lunes, 7 de abril de 2014

¿Qué es la fe?




¿Qué es la fe?
Rev. Gilberto M. Rufat


Según la Biblia, la fe es un don de Dios (Ef.2:8; Ro.12:3). La misma alude a una gracia divina que es concedida sobre los creyentes, con el fin de que hereden la salvación prevista por Dios Padre, mediada por Dios el Hijo y revelada por Dios Espíritu Santo (Ef.1:3-14). Las Sagradas Escrituras enseñan que sin fe es imposible agradar a Dios (He.11:6). De manera que, el inconverso no podría agradar a Dios a no ser que la fe le haya sido otorgada, debido a que sin la iluminación del Espíritu Santo de Dios, nunca podría entender el mensaje del evangelio, pues le resultaría contradictorio, difícil y chocante, entre otros. (1Co.2:14). La fe, según el apóstol Pablo, nos llega, a través del oír y el oír de la palabra de Dios (Ro.10:17). Por consiguiente, la fe también se desarrolla y crece su palabra. Esto es de suma importancia, porque la fe es la certeza y la convicción en Dios (He.11:1). La fe a la que los creyentes son llamados descansa en el cuidado y en el plan de Dios sobre sus hijos (Dn.3:17-18).

Lamentablemente, en la actualidad, dentro de la iglesia existe un concepto de fe que parece estar más asociado al sistema nervioso central, que a lo que la palabra de Dios dice. Para algunos, la fe es como una ley fuera de Dios, en la cual si se operara conforme a ella, se podría obtener todo tipo de cosas. Para otros, la fe es sinónimo de positivismo religioso, en el cual se debe permanecer, a fin de recibir lo deseado. Sin embargo, la fe bíblica se centra en creerle a Dios. La fe no es creer en que las circunstancias cambiarán, sino en tener la confianza de que Dios actuará de acuerdo a su soberana voluntad siempre. Los creyentes de nuestro tiempo creen falsamente que la fe opera solamente en ellos. La vida cristiana no se trata de nosotros, sino del plan y el designio de Dios, del cual solo por la gracia divina hemos sido introducidos. Además, la fe de muchos parece limitarse a poder contemplar el aquí y el ahora, privándoles de ver la profundidad e implicaciones reales de la misma. La verdadera fe se traslada a la eternidad y comprende el que Dios está obrando para que su plan final sea establecido, el cual va más allá de nuestra morada terrenal y finita. El punto que queremos señalar es que, la fe madura no se limita a ver a Dios actuando en el presente inmediato, sino que reconoce que Dios está obrando para algo mayor en la eternidad. Esta es la razón por la cual el autor de los Hebreos establece que muchos actuaron en contra de las circunstancias, no creyendo que serían liberados, sino creyendo en que el galardón y lo eterno era superior (He.11:12-16).

A continuación, ilustraremos bíblicamente, a modo de ejemplo, lo que significa la verdadera fe. Haremos referencia a la historia en la cual Pedro caminó sobre las aguas, para observar lo que hemos venido diciendo.

22En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. 23Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. 24Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. 25Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. 26Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. 27Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! 28Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. 29Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. 30Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! 31Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? 32Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. 33Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.” (Mateo 14:22-33)

La fe de Pedro, al salir de la barca, no estaba centrada en un cambio de las circunstancias, esto es, que la tempestad terminara, pues si así hubiese sido, no se hubiera bajado de ella. Su confianza estuvo en obedecer al “ven” de Jesús. Pedro creyó que si Jesús le había llamado, esto era lo necesario para andar sobre las aguas, que por sí mismo, era un milagro sin considerar la tempestad. Observe, que para Pedro salir de la barca, significaba el creer que Jesús estaba por encima de la tempestad, en otras palabras, que Jesús tenía poder sobre la tempestad. La verdadera fe, por consiguiente, descansa en creerle a Dios, no en tener confianza en que las circunstancias cambiarán. La fe de Pedro, al descender de la barca y caminar sobre las aguas, no se centró en la negación de las circunstancias, sino en la fe que le sostuvo por estar convencido, en que fiel era el que le llamó.

La fe del tiempo presente pretende deshacerse de las tormentas, para luego caminar por fe. La propia historia de Pedro caminando sobre las aguas, inequívocamente presenta, que cuando Pedro quitó la mirada de Jesús, comenzó a hundirse. Lo que claramente evidencia, que el creyente debe tener su mirada en Jesús, únicamente (He.12:2). Nuestras circunstancias no determinan nuestra vida en Cristo, sino lo que Cristo hizo por nosotros. La verdadera fe no es un amuleto o algo a lo que se apela, a fin de cambiar las circunstancias, sino que la verdadera fe cambia al creyente y lo lleva a desarrollar dicha fe en Dios. No son las circunstancias lo que Dios quiere cambiar en nuestra vida, sino a nosotros y aunque no nos guste o no lo entendamos, así como en la vida de Job, Dios hará uso de cualquier circunstancia que él crea necesaria, a fin de desarrollar nuestro carácter conforme a la imagen de su Hijo (Ro.8:29).

Cuando examinamos el aguijón del apóstol Pablo, encontramos el propósito divino al permitirlo en su vida, del cual se nos dice, que aunque Pablo oró, tales circunstancias no fueron alteradas, sino que se le dijo, bástate en mi gracia. No es difícil imaginarse a algunos maestros de algunas iglesias hoy, analizando la fe de Pablo: el apóstol no supo orar con fe, falló en reclamar su sanidad y tampoco supo cómo paralizar la obra del diablo y echar fuera la enfermedad. Y, ¿qué me dicen de Juan el Bautista, quien por causa de su testimonio y de protestar vehementemente contra la inmoralidad, perdió su cabeza, costándole la muerte y la cual el Dios Omnipotente, no impidió? Le pregunto, ¿abandonó Dios a Juan? ¿Qué me dicen de Esteban, el primer mártir del cristianismo, de buen testimonio y quien puso su mirada en el reino de los cielos; mientras le acusaban falsamente y uno a quien tampoco Dios le impidió que muriera? ¿Qué de Jacob, uno de los pilares de la Iglesia de Jerusalén, medio hermano de Jesús, el cual cumpliendo el ministerio fue muerto? A Pablo le costó la fe su vida y a Pedro, también, entre tantos hombres de Dios, pues, la lista podría ser interminable. La fe no elimina las circunstancias, sino que nos lleva a vivir por encima de ellas, ya sea en vida o en muerte.  

20conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. 21Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” (Fil.1:20-21)

7Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. 8Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” (Ro.14:7-8)

1Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. 2Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; 3pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. 4Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. 5Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. 6Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor 7(porque por fe andamos, no por vista); 8pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. 9Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. 10Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.” (2Co.5:1-10)

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