sábado, 19 de abril de 2014

Estudio Bíblico de Romanos 3




Por: Rvd. Gilberto Rufat

Introducción
En el capítulo dos de la carta a los Romanos, Pablo deja claro que ningún ser humano escapará del juicio de Dios. Además, en dicho capítulo se establece el hecho de que todos juzgamos, ya que, consideramos ciertas cosas como malas, lo cual evidencia la obra de Dios en nosotros. El juicio es un ejercicio de la conciencia humana, un rasgo distintivo de la justicia de Dios en nosotros como evidencia de que fuimos hechos a su imagen y semejanza.  

Todo juicio presupone un marco de referencia, norma o regla, ya que sin ella no podríamos juzgar. En fin, todo juicio racional se emite entre la distinción de dos cosas, personas y/o situaciones, entre otras pero sobre todo, sobre la base de lo original, lo natural o lo que conocemos por experiencia. También, presupone la distinción de lo bueno u original, sobre lo malo o la copia. De manera que, no podemos hablar del mal sin hablar del bien, pues el mal no es otra cosa, sino la ausencia del bien. La Biblia no enseña tal cosa como una dualidad en Dios.

Pablo establece por otra parte, que de la misma manera en que creemos que el mal merece ser juzgado, Dios también lo ve. Sin embargo, a diferencia de Dios, nosotros juzgamos ciertas cosas como malas o pecaminosas, pero las practicamos. Por tal razón, sólo Dios puede juzgar con justo juicio, pues en él no existe el mal. De manera que, el apóstol les pregunta, si alguno creía que podría escapar del juicio de Dios, ya que, todos somos culpables y pecadores.


“1¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión?”

V.1         Después de que el apóstol expusiera la incapacidad de ser salvos por la ley y de mostrar que aún los judíos eran culpables, surge una pregunta legítima, ¿qué implica ser judío y de qué aprovecha?


“2Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.”

V. 2        La ventaja de la nación judía radicaba en el hecho de la revelación especial de Dios sobre los padres y la ley. Estos poseían en la ley, la base correcta sobre la cuál podían conocer a Dios, juzgar la vida y cimentarla. Además, por medio de la ley debían poder ver su propia incapacidad de agradar a Dios, por medio de la ley.


“3¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios?

V. 3        Otra pregunta legítima radicaba en que si la incredulidad de una vasta mayoría implicaba infidelidad de parte de Dios. Visto de otra manera, si Dios había faltado a la promesa sobre su pueblo. El apóstol responde lo siguiente:


“4De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, Y venzas cuando fueres juzgado.”

V. 4        En este verso, Pablo expone que Dios nunca ha fallado ni ha faltado a su promesa. En todo, eran los israelitas los que habían fallado y habían sido infieles al pacto. Pablo argumenta que la razón radicaba en que no todos eran parte del pueblo de Dios, tema que posteriormente, en los capítulos nueve, diez y once, el apóstol abundará en detalle. La propia incredulidad humana evidencia la necesidad de ser transformados por Dios. Los que Dios llama, siempre responderán, pues su gracia, a través de su llamado es y será eficaz. El ejemplo más claro de esto es el llamado de los apóstoles, evidenciado en cómo ellos, dejando todo siguieron a Jesús y cómo únicamente, el hijo de perdición falló del blanco, no por Dios haber fallado, sino porque éste, aunque contado entre ellos, no era parte de los mismos.

Diferente sería, que luego de Dios cambiar nuestro corazón, lo que es llamado por el apóstol como la verdadera circuncisión, retornáramos a la incredulidad. Si esto fuera posible, entonces podríamos cuestionar si realmente Dios falló en su operación, lo cual Pablo señala es imposible. El verso cuatro afirma que Dios siempre vencerá cuando es juzgado, pues él no es culpable de nuestra rebelión y maldad.


“5Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre.) 6En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgaría Dios al mundo?”

V. 5-6 Nuestra propia injusticia muestra la justicia de Dios. El hecho que nuestras acciones sean pecaminosas evidencia que sólo él es justo y por consiguiente, no hemos participado de un cambio en nuestra naturaleza pecaminosa. De manera que, si Dios nos castigara, no sería injusto. No hay injusticia en la naturaleza divina y si Dios no fuera justo, entonces Pablo afirma, ¿cómo juzgaría el mundo?


“7Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador? 8¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es justa, afirman que nosotros decimos): Hagamos males para que vengan bienes?”

V. 7-8 Pablo se defiende de aquellos que injustamente le juzgaban por lo que predicaba. Decían que éste enseñaba que el mal era necesario para disfrutar de la misericordia de Dios, lo que era incorrecto, pues el planteamiento es que a pesar de nuestra naturaleza pecaminosa, Dios salva mostrando mayor gracia sobre los que él quiere. Esto es sin obras, pues el que está muerto espiritualmente no puede, ni ayudarse, ni salvarse a sí mismo. El apóstol estaba consciente sobre la incomprensión de su mensaje por parte de los que no habían creído, pero continuaba predicando con la convicción de que el evangelio de la gracia, era poder de Dios para salvación, en los que creerían, como lo afirma Romanos 1:16.


“9¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. 10Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. 13 Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; 14Su boca está llena de maldición y de amargura. 15Sus pies se apresuran para derramar sangre; 16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; 17 Y no conocieron camino de paz. 18 No hay temor de Dios delante de sus ojos. 19Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; 20ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.”

V. 9-20 Pablo presenta la arrogancia del pueblo judío, de manera tal, que les era imposible ver su propia pecaminosidad. El apóstol los coloca en una posición de igualdad pecaminosa con relación a los gentiles, lo que para cualquier judío era una ofensa. La propia ley daba testimonio de que ellos eran culpables ante Dios y que el disfraz religioso no es lo mismo que una conversión a Dios. La ley establecía, según el verso veinte, que nadie podía ser salvo o justificado mediante la misma porque el verdadero propósito de la ley es mostrar nuestra pecaminosidad y la incapacidad de ser hallados justos ante el Creador, pues por medio de la ley es el conocimiento del pecado.

Lo que el apóstol plantea es que a mayor conocimiento y entendimiento de la ley, mayor debería ser nuestra conciencia de culpabilidad ante Dios. La ley expone nuestro pecado, no nuestra justicia.


“21Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas.”

V. 21 Las Escrituras profetizaban que Dios establecería un nuevo pacto sobre la casa de Israel. Un pacto por el que no serían guiados mediante una ley externa, sino por un nuevo corazón, en el cual Dios colocaría su ley.

El problema de la ley consiste en nuestra pecaminosidad, asunto que la ley no puede cambiar. De modo que, Dios manifestaría a través de la misma ley, el medio por el cual podíamos ser salvos y que según Gálatas, sería a través de la simiente prometida a Abraham, la cual es Cristo.

15Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. 16Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. 17Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. 18Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa. 19Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. 20Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno” (Gálatas 3:15-20).

Existe sólo una manera de ser hallados libres de pecado ante Dios, mediante la justicia que Dios provee. Los judíos ni los gentiles podían ser hallados justos ante Dios, pero la ley testificaba que Dios enviaría su justicia, testificada por los profetas y la ley, Cristo. Esto es de suma importancia, porque Pablo desea establecer que su mensaje en nada difiere de lo ya testificado en la ley y los profetas. La llegada del Mesías era el medio de salvación que todo judío esperaba. 


22la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia.”

V. 22      La justicia de Dios es el medio por el cual hombres pecadores podemos ser hallados aceptos ante Dios. La justicia de Dios o su justificación es el acto por el cual Dios otorga perdón absoluto a los que se acercan a su Hijo Jesucristo, por medio del arrepentimiento y la fe. Justicia no del hombre, sino de Dios y es alcanzada única y exclusivamente por medio de la gracia de Dios. Siendo el hombre culpable, no puede ser éste su propio redentor, sino que Dios, contra quien hemos pecado, es quien decide de manera libre y voluntaria, cómo y a quién perdona. Pablo se reitera en que, el mensaje de la justicia a través de la fe no es nuevo, sino, uno previamente testificado por los profetas, los cuales hablaron de la justificación por medio del Cristo, el Ungido o el Mesías, el cual es Jesús. Solamente por medio de Jesús podemos ser exonerados de toda culpabilidad, esto es, justificados.


“23por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 24siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.”

V. 23-24 La Biblia establece que no hay diferencia entre judíos y griegos, por cuanto todos pecaron. No hay manera de tener una correcta relación con Dios, sino a través de Cristo. Sólo él se presentó como sacrificio ante el Padre para el perdón de nuestros pecados. De forma tal que, somos justificados (declarados libres de todo pecado) por gracia, mediante la redención en Cristo Jesús. Dos palabras resaltan del pasaje: gracia, lo que implica favor no merecido. Desde el punto de vista soteriológico, Dios revela su justicia, otorgando bien al que no la merece y esto, según el puro afecto de su voluntad. La segunda palabra, redención, implica el acto por el cual Dios satisface la deuda con el propósito de libertar al deudor.


“25a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados 26con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.”

V.25       El acto de gracia no se otorga sobre la nada, sino por la justicia alcanzada mediante el sacrificio de sangre realizado por Jesucristo. Las Escrituras establecen que sin derramamiento de sangre no se logra remisión de pecado, de tal manera que es Dios quien manifiesta su justicia mediante Cristo. Dicha justicia, muestra dos cosas; la gravedad de nuestro pecado, el que fue satisfecho por la muerte de Cristo y el medio por el cual podemos ser salvos. Pablo es enfático en señalar que es únicamente Dios quien justifica. De modo que, la de gracia se establece para manifestar la justicia de Dios, por la fe, a causa de haber pasado en su paciencia los pecados del hombre.  Decimos que la salvación es gratis, pero nos equivocamos, la misma costó un alto precio, la vida del unigénito Hijo de Dios, sobre la cruz del calvario.

V. 26 Pablo expone que Dios toleró en su paciencia los pecados de la humanidad con la mira de manifestar su amor sobre los vasos de misericordia, aquellos que heredarían la salvación, con el fin de manifestar su justicia y su gloria. 


“27¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe 28Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.”

V. 27      Si la condición del hombre es de muerte ante Dios y si la ley no puede salvarlo, sino mostrarle su pecaminosidad, ¿cómo pues podemos jactarnos? ¿No deberíamos más bien humillarnos, pues es Dios quien de manera libre y voluntaria decidió tener misericordia de nosotros por medio de Cristo? Es exclusivamente por medio de la fe en Jesucristo que podemos ser hallados limpios de pecado. Es la obra de Cristo y no la nuestra, la que nos justifica ante el Padre.

V. 28      La conclusión obvia es que, sólo mediante la fe en el sacrificio de Cristo, podemos recibir el impacto del plan predeterminado de Dios manifestado por medio de la ley.


“29¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.”

V. 29      En este punto de la carta, Pablo ya ha dejado claro que los judíos no poseen nada especial frente a Dios que no sea el hecho de haber sido escogidos por él para manifestar su plan de redención. Así que, Dios no es Dios de los judíos únicamente, sino de todos los que son llamados a creer, sean judíos o gentiles.


“30Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.”

V.30       Si la condición de los hombres ante Dios es la misma, el medio o remedio para ella (la condición pecaminosa) es igual para todos. Sin embargo, los judíos pensaban que estaban en una mejor posición ante Dios, que los gentiles. Pablo les asegura que Dios es uno y que él justificará a todos los que creen en Cristo, sean judíos o no. Además les dice que, no es la circuncisión de la carne la que evidencia la veracidad del pacto, sino la fe en Cristo y la obediencia. La circuncisión era sólo una señal de algo que debía ocurrir en el corazón, no en nuestra fisionomía en la carne, pues el problema del hombre pecaminoso de los hombres no es externo, sino interno, en el corazón. 


“31¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley.”

V.31       ¿La fe invalida la ley? No, sino que satisface la demanda de la misma, la cual es mostrar nuestra culpabilidad y guiarnos a Cristo por medio de la fe en él. Pablo presenta con toda claridad que las Escrituras siempre han enseñado que la salvación únicamente puede ser recibida por medio de la fe, lo que hará en el capítulo cuatro, al presentar el ejemplo de Abraham. En la carta a los Gálatas, Pablo aclara que la ley vino cuatrocientos treinta años después de la promesa, de forma tal que, el pacto fue establecido sobre la fe y no sobre la ley. 

"17Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. 18Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa. 19Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. 20Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno. 21¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. 22Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes" (Gálatas 3:17-22)

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