sobre esta desgraciada ciudad que ahora está a punto de cumplirse? Vaticinaron su conquista en el preciso momento en que alguien iniciase la matanza de sus compatriotas. ¿Y no está ahora la ciudad y todo el Templo repletos de vuestros cadáveres? Dios, el propio Dios, es el que trae, junto con los romanos, el fuego purificador y arrasa una ciudad llena de tantos crímenes».[2]

Señales antes de la destrucción del Templo

En aquel entonces engañaron al pueblo personajes embusteros y que falsamente te decían hablar en nombre de Dios. No prestaron atención ni creyeron en las señales evidentes que anunciaban la futura destrucción, sino que no entendían las advertencias de Dios, como si hubiera caído un rayo sobre ellos y carecieran de ojos y de espíritu. Fue entonces cuando sobre la ciudad apareció un astro, muy parecido a una espada, y un cometa que permaneció allí durante un año. Esto también había tenido lugar antes de la revuelta y de que se iniciaran las actividades bélicas, cuando, reunido el pueblo para la fiesta de los Ácimos, el día ocho del mes de Jántico, en la hora nona de la noche brilló durante media hora una luz en el altar y en el Templo con tanta intensidad que parecía un día claro. Para los no entendidos esto era una buena señal, mientras que los escribas sagrados lo interpretaron de acuerdo con los acontecimientos inmediatamente posteriores. Por otra parte, en la misma fiesta, una vaca, que era llevada al sacrificio, parió un cordero en medio del Templo. A la sexta hora de la noche se abrió ella sola la puerta oriental del Templo exterior, que era de bronce y tan pesada que por la tarde a duras penas podían cerrarla veinte hombres y que además estaba reforzada con cerrojos de hierro y con estacas clavadas profundamente en el suelo del umbral, que estaba hecho totalmente de un solo bloque de piedra. Los guardianes del Templo fueron corriendo a comunicárselo a su comandante, que subió y apenas tuvo fuerzas para cerrarla. De nuevo a los ignorantes esta señal les pareció muy favorable, pues para ellos era Dios el que les había abierto la puerta de los bienes. Sin embargo, los entendidos pensaron que la seguridad del Templo se había venido abajo por sí misma y que la puerta se abría como un regalo para los enemigos, y así entre ellos interpretaron la señal como un indicio evidente de destrucción. Después de la fiesta, no muchos días más tarde, el veintiuno del mes de Artemisio, se vio una aparición sobrenatural mayor de lo que se podría creer. Creo que lo que voy a narrar parecería una fábula, si no lo contaran los que lo han visto con sus ojos y no estuvieran en consonancia con estas señales las desgracias que acaecieron después. Antes de la puesta de sol se vieron por los aires de todo el país carros y escuadrones de soldados armados que corrían por las nubes y rodeaban las ciudades. Además, en la fiesta llamada de Pentecostés los sacerdotes entraron por la noche en el Templo interior, como tienen por costumbre para celebrar el culto, y dijeron haber sentido en primer lugar una sacudida y un ruido, y luego la voz de una muchedumbre que decía: «Marchémonos de aquí».[3]

Los presagios de Jesús, hijo de Ananías, sobre la destrucción del Templo

Pero más terrible aún que esto fue lo siguiente: un tal Jesús, hijo de Ananías, un campesino de clase humilde, cuatro años antes de la guerra, cuando la ciudad se hallaba en una paz y prosperidad importante, vino a la fiesta, en la que todos acostumbran a levantar tiendas en honor de Dios, y de pronto se puso a gritar en el Templo: «Voz de Oriente, voz de Occidente, voz de los cuatro vientos, voz que va contra Jerusalén y contra el Templo, voz contra los recién casados y contra las recién casadas, voz contra todo el pueblo». Iba por todas las calles vociferando estas palabras de día y de noche. Algunos ciudadanos notables se irritaron ante estos malos augurios, apresaron a Jesús y le dieron en castigo muchos golpes. Pero él, sin decir nada en su propio favor y sin hacer ninguna petición en privado a los que le atormentaban, seguía dando los mismos gritos que antes. Las autoridades judías, al pensar que la actuación de este hombre tenía un origen sobrenatural, lo que realmente así era, lo condujeron ante el gobernador romano. Allí, despellejado a latigazos hasta los huesos, no hizo ninguna súplica ni lloró, sino que a cada golpe respondía con la voz más luctuosa que podía: «¡Ay de ti Jerusalén!». Cuando Albino, que era el gobernador, le preguntó quién era, de dónde venía y por qué gritaba aquellas palabras, el individuo no dio ningún tipo de respuesta, sino que no dejó de emitir su lamento sobre la ciudad, hasta que Albino juzgó que estaba loco y lo dejó libre. Antes de llegar el momento de la guerra Jesús no se acercó a ninguno de los ciudadanos ni se le vio hablar con nadie, sino que cada día, como si practicara una oración, emitía su queja: «¡Ay de ti Jerusalén!». No maldecía a los que le golpeaban diariamente ni bendecía a los que le daban de comer: a todos les daba en respuesta el funesto presagio. Gritaba en especial durante las fiestas. Después de repetir esto durante siete años y cinco meses, no perdió su voz ni se cansó. Finalmente, cuando la ciudad fue sitiada, vio el cumplimiento de su augurio y cesó en sus lamentos. Pues, cuando se hallaba haciendo un recorrido por la muralla, gritó con una voz penetrante: «¡Ay de ti, de nuevo, ciudad, pueblo y Templo!». Y para acabar añadió: «¡Ay también de mí!», en el momento en que una piedra, lanzada por una balista, le golpeó y al punto lo mató. Así entregó su alma, mientras aún emitía aquellos presagios. Si uno reflexiona sobre estos hechos, se dará cuenta de que Dios se preocupa de los hombres y de que él anuncia a su raza de todas las formas posibles los medios de salvación, y que, sin embargo, ellos perecen por su demencia y por la elección personal de sus propias desgracias.[4]

El juicio de Dios contra la rebelde Judá

Creo que Dios, que había decidido la destrucción de la ciudad, ya contaminada, y que quería purificar con fuego el santuario, quitó de en medio a los que estaban consagrados y amaban al Templo. A los que poco antes habían llevado las vestiduras sagradas, habían presidido el culto universal y habían sido venerados por gente que de todo el mundo había venido a la ciudad, se los veía tirados, desnudos, para servir de comida a perros y bestias salvajes.[5]

Es importante señalar que Flavio Josefo no era cristiano y que, por lo tanto, no escribe en favor del cumplimiento de las profecías relacionadas con el juicio que aconteció dentro de su generación, a fin de presentar una apología sobre la veracidad de las palabras de Jesús. Josefo simplemente narró lo sucedido y lo interpretó a la luz de su conocimiento del Antiguo Testamento, el que profetizaba la destrucción de Jerusalén en Daniel 9:24-27.

El libro “Las guerras de los judíos” no es un libro de inspiración divina, sin embargo, el mismo testifica sobre la veracidad de la abominación desoladora, al confirmar el cumplimiento del destino o fin de la ciudad de Jerusalén y del templo, según fuera anunciado por Jesús. De la misma manera, 1 y 2 de Macabeos presentan el cumplimiento sobre el cuerno pequeño descrito en Daniel 8 y 11, dentro del periodo de dominio griego sobre Jerusalén, aunque dichos libros no sean reconocidos como divinamente inspirados por Dios.

Es difícil entender cómo un libro tan importante desde el punto de vista histórico, concerniente a los acontecimientos que dieron paso a la destrucción de Jerusalén en el primer siglo, sea tan poco estudiado por aquellos que pretenden entender con sinceridad lo tocante al cumplimiento de las palabras de Jesús sobre su generación.

Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre. (Mateo 10:23)

Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino. (Mateo 16:27-28)

para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación. (Mateo 23:35-36)

Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. (Mateo 24:33-34)

Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. (Mateo 26:64)

Lo exhortamos a leer el libro “Las guerras de los judíos” de Flavio Josefo, para que pueda llegar a sus propias conclusiones sobre el cumplimiento de la profecía más larga e importante de Jesús en los evangelios. En otras palabras, a la profecía pronunciada por Jesús en el Monte de los Olivos.

Por: Pastor Gilberto Miguel Rufat


[1] Josefo, Flavio. La guerra de los judíos. Libros IV-VII: 264 (Biblioteca Clásica Gredos) (Spanish Edition) (Posición en Kindle 876-879). Gredos. Edición de Kindle.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.

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