Mensaje: Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de
los cielos
Base bíblica: Mateo 18:1-5; Marcos 9:35-50; Lucas 9:46-50
1 En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? 2 Y
llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, 3 y dijo: De cierto os
digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de
los cielos. 4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el
mayor en el reino de los cielos. 5 Y cualquiera que reciba en mi nombre a un
niño como este, a mí me recibe.
Introducción
Luego de la declaración de Pedro sobre la
persona de Jesús en Mateo 16:16, Jesús les había dicho a sus discípulos, en dos
ocasiones previas al pasaje de estudio, que le era necesario padecer, morir y
resucitar al tercer día (Mateo 16:21; 17:22-23). Recordemos que Jesús le señaló
a Pedro y a los discípulos que estaban con él, que, sobre la afirmación de
Pedro, “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente” se establecería la
iglesia o el remanente profetizado que sería salvo a través del ministerio del
Mesías.
A pesar de que Jesús les anunció y preparó
para su muerte, los discípulos no entendían aún por qué Jesús debía ir a
Jerusalén y morir en manos de los principales líderes judíos de su tiempo. Sin
embargo, sobre la muerte de Jesús se efectuaría el pago de la redención para el
rescate del remanente o de la iglesia, lo que haría posible la salvación de
estos, pues sin derramamiento de sangre no se hace remisión de los pecados.
Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado
para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre
hará expiación de la persona. (Levítico 17:11)
Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin
derramamiento de sangre no se hace remisión. (Hebreos 9:22)
El evangelio de Marcos presenta que los
discípulos discutieron mientras se dirigían con Jesús hacia la ciudad de
Capernaum (Marcos 9:33). El evangelio de Lucas expone que “entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor” (Lucas
9:46). Marcos señala que estando en casa, posiblemente la casa de Pedro, Jesús les
preguntó acerca de su discusión. “Mas
ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de
ser el mayor” (Marcos 9:34). “La pregunta de los discípulos era: «¿Quién será el más grande en el Reino del Cielo?» Y el mismo
hecho de que hicieran esa pregunta mostraba que no tenían ni idea de lo que era
el Reino del Cielo”.[1]
Exposición
del texto
1 En aquel tiempo los
discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los
cielos?
El incidente aquí narrado es uno triste y la
vez, vergonzoso. Jesús les había hablado a sus discípulos sobre su muerte y
estos discutían sobre quién de ellos sería el más grande
en el reino. Debemos tener presente que con frecuencia las preguntas que
hacemos suelen manifestar lo que hay en nuestro corazón en un momento
determinado.
El evento no debería sorprendernos, ya que
en muchas ocasiones, así como los discípulos de Cristo en aquel momento, mostramos
falta de humildad dando evidencia de buscar no solamente reconocimiento, sino
de ser reconocidos sobre otros. Este anhelo o búsqueda de sobresalir entre
otros es parte de este mundo caído porque en el reino de Dios, los que
sobresalen son los que se ponen al servicio de otros y no los que desean servirse
de otros.
Creemos importante señalar, que la falta de
humildad de los discípulos no se originó por su conocimiento sobre el reino de
los cielos, sino por la ignorancia del mismo. El hecho de que discutían sobre
quién de ellos sería el más grande en el reino mostraba que no comprendían lo
que involucra la salvación y lo que representa el reino de Dios. Por lo general,
pensamos que los llamados entendidos o versados en el conocimiento bíblico son
los que más carecen de humildad, pero en ocasiones es sorprendente ver el gran
orgullo con el que se expresan aquellos que sin investigar y sin estudiar las
doctrinas o enseñanzas bíblicas como es debido hablan como si las supieran,
siendo portavoces de lo que alguna vez escucharon y a lo que le asignaron
credibilidad.
Así que, la pregunta sobre quién es el mayor en el reino de los cielos
contiene dos aspectos importantes: el primero, es la falta de conocimiento sobre
la obra de Dios en la salvación. El segundo, es el desconocimiento del
significado del reino de Dios. De modo que, Jesús aprovecharía la ocasión para
corregir a sus discípulos sobre estos dos aspectos.
Es necesario entender que nadie entra al
reino de los cielos por mérito propio, sino que se entra por la sola gracia de
Dios, por lo que no hay espacio para actitudes y delirios de grandeza. En otras
palabras, que si todos los que entran al reino de Dios entran por gracia,
entonces no hay lugar para protagonismos, ni para delirios de grandeza, sino para
servir en el mismo.
Es claro por la pregunta, que los
discípulos tenían una idea equivocada del significado del reino. La pregunta de
estos suponía el establecimiento de un gobierno terrenal dirigido por el Mesías,
pues era lo que habían aprendido de la tradición judía. Por esta razón, se
preguntaban cuál de ellos tendría una participación o una posición de
privilegio mayor a los demás en dicho reino. Esto mostraba que los discípulos
todavía no entendían que entrar al reino implicaba, en primer lugar, la obra de
transformación que ocurre en el ser de los que son salvos por gracia y, en segundo
lugar, la disposición de estos (por causa de lo primero) para poder vivir de
acuerdo con el orden establecido por Dios, lo que les era imposible en su antiguo
estado caído.
2 Y llamando Jesús a un
niño, lo puso en medio de ellos, 3 y dijo: De cierto os
digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de
los cielos.
Mateo 18:2 indica que Jesús llamó a un
niño, mientras que Marcos y Lucas presentan que este tomó a un niño
y que lo cargó en sus brazos (Marcos
9:36). El término niño utilizado por Mateo es “paidíon” (παιδίον) y se refiere
a un recién nacido o un niñito. La palabra jóvenes “neanískos” (νεανίσκος) se
utiliza en Mateo 19:20, 22 y se refiere a personas menores de 40 años. En el
evangelio de Mateo se utiliza en 15 versículos y en 9 ocasiones se refiere al
nacimiento de Jesús (Mateo 2:8-9, 11, 13-14, 20-21). Existe la posibilidad de que
el niño fuera hijo de Pedro o de alguno de los discípulos que vivían en
Capernaum.
“y
dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos”.
Llama la atención
la inconsistencia y la contradicción doctrinal de algunos llamados reformados, quienes
por un lado afirman creer la doctrina de la depravación total del hombre y, por
otro lado, hablan de que los niños son un ejemplo de pureza y que cuando mueren
van al cielo.
La Confesión Bautista de Fe de 1689 asevera en su artículo
titulado “De la
caída del hombre, del pecado y su castigo” lo siguiente:
Siendo ellos la raíz de la raza humana, y estando por designio de
Dios en lugar de toda la humanidad, la culpa del pecado fue imputada y la
naturaleza corrompida transmitida a toda la posteridad que descendió de ellos
mediante generación ordinaria, siendo ahora concebidos en pecado, y por
naturaleza hijos de ira, siervos del pecado, sujetos a la muerte y a todas las
demás desgracias espirituales, temporales y eternas, a no ser que el Señor
Jesús los libere.[2]
En su
artículo titulado “Del llamamiento eficaz”, la Confesión Bautista de Fe de 1689 expone lo que sigue:
Los niños escogidos* que mueren en la infancia son regenerados y
salvados por Cristo por medio del Espíritu, quien obra cuándo, dónde y cómo
quiere; así lo son también todas las personas escogidas que sean incapaces de
ser llamadas externamente por el ministerio de la Palabra.[3]
El
asterisco que aparece luego de la palabra escogido en la confesión dice en una
nota como sigue: “Elegidos no aparece en algunas ediciones de la Confesión,
pero sí en la original”.[4] Creemos
que es una contradicción interpretar el ejemplo del niño utilizado por Jesús como
ejemplo de la humildad o pureza con la que nacen estos y luego afirmar que todos
los hombres nacen en un estado caído o con el pecado original.
Jesús introduce la lección con la expresión solemne de cierto (v.
3), o literalmente “amén”. Luego presenta la condición para entrar en el reino,
con dos analogías que se repiten en las Escrituras: “volverse” y “hacerse”. El
primer paso es “volverse” a Dios (comp. Ez. 33:11), pues el hombre natural va
alejándose de Dios. Cuando se vuelve a Dios, comienza el proceso de “hacerse”,
o “llegar a ser”. Así, los dos términos pueden representar la regeneración y la
santificación. Jesús no insinúa que los discípulos estén fuera del reino. Les
advierte que deben poner su atención en “llegar a ser como los niños”, lo
opuesto a su concepto de la grandeza que buscaban. Demanda una conducta acorde
con la naturaleza del reino de los cielos.[5]
La expresión volverse como un niño para entrar al reino de los cielos es
sinónimo de la regeneración o del nuevo nacimiento. El apóstol Pedro en su
primera carta afirma lo siguiente:
siendo renacidos, no
de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive
y permanece para siempre. (1 Pedro 1:23)
El término hacerse como un niño para entrar al reino de los cielos es sinónimo de la santificación.
Pedro hace uso de esta comparación también en su primera carta.
1 Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias,
y todas las detracciones, 2 desead, como niños recién nacidos, la leche
espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, 3 si es
que habéis gustado la benignidad del Señor. (2 Pedro 2:1-3)
En la salvación, todo mérito humano queda
excluido, por lo tanto, no hay espacio para aspiraciones a la grandeza, sino a
la santidad y al servicio. Dios salva y prepara al creyente para poder vivir en
su reino o gobierno, aquel que rechazó Adán en Génesis 3. El apóstol Pablo
escribiéndole a los creyentes en Roma afirmó lo siguiente:
porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo. (Romanos 14:7)
Cuando los discípulos le pidieron a Jesús
que les enseñara a orar, este dijo algo muy importante con relación al reino de
Dios.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en
la tierra. (Mateo 6:10)
Jesús claramente establece en la oración
modelo que la venida del reino de Dios significa la transformación que debe
ocurrir en el hombre, para que este acepte la voluntad de Dios en la tierra,
así como es obedecida en el cielo.
4 Así que, cualquiera que
se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. 5 Y cualquiera
que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe.
Una gran parte de los comentaristas bíblicos
asevera que Jesús utilizó a un niño como ejemplo de humildad y de servicio. No
obstante, diferimos con respeto de esta opinión porque si algo caracteriza a
los niños es su egoísmo irracional y su dependencia en todo de sus padres, no es
su servicio. Por consiguiente, la razón por la que Jesús utiliza a este niño
como ejemplo ha de ser otra. La Biblia de Estudio Reformada señala lo que vemos
a continuación sobre el particular: “Jesús
hace esta comparación no porque se supone que los niños son inocentes, sino
porque dependen de los demás y aceptan de buena gana de ellos lo que no pueden
proveer por sí mismos”.[6]
Creemos que el uso correcto del ejemplo presentado
acerca del niño está contenido en las expresiones “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3) y “Y cualquiera que
reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18:5).
Si la pregunta original de los discípulos
era “¿Quién es el mayor en el reino de
los cielos?”, entonces la pregunta que debemos hacernos es por qué Jesús
contesta afirmando que “si no os volvéis
y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.
Jesús utilizó al niñito para corregir, primeramente,
la idea equivocada que tenían los discípulos sobre cómo se entraba al reino de
Dios. ¿Por qué? Porque la clarificación de esta verdad haría nula la pregunta
de los discípulos, la que, a su vez, no tenía sentido. Nacer de nuevo no es
algo que el ser humano puede escoger, pues es algo que sucede porque Dios así
lo permite. Por lo tanto, si los discípulos entendían cómo habían llegado a ser
parte del reino de Dios, esto anularía sus ambiciones de supremacía o de
grandeza, puesto que, como mencionáramos previamente, nadie puede entrar al
reino por mérito propio, sino por gracia. De otra forma, que únicamente entramos
al reino de los cielos por el milagro del nuevo nacimiento y esto es obra de
Dios. Por otro lado, si para entrar al reino de Dios debemos convertirnos y
hacernos como niños, entonces estamos hablando de algo que es imposible para el
hombre y que solamente es posible para Dios. En esto podemos ver una
ilustración semejante y paralela a la conversación entre Jesús y Nicodemo en
Juan 3.
Conclusión
Jesús los había llamado a ser sus
discípulos, donde toda jactancia y presunción de grandeza no tenía lugar.
Además, quien pagaría la ofrenda del rescate para la remisión de los pecados de
estos, sería Jesús con su muerte. Por lo que argumentar por quién era el mayor
en el reino de los cielos, solo evidenciaba su inmadurez y falta de
conocimiento con respecto de la salvación y de lo que representa el
establecimiento del reino de Dios.
Concluimos que el génesis de toda discusión
acerca del papel o de la grandeza de los hombres con relación a la salvación, a
otros hombres o con relación al crecimiento del reino es muestra de no entender
la obra salvífica de Dios, por cuanto esta excluye al hombre de toda gloria,
pues la gloria es exclusiva de Dios.
[1] William Barclay. Comentario al Nuevo
Testamento. Editorial CLIE, 1970.
[2] Confesión Bautista de Fe de 1689. Publicado por Chapel Library.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Comentario Bíblico Mundo Hispano. Editorial
Mundo Hispano, 1997.
[6]Whitlock, L. G., Sproul, R. C., Waltke, B. K.,
& Silva, M. (1995). Reformation study Bible, the : Bringing the light of
the Reformation to Scripture : New King James Version. Includes index. (Mt 18.3). Nashville: T. Nelson.
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