Por: Rvd. Gilberto Rufat
Introducción
En
el capítulo dos de la carta a los Romanos, Pablo deja claro que ningún ser
humano escapará del juicio de Dios. Además, en dicho capítulo se establece el
hecho de que todos juzgamos, ya que, consideramos ciertas cosas como malas, lo
cual evidencia la obra de Dios en nosotros. El juicio es un ejercicio de la
conciencia humana, un rasgo distintivo de la justicia de Dios en nosotros como
evidencia de que fuimos hechos a su imagen y semejanza.
Todo
juicio presupone un marco de referencia, norma o regla, ya que sin ella no
podríamos juzgar. En fin, todo juicio racional se emite entre la distinción de
dos cosas, personas y/o situaciones, entre otras pero sobre todo, sobre la base
de lo original, lo natural o lo que conocemos por experiencia. También, presupone
la distinción de lo bueno u original, sobre lo malo o la copia. De manera que,
no podemos hablar del mal sin hablar del bien, pues el mal no es otra cosa,
sino la ausencia del bien. La Biblia no enseña tal cosa como una dualidad en
Dios.
Pablo
establece por otra parte, que de la misma manera en que creemos que el mal
merece ser juzgado, Dios también lo ve. Sin embargo, a diferencia de Dios,
nosotros juzgamos ciertas cosas como malas o pecaminosas, pero las practicamos.
Por tal razón, sólo Dios puede juzgar con justo juicio, pues en él no existe el
mal. De manera que, el apóstol les pregunta, si alguno creía que podría escapar
del juicio de Dios, ya que, todos somos culpables y pecadores.
“1¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué
aprovecha la circuncisión?”
V.1 Después de que el apóstol expusiera la
incapacidad de ser salvos por la ley y de mostrar que aún los judíos eran
culpables, surge una pregunta legítima, ¿qué implica ser judío y de qué
aprovecha?
“2Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente,
que les ha sido confiada la palabra de Dios.”
V. 2 La ventaja de la nación judía radicaba
en el hecho de la revelación especial de Dios sobre los padres y la ley. Estos
poseían en la ley, la base correcta sobre la cuál podían conocer a Dios, juzgar
la vida y cimentarla. Además, por medio de la ley debían poder ver su propia
incapacidad de agradar a Dios, por medio de la ley.
“3¿Pues qué, si algunos de ellos han sido
incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios?”
V. 3 Otra pregunta legítima radicaba en que
si la incredulidad de una vasta mayoría implicaba infidelidad de parte de Dios.
Visto de otra manera, si Dios había faltado a la promesa sobre su pueblo. El
apóstol responde lo siguiente:
“4De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz,
y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus
palabras, Y venzas cuando fueres juzgado.”
V. 4 En este verso, Pablo expone que Dios
nunca ha fallado ni ha faltado a su promesa. En todo, eran los israelitas los
que habían fallado y habían sido infieles al pacto. Pablo argumenta que la
razón radicaba en que no todos eran parte del pueblo de Dios, tema que
posteriormente, en los capítulos nueve, diez y once, el apóstol abundará en
detalle. La propia incredulidad humana evidencia la necesidad de ser
transformados por Dios. Los que Dios llama, siempre responderán, pues su
gracia, a través de su llamado es y será eficaz. El ejemplo más claro de esto
es el llamado de los apóstoles, evidenciado en cómo ellos, dejando todo
siguieron a Jesús y cómo únicamente, el hijo de perdición falló del blanco, no
por Dios haber fallado, sino porque éste, aunque contado entre ellos, no era
parte de los mismos.
Diferente
sería, que luego de Dios cambiar nuestro corazón, lo que es llamado por el
apóstol como la verdadera circuncisión, retornáramos a la incredulidad. Si esto
fuera posible, entonces podríamos cuestionar si realmente Dios falló en su
operación, lo cual Pablo señala es imposible. El verso cuatro afirma que Dios
siempre vencerá cuando es juzgado, pues él no es culpable de nuestra rebelión y
maldad.
“5Y si nuestra injusticia hace resaltar la
justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como
hombre.) 6En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgaría Dios al
mundo?”
V. 5-6 Nuestra
propia injusticia muestra la justicia de Dios. El hecho que nuestras acciones
sean pecaminosas evidencia que sólo él es justo y por consiguiente, no hemos
participado de un cambio en nuestra naturaleza pecaminosa. De manera que, si
Dios nos castigara, no sería injusto. No hay injusticia en la naturaleza divina
y si Dios no fuera justo, entonces Pablo afirma, ¿cómo juzgaría el mundo?
“7Pero si por mi mentira la verdad de Dios
abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador? 8¿Y
por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es
justa, afirman que nosotros decimos): Hagamos males para que vengan bienes?”
V. 7-8 Pablo se
defiende de aquellos que injustamente le juzgaban por lo que predicaba. Decían
que éste enseñaba que el mal era necesario para disfrutar de la misericordia de
Dios, lo que era incorrecto, pues el planteamiento es que a pesar de nuestra
naturaleza pecaminosa, Dios salva mostrando mayor gracia sobre los que él quiere.
Esto es sin obras, pues el que está muerto espiritualmente no puede, ni
ayudarse, ni salvarse a sí mismo. El apóstol estaba consciente sobre la
incomprensión de su mensaje por parte de los que no habían creído, pero
continuaba predicando con la convicción de que el evangelio de la gracia, era
poder de Dios para salvación, en los que creerían, como lo afirma Romanos 1:16.
“9¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que
ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que
todos están bajo pecado. 10Como está escrito: No hay justo, ni aun
uno; 11 No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. 12 Todos
se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno. 13 Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua
engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; 14Su boca está
llena de maldición y de amargura. 15Sus pies se apresuran para
derramar sangre; 16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; 17
Y no conocieron camino de paz. 18 No hay temor de Dios delante
de sus ojos. 19Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a
los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede
bajo el juicio de Dios; 20ya que por las obras de la ley ningún ser
humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado.”
V. 9-20 Pablo
presenta la arrogancia del pueblo judío, de manera tal, que les era imposible
ver su propia pecaminosidad. El apóstol los coloca en una posición de igualdad
pecaminosa con relación a los gentiles, lo que para cualquier judío era una
ofensa. La propia ley daba testimonio de que ellos eran culpables ante Dios y
que el disfraz religioso no es lo mismo que una conversión a Dios. La ley
establecía, según el verso veinte, que nadie podía ser salvo o justificado
mediante la misma porque el verdadero propósito de la ley es mostrar nuestra pecaminosidad
y la incapacidad de ser hallados justos ante el Creador, pues por medio de la
ley es el conocimiento del pecado.
Lo que el apóstol
plantea es que a mayor conocimiento y entendimiento de la ley, mayor debería
ser nuestra conciencia de culpabilidad ante Dios. La ley expone nuestro pecado,
no nuestra justicia.
“21Pero ahora, aparte de la ley, se ha
manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas.”
V. 21 Las
Escrituras profetizaban que Dios establecería un nuevo pacto sobre la casa de
Israel. Un pacto por el que no serían guiados mediante una ley externa, sino
por un nuevo corazón, en el cual Dios colocaría su ley.
El problema de
la ley consiste en nuestra pecaminosidad, asunto que la ley no puede cambiar.
De modo que, Dios manifestaría a través de la misma ley, el medio por el cual
podíamos ser salvos y que según Gálatas, sería a través de la simiente
prometida a Abraham, la cual es Cristo.
“15Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto,
aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.
16Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente.
No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo. 17Esto, pues, digo: El pacto
previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos
treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. 18Porque
si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a
Abraham mediante la promesa. 19Entonces, ¿para qué sirve la ley?
Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a
quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de
un mediador. 20Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno”
(Gálatas 3:15-20).
Existe sólo una
manera de ser hallados libres de pecado ante Dios, mediante la justicia que
Dios provee. Los judíos ni los gentiles podían ser hallados justos ante Dios,
pero la ley testificaba que Dios enviaría su justicia, testificada por los
profetas y la ley, Cristo. Esto es de suma importancia, porque Pablo desea
establecer que su mensaje en nada difiere de lo ya testificado en la ley y los profetas.
La llegada del Mesías era el medio de salvación que todo judío esperaba.
“22la
justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en
él. Porque no hay diferencia.”
V. 22 La justicia de Dios es el medio por el
cual hombres pecadores podemos ser hallados aceptos ante Dios. La justicia de
Dios o su justificación es el acto por el cual Dios otorga perdón absoluto a
los que se acercan a su Hijo Jesucristo, por medio del arrepentimiento y la fe.
Justicia no del hombre, sino de Dios y es alcanzada única y exclusivamente por
medio de la gracia de Dios. Siendo el hombre culpable, no puede ser éste su
propio redentor, sino que Dios, contra quien hemos pecado, es quien decide de
manera libre y voluntaria, cómo y a quién perdona. Pablo se reitera en que, el
mensaje de la justicia a través de la fe no es nuevo, sino, uno previamente
testificado por los profetas, los cuales hablaron de la justificación por medio
del Cristo, el Ungido o el Mesías, el cual es Jesús. Solamente por medio de
Jesús podemos ser exonerados de toda culpabilidad, esto es, justificados.
“23por cuanto todos pecaron, y están destituidos
de la gloria de Dios, 24siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.”
V. 23-24 La
Biblia establece que no hay diferencia entre judíos y griegos, por cuanto todos
pecaron. No hay manera de tener una correcta relación con Dios, sino a través
de Cristo. Sólo él se presentó como sacrificio ante el Padre para el perdón de
nuestros pecados. De forma tal que, somos justificados (declarados libres de
todo pecado) por gracia, mediante la redención en Cristo Jesús. Dos palabras
resaltan del pasaje: gracia, lo que implica favor no merecido. Desde el punto
de vista soteriológico, Dios revela su justicia, otorgando bien al que no la
merece y esto, según el puro afecto de su voluntad. La segunda palabra,
redención, implica el acto por el cual Dios satisface la deuda con el propósito
de libertar al deudor.
“25a quien Dios puso como propiciación por medio
de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por
alto, en su paciencia, los pecados pasados 26con la mira de
manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que
justifica al que es de la fe de Jesús.”
V.25 El acto de gracia no se otorga sobre la
nada, sino por la justicia alcanzada mediante el sacrificio de sangre realizado
por Jesucristo. Las Escrituras establecen que sin derramamiento de sangre no se
logra remisión de pecado, de tal manera que es Dios quien manifiesta su
justicia mediante Cristo. Dicha justicia, muestra dos cosas; la gravedad de
nuestro pecado, el que fue satisfecho por la muerte de Cristo y el medio por el
cual podemos ser salvos. Pablo es enfático en señalar que es únicamente Dios
quien justifica. De modo que, la de gracia se establece para manifestar la
justicia de Dios, por la fe, a causa de haber pasado en su paciencia los pecados
del hombre. Decimos que la salvación es
gratis, pero nos equivocamos, la misma costó un alto precio, la vida del
unigénito Hijo de Dios, sobre la cruz del calvario.
V. 26 Pablo
expone que Dios toleró en su paciencia los pecados de la humanidad con la mira
de manifestar su amor sobre los vasos de misericordia, aquellos que heredarían
la salvación, con el fin de manifestar su justicia y su gloria.
“27¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda
excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe 28Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.”
V. 27 Si la condición del hombre es de muerte
ante Dios y si la ley no puede salvarlo, sino mostrarle su pecaminosidad, ¿cómo
pues podemos jactarnos? ¿No deberíamos más bien humillarnos, pues es Dios quien
de manera libre y voluntaria decidió tener misericordia de nosotros por medio
de Cristo? Es exclusivamente por medio de la fe en Jesucristo que podemos ser
hallados limpios de pecado. Es la obra de Cristo y no la nuestra, la que nos
justifica ante el Padre.
V. 28 La conclusión obvia es que, sólo mediante
la fe en el sacrificio de Cristo, podemos recibir el impacto del plan
predeterminado de Dios manifestado por medio de la ley.
“29¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es
también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.”
V. 29 En este punto de la carta, Pablo ya ha
dejado claro que los judíos no poseen nada especial frente a Dios que no sea el
hecho de haber sido escogidos por él para manifestar su plan de redención. Así
que, Dios no es Dios de los judíos únicamente, sino de todos los que son
llamados a creer, sean judíos o gentiles.
“30Porque Dios es uno, y él justificará por la
fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.”
V.30 Si la condición de los hombres ante Dios
es la misma, el medio o remedio para ella (la condición pecaminosa) es igual
para todos. Sin embargo, los judíos pensaban que estaban en una mejor posición
ante Dios, que los gentiles. Pablo les asegura que Dios es uno y que él
justificará a todos los que creen en Cristo, sean judíos o no. Además les dice
que, no es la circuncisión de la carne la que evidencia la veracidad del pacto,
sino la fe en Cristo y la obediencia. La circuncisión era sólo una señal de
algo que debía ocurrir en el corazón, no en nuestra fisionomía en la carne,
pues el problema del hombre pecaminoso de los hombres no es externo, sino
interno, en el corazón.
“31¿Luego por la fe invalidamos la ley? En
ninguna manera, sino que confirmamos la ley.”
V.31 ¿La fe invalida la ley? No, sino que
satisface la demanda de la misma, la cual es mostrar nuestra culpabilidad y
guiarnos a Cristo por medio de la fe en él. Pablo presenta con toda claridad
que las Escrituras siempre han enseñado que la salvación únicamente puede ser
recibida por medio de la fe, lo que hará en el capítulo cuatro, al presentar el
ejemplo de Abraham. En la carta a los Gálatas, Pablo aclara que la ley vino
cuatrocientos treinta años después de la promesa, de forma tal que, el pacto
fue establecido sobre la fe y no sobre la ley.
"17Esto, pues, digo: El pacto previamente
ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años
después, no lo abroga, para invalidar la promesa. 18Porque si la
herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a
Abraham mediante la promesa. 19Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue
añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien
fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un
mediador. 20Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno. 21¿Luego
la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley
dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. 22Mas
la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe
en Jesucristo fuese dada a los creyentes" (Gálatas 3:17-22)
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