La Buena Mayordomía de los Dones Espirituales
Rev. Gilberto M. Rufat
En la primera epístola a los Corintios, encontramos, entre
otros temas, el de la mayordomía de los dones espirituales. Cuando hablamos de
dones espirituales, no nos referimos a destrezas, a habilidades o a talentos
que una persona pueda poseer como producto de su proceso de aprendizaje.
Definimos dones espirituales, como el regalo o la facultad que el Espíritu
Santo otorga a los creyentes, a modo de capacitarlos para satisfacer las necesidades
del cuerpo de Cristo, esto es la iglesia, así como para poder llevar a cabo la obra
del evangelio. El término don en 1Co.1:7 del griego (χάρισμα – járisma),
significa una dádiva divina o concesión espiritual, que nos faculta para
cumplir con un propósito divino.
El término mayordomía es también importante porque nos
deja claro, que no somos dueños de lo que poseemos, que nuestro deber consiste
en servir y que por lo tanto, debemos hacer el mejor uso de los recursos de
nuestro Amo. Por consiguiente, la palabra mayordomía implica el ser
administradores de todo, por cuanto le pertenece a Dios. De forma tal, que
debemos ser buenos administradores de los dones que Dios nos concede. Pablo nos
dice que hay diversidad de dones (1Co.12:4), diversidad de ministerios
(1Co.12:5) y diversidad de operaciones (1Co.12:6). El Nuevo Testamento enseña
que todo creyente recibe al menos un don de gracia (1Co.12:7). Tristemente,
aunque la iglesia de los corintios había sido capacitada con todos los dones
necesarios para poder cumplir y avanzar en la obra del ministerio, sin embargo,
la falta de entendimiento sobre el propósito y el uso de los dones, la mantuvo
rezagada y en contiendas (1Co.1:7). Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo ser
buenos mayordomos de los dones espirituales.
Lamentablemente, la iglesia de los corintios hacía mal
uso de algunos dones, mientras no reconocía la necesidad de otros, lo que
podemos observar también en nuestros días. Muchas de nuestras iglesias están
llenas de creyentes que ni tan siquiera saben que poseen un don espiritual. La
tarea principal del apóstol Pablo consistía en enseñarle acerca del buen uso de
los dones a dicha iglesia y así como él, una de las tareas de la iglesia de hoy
consiste en comenzar a enseñar sobre los dones espirituales, su propósito y su uso
para la gloria de Dios. Es de conocimiento general que se debate sobre cuántos
dones existen y cuántos de estos están vigentes en nuestro tiempo. No obstante,
si los dones son necesarios y cumplen el propósito de capacitar a la iglesia
para la obra del ministerio, entonces, no podemos concluir que hoy no son
necesarios.
En los capítulos 12, 13 y 14 de la primera carta a los
Corintios, Pablo discute ampliamente el tema de los dones, enfatizando en cada
capítulo, un argumento importante referente a la buena mayordomía de los
mismos. En el capítulo 12 se resalta el hecho de que los dones son dados por
Dios (1Co.12:7, 11, 18), que nos unen como cuerpo de Cristo (1Co.12:12, 19, 27)
y que todos y cada uno de ellos son necesarios, puesto que Dios los ha colocado
en la iglesia o el cuerpo de Cristo, para que no halla desavenencia (1Co.12:23-25).
De hecho, la expresión somos el cuerpo, sobresale en dicho capítulo. En el
capítulo 13, vemos el enfoque en lo que Pablo comenzó a desarrollar en el
capítulo 12 sobre la necesidad de usar los dones para provecho; no propio, sino
del cuerpo (1Co.12:7). En el capítulo 13 se subraya la necesidad de que todos
los dones fueran administrados sobre la base del amor. De manera que Pablo expone
que ningún don será de impacto o de alcance para nadie y mucho menos agradable
para Dios, si no se ejerce en amor, siendo el amor, la palabra clave para una
sabia administración de los dones. En el capítulo 14, se abunda más acerca del
tema de los dones, centrándose sobre la importancia de la edificación de los
mismos, la cual viene a ser la palabra clave en dicho capítulo. De ahí que, todos
los dones deban ser usados para la edificación del cuerpo de Cristo, la
iglesia, así como para la ministración del mensaje del evangelio, a fin de
alcanzar a los no creyentes.
Podemos concluir, que existe una gran necesidad de hablar sobre los dones espirituales y de su uso dentro y fuera de la iglesia, ya que, los mismos no están confinados a los cultos de adoración de ésta. Pablo escribió en la epístola a los Efesios, que la iglesia como el cuerpo de Cristo está destinada a crecer y a desarrollarse, siempre y cuando se haga uso de los dones y ministerios que Dios le ha dado, según el ejercicio individual de cada uno de los miembros. No obstante, podríamos también decir, que la iglesia está forzada a no crecer y a quedarse niña, si no hace uso o buen uso de los dones y ministerios que Dios le concedió, a fin de cumplir con la gran comisión.
“de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre
sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia
de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” “para que
ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de
doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las
artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos
en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Ef.4:16 y 14-15).
Una estructura de iglesia clerical, terminará
estrangulando la obra de la iglesia local, pues la misma, no da paso al
crecimiento de los creyentes, el cual está centrado no solo en recibir la
palabra, sino en el de hacer uso de lo que Dios les concedió. Entiendo que ésta
es una de las razones por las cuales llevamos tiempo, “creciendo” por división
y no por multiplicación. Tenemos ministerios de tipo “árbol bonsái” en donde el
ministro, como el clero antiguo, a modo de controlar y dominar, recorta las
ramas, para mantener el tipo de árbol que se puede manejar. Esto, a su vez, da
paso al “síndrome de la olla o cacerola de presión”, la cual al no permitir el
desarrollo y ministración de los dones, termina explotando por presión. No
debemos hacer caso omiso al tema de los dones espirituales, solo para
separarnos de los movimientos carismáticos o pentecostales, pues es nuestra
responsabilidad como ministros, el de enseñar todo el consejo de Dios, llevando
todo decentemente y en orden (1Co.14.39).
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