lunes, 10 de marzo de 2014

Los 24 protocolos de los sabios de Sion


Es importante antes conocer el significado de algunos términos usados en este documento:

Goim: (singular: goy) palabra hebrea que se usa en forma despectiva para referirse a los gentiles (los no judíos) y que significa ganado.


Sionismo: movimiento mundial para el avance y cuidado de los intereses político-económicos de los judíos.


Gentiles: (ver goim).


Masonería: en la actualidad son sociedades secretas que trabajan misteriosamente en la sombra, empleando toda clase de artimañas subterráneas. En su mayor parte estas organizaciones están integradas por los judíos, tanto en la cúpula como en sus distintas jerarquías o grados.


Francmasonería: organización aristocrática dentro de la masonería, la cual es rica y poderosa. Está protegida por los soberanos, y cuyos miembros son admitidos en la corporación luego de una iniciación, seguida de pruebas morales y físicas. Esta secta tiene la discrecionalidad de eliminar secreta o públicamente a quienes no consideran aptos.


Protocolo I



El derecho de la fuerza. La libertad no es más que una idea. El libre pensamiento. Oro, religión, independencia. El enemigo interior. La multitud, la anarquía. La política y la moral. El derecho del más fuerte. El poder judío-masónico es invencible. El fin justifica los medios. La muchedumbre es ciega. El alfabeto político. Principios y bases del gobierno judío-masónico. Libertad, igualdad y fraternidad. La aristocracia nueva. Cálculo psicológico.



Hablemos con franqueza, debatiendo el sentido de cada idea y haciendo resaltar por comparaciones y deducciones su explicación. De este modo, expondré el concepto de nuestra política así como la de los goim.



Es de notar como el número de hombres con instintos perversos supera al de aquellos con instintos nobles. Por tanto, la violencia y la intimidación son preferibles a los discursos elegantes cuando se trata de gobernar al mundo. Todo hombre aspira al poder: cada uno desearía ser un dictador; casi todos sacrificarían el bienestar del prójimo por alcanzar sus metas personales.



¿Qué es lo que ha sometido hasta ahora a esas fieras salvajes y de rapiña que llamamos hombres? ¿Por quién han estado gobernados hasta el presente? En las primeras épocas de la sociedad, estaban dominados a la fuerza bruta y ciega; después, se sometieron a la ley, que en realidad no es otra cosa que la misma fuerza disfrazada. Esta consideración me lleva a deducir que, fijándonos en la ley natural, el derecho reside en la fuerza.



La libertad política no es un hecho, pero si una idea. Una idea que es necesario saber aplicar cuando conviene, a fin de atraer a las multitudes y despojar al partido rival. El problema se simplifica si el referido rival se ha contagiado con las ideas del llamado liberalismo y, por amor de esas ideas, cede una parte de su poder. Así, nuestra idea triunfara; por ley natural, cuando uno suelte las riendas del poder, otro lo habrá de tomar porque las masas no saben existir sin jefe. El nuevo gobierno toma el sitio del antiguo, debilitado por el liberalismo.



Hoy, el poder de los dirigentes liberales ha sido sustituido por el del oro. Alguna vez, gobernó la religión. Empero, la libertad es irrealizable porque nadie sabe servirse de ella con moderación. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje; inmediatamente, nacen polémicas que no tardan en convertirse en choques sociales: los estados se desbaratan y pierden su importancia. Da igual que un país se agote por sus propias convulsiones interiores o por las guerras civiles: en uno u otro caso, está perdido, queda en nuestras manos. El despotismo del capital está enteramente en nuestro poder; se lo propondremos al estado como único asidero, y habrá de sujetarse de este si no quiere caer al despeñadero.



Si, por liberalismo, alguno quisiera convencerme de que estos razonamientos son inmorales, yo le diría: no es inmoral que un estado proceda sin cuartel contra el enemigo interno que socava sus cimientos, arruina la propiedad y despedaza el orden social de la misma forma que acomete al enemigo exterior.



En un medio donde se permitan las discusiones, ningún espíritu sensato estima poder gobernar a las masas con razones y cordura. Para evitar las objeciones, hay que seducir al pueblo que es incapaz de reflexionar profundamente con representaciones ridículas; la mayoría está guiada por ideas mezquinas, costumbres, tradiciones y teorías sentimentales. El populacho ignorante y no iniciado, así como todos los que han salido de su seno, se sume en discusiones partidarias que le impiden toda posibilidad de acuerdo, aun en cuestiones basadas en argumentos concretos. Las decisiones de las masas dependen de una mayoría, casi siempre casual y momentánea; se la prepara con anticipación, ya que, en su ignorancia de los secretos políticos, adopta disposiciones absurdas y siembra en los gobiernos el germen de la anarquía.



La política no tiene nada que ver con la moral. Un jefe de estado que pretenda gobernar con arreglo a leyes morales, no es hábil y, por tal, no está bien afianzado en su asiento.

Todo el que quiera gobernar debe recurrir al engaño y a la hipocresía. En política, el honor y la sinceridad se convierten en vicios que despachan a un mandatario más pronto que sus mayores enemigos. Afirmamos dichas cualidades para los gentiles; pero nosotros, bajo ningún concepto, nos sentimos comprometidos con ellas.



Nuestro derecho reside en la fuerza. El vocablo derecho expresa una idea abstracta, sin base e inaplicable; ordinariamente, significa: proporcióname cuanto preciso para sojuzgarte. ¿En dónde empieza el derecho? ¿En dónde termina? En un estado desorganizado, el poder de las leyes o el del soberano se disipan por la incesante usurpación de las libertades; en este caso, procedo con la fuerza para destruir los métodos y reglamentos existentes: me apodero de las leyes, reorganizo las instituciones y, así, me convierto en dictador de quienes, libremente, han renunciado a su poder y nos lo han rendido. Nuestra fuerza, dada la situación quebradiza de todos los poderes civiles, será mucho mayor que ninguna otra porque, siendo invisible, no podrá ser atacada; y llegara el día en que sea tan impetuosa que ningún acto de astucia pueda destruirla.



Del daño causado, brotara un gobierno indestructible que restablecerá los mecanismos de subsistencia que han sido destruidos por el liberalismo. El fin justifica los medios. Es necesario no cejar en nuestro plan, poner mayor esmero en lo necesario y aprovechable que en lo bueno y moral. Este es un plan, una estrategia de la que no podemos apartarnos sin renunciar a la obra que iniciamos hace ya muchos siglos.



Al trazarnos un plan de acción, debemos tener en cuenta la cobardía, la debilidad, la inconstancia y el desequilibrio de las masas; estas son incapaces de comprender o acatar las condiciones de su propia existencia y de su bienestar. Hay que ver como la fuerza de las masas es ciega, ilógica y cambiante.



Cuando un ciego conduce a otro, ambos caen al precipicio; en consecuencia, los advenedizos salidos de las filas del pueblo, aunque sean unos genios, no pueden colocarse a la cabeza de las masas sin arruinar la nación. Solo una persona preparada desde su infancia para ejercer la soberanía autocrática puede comprender las palabras formadas por las letras del alfabeto político. El pueblo abandonado a sí mismo, es decir, a jefes salidos de sus filas, se pierde en luchas partidarias nacidas del afán de poder y el ansia de renombre; así, se crean la revuelta y el desorden.



¿Pueden las masas juzgar serenamente y administrar los negocios del estado sin rivalidades, sin confundir dichos negocios con sus propios intereses? ¿Podrían defenderse contra un enemigo extranjero? Esto es imposible. Cualquier plan dividido entre tantas cabezas como son las de las multitudes, resulta ininteligible e irrealizable.



Solo un autócrata puede concebir vastos proyectos y asignar a cada entidad una función dentro del mecanismo gubernamental. Por eso sostenemos que, para administrar eficazmente un país, el gobierno debe estar en manos de una sola persona. Sin el despotismo absoluto, la civilización es imposible; la civilización no es obra de las masas, sino del que las dirige, sea este el que fuere. El populacho es bárbaro y así se muestra siempre. En cuanto el pueblo cree que ha conquistado la libertad, se desbanda hacia la anarquía, que es la representación más perfecta de la barbarie.



Ved esos brutos alcoholizados, embrutecidos por la bebida, que la libertad tolera sin límites. ¿Es que vamos a permitir nosotros y permitirles a nuestros semejantes el imitarlos? En los países cristianos, el pueblo esta embrutecido por el alcohol, la juventud esta trastornada por la intemperancia prematura en la que nuestros agentes la han iniciado cubiertos con distintos disfraces: preceptores, criados, institutrices de las casas ricas, empleados, prostitutas; y es preciso añadir a estas últimas aquellas que se conocen con el nombre de "femmes du monde", sus imitadoras voluntarias en materia de lujo y corrupción.



Nuestra divisa debe ser fuerza e hipocresía. Solo la fuerza da la victoria en política, sobre todo cuando se oculta con destreza por quienes gobiernan un estado. La violencia debe ser un principio. El engaño y la hipocresía son las reglas de oro de aquellos gobiernos que no quieren caer ante un nuevo poder. Con estos perjuicios se consigue el bien. No nos detengamos innecesariamente ante la corrupción, la compra de conciencias, la impostura y la traición, porque con ellas servimos a nuestra causa.



En política, no dudemos en confiscar la propiedad, si de este modo podemos conseguir sumisión y poder.



Siguiendo la vía de las conquistas pacíficas, nuestro estado habrá de sustituir los horrores de la guerra por ejecuciones discretas y diligentes, necesarias para mantener el terror y producir una ciega sumisión. La severidad intolerante es un factor esencial del poder de un estado. Con ella alcanzamos grandes ventajas y nos acercamos a la deseada victoria de la violencia y la hipocresía. Para imponernos, son tan importantes como nuestros principios los medios que empleamos para ponerlos en ejecución. Los procedimientos que empleamos y la rigidez de nuestras doctrinas nos darán el triunfo; es decir, haremos a todos los gobiernos esclavos del nuestro. Deben aprender que somos despiadados cuando nos hacen resistencia.



Fuimos nosotros los primeros en gritar ante el pueblo: libertad, igualdad y fraternidad.Estas palabras las repiten frecuentemente desde entonces irreflexivas cacatúas de todas partes del mundo. Repitiéndolas, han despojado a la sociedad de la prosperidad material y al individuo de la libertad personal, que es ya una antigualla. Ni siquiera los gentiles más aguzados han reflexionado sobre lo abstracto de esas tres palabras: las pronuncian sin considerar que no concuerdan unas con otras y que se contradicen.



No comprenden los sabios gentiles la desigualdad natural: la naturaleza invento tipos disímiles, muy desiguales en inteligencia, carácter y capacidad. Tampoco entienden la sumisión a las leyes naturales. Estos pretendidos eruditos no han descubierto aun que las masas son ciegas, como lo son también aquellos que salen de su seno para gobernar.

No han considerado que un hombre mediocre, con la preparación necesaria, gobernara; sin embargo, un genio, sin dicha instrucción, se hallara despistado en la política. ¡Todo esto se les ha escapado a los gentiles!



Sobre esas bases se fundamentaba el régimen dinástico. El padre enseñaba al hijo el sentido y la marcha de las evoluciones políticas; de tal manera, excepto los miembros de la dinastía, nadie, ni el pueblo gobernado, conocía la política. Con el tiempo, el sentido de los principios que habían sido trasmitidos de generación en generación se perdió. Es precisamente esta perdida la que apresta al triunfo de nuestra causa.



Nuestros gritos de libertad, igualdad, fraternidad, cautivaron agentes inconscientes, legiones enteras que enarbolaban nuestras banderas con entusiasmo. Esas palabras roían la prosperidad de los cristianos, despedazando su armonía, entereza y solidaridad; con ellas desmenuzamos los fundamentos de los estados. Fue esto lo que nos dio la victoria proporcionándonos, entre otras cosas, la abolición de privilegios; o sea, la supresión de la aristocracia de los gentiles en todas las naciones, que era la única protección que tenían contra nosotros.



Sobre las ruinas de la aristocracia natural y hereditaria levantaremos, sobre bases plutocráticas, una aristocracia nuestra. Esta nueva aristocracia es la de la economía, que siempre estará dominada por nosotros, al igual que la ciencia que nuestros sabios nos han enseñado.



Posibilitaran nuestro triunfo las relaciones con las personas que nos son indispensables.Sabremos explotar la endebles de nuestras víctimas: los beneficios de que disfrutan, su codicia, su ambición insaciable y las necesidades materiales del hombre; cada una de estas debilidades, tomada por separado, es capaz de paralizar cualquier iniciativa. Ellos le entregan su voluntad a aquellos que los han corrompido.



Dada la índole abstracta de la palabra libertad, podemos persuadir al pueblo de que el gobierno representa solamente a los propietarios. Por consiguiente, se le puede desechar como a un objeto inútil.



Es precisamente la posibilidad de destituir y reemplazar a los representantes de las naciones lo que los ha puesto a nuestra disposición y nos facilita su nombramiento.



Protocolo II



La guerra económica, base de la preponderancia judía. Funcionarios desaprensivos y consejeros secretos. Éxitos de las tendencias subversivas en la ciencia. La asimilación en política. Importancia de la prensa.



Precisamos que las guerras no causen ventajas territoriales. Llevados así los conflictos al terreno económico, las naciones reconocerán la fuerza de nuestra supremacía; tal situación pondrá a ambos adversarios a la disposición de nuestros agentes internacionales, que disponen de recursos ilimitados, para los que no hay fronteras.

Entonces nuestros derechos internacionales barrerán las leyes del mundo entero; gobernaran de dicho modo a los estados como si se tratara de arreglar cuestiones entre ciudadanos de un país.



Los gobernantes, elegidos de entre el pueblo por nosotros mismos, en razón de sus aptitudes serviles, serán individuos no preparados para el gobierno del país. Así, por este camino, vendrán a ser los peones de nuestro juego de ajedrez fácilmente manejables por las manos de nuestros sabios y geniales consejeros, de nuestros especialistas educados y formados desde su tierna edad para el manejo de los negocios de todo el mundo. Como ya lo sabéis, estos hombres han estudiado la ciencia de gobernar con arreglo a nuestros planes políticos y a la experiencia de la historia, siempre observando los acontecimientos de actualidad. Los gentiles no se preocupan ni aprovechan las observaciones que constantemente proporciona la historia, conformándose en seguir teorías rutinarias, sin preocuparse de si dan o no buenos resultados. Por lo tanto, dejemos a los gentiles y no nos ocupemos de ellos; que se diviertan hasta la consumación de los tiempos, que vivan con sus esperanzas de nuevos placeres, o con los recuerdos de las alegrías pasadas. Que sigan creyendo que todas esas leyes teóricas que les hemos inculcado son de una suprema importancia. Con estas ideas en perspectiva y el concurso de nuestra prensa, les haremos aumentar sin cesar la confianza ciega que tienen en sus leyes. Lo más selecto entre los gentiles se enorgullecerá de su ciencia y, sin ninguna confirmación, la pondrá en práctica; la profesaran tal como se la hayan presentado nuestros especialistas, moldeando sus juicios con las ideas que se nos antojen a nosotros.



No penséis que carecen de fundamento nuestras afirmaciones. Reparad en el éxito que supimos insuflarles al darwinismo, al marxismo y al nietzcheismo. El efecto desmoralizador de sus doctrinas en la imaginación de los gentiles es evidente.



Tenemos necesidad de contar con las ideas, los caracteres y las tendencias modernas de los pueblos a fin de no cometer faltas en la política o en la administración de los países. 

Nuestro triunfo dependerá de cómo nos adaptemos al temperamento de las naciones con las que nos ligamos; esto solamente podrá realizarse aplicando las experiencias del pasado a las consideraciones del presente.



Los estados modernos poseen una gran fuerza creadora: la prensa. La prensa da a conocer las reclamaciones del pueblo, expresando el descontento de este y, de paso, sembrando la disensión. La prensa encarna la libertad de palabra. Como los estados no han sabido explotar dicha potencia, nosotros nos hemos apoderado de ella. Mediante la prensa, hemos adquirido una gran influencia desde el anonimato. Gracias a la prensa, hemos acumulado oro, a pesar de los torrentes de sangre y los incontables sacrificios que nos ha costado. Cada una de esas víctimas, no obstante, vale lo que millares de cristianos ante dios.



Protocolo III



La serpiente simbólica y su significación. Inestabilidad del equilibrio constitucional. Poder y ambición. Charlatanería parlamentaria. Libelos y abuso de poder. Esclavitud económica: los derechos del pueblo. Ejército de la judío-masonería. El hombre y los derechos del capital. La multitud y la coronación del amo del mundo. Resumen fundamental de los futuros programas de las escuelas masónicas populares. Secreto de la ciencia de la vida social. Inviolabilidad de los judíos. El despotismo de la masonería y el reinado de la razón. La masonería y la revolución francesa. El rey déspota es de la estirpe de Sión. La inviolabilidad de la masonería. Papel que desempeñan los agentes secretos de la francmasonería. La libertad.



Actualmente, nos hallamos muy cerca de lograr nuestro objetivo final. Nos queda por recorrer un pequeño trecho antes que se cierre el círculo de la serpiente, símbolo de nuestro pueblo. Cuando se complete el cerco, quedaran encerrados y atenazados, como por una recia cadena, todos los estados de Europa.



Muy pronto, se habrán de desplomar los pilares de los estados constitucionales que aún quedan en pie; los estamos desequilibrando continuamente para que se vengan abajo. 

Los gentiles creen que están afianzados sólidamente en sus bases nacionales y que el equilibrio de sus países habrá de durar. Pero los jefes de sus estados son disminuidos por servidores incapaces, habituados a las intrigas y a un terror que jamás cesa.Distanciado de la conciencia de su pueblo, el gobernante no sabe defenderse de intrigantes ávidos de poder.



Le hemos retirado al pueblo el raciocinio, dejándole intacta la fuerza bruta; ni la una ni la otra son significantes ya, como en el caso de un ciego que anda sin lazarillo que lo guíe. Para incitar a los ambiciosos a abusar del poder, lanzaremos unas fuerzas contra las otras, alentando las tendencias extremas a reclamar la independencia. Hemos animado con tal fin todas las inclinaciones, hemos armado a todos los partidos y hemos convertido el poder en el objeto de todas las ambiciones. Hemos transformado todos los estados en arenas en que se desarrollan todas las luchas.



El desorden y la bancarrota aparecen por todas partes. Charlatanes inagotables han transformado las sesiones de los parlamentos y las asambleas gubernativas en torneos oratorios. Periodistas pretenciosos y panfleteros desvergonzados atacan continuamente a los administradores. Los abusos de poder preparan el desplome de instituciones que sucumbirán atropelladas por multitudes enloquecidas.



Los pueblos serán esclavizados con el yugo del pan. La miseria que los habrá de oprimir será mucho mayor que la que conocieron durante el mando de sus antiguos señores; de aquellos ricos podían desatarse de una u otra manera, pero nadie los librara luego de la indigencia absoluta. Los derechos que hemos consignado en las constituciones son ficticios para las masas, no son reales. Todos estos llamados derechos del pueblo no pueden existir sino en la imaginación, pero nunca en la realidad.



¿De qué le vale a un proletario, debilitado por el trabajo y oprimido por su triste suerte, que a un charlatán se le conceda el derecho de hablar y a un periodista el de publicar tonterías? El proletariado no recoge más que las migajas que les damos por sus votos para la elección de nuestros agentes. Los derechos republicanos se traducen en una acre ironía para el pobre, cuyo trajín cotidiano no le permite disfrutarlos; al ejercerlos, pierde su salario y empieza a depender de las huelgas, ya sean causadas por los patronos o por sus camaradas.



Dirigido por nosotros, el pueblo destruye a la aristocracia, que es su protectora, porque sus intereses estaban inseparablemente unidos a la prosperidad del pueblo. Después de destruir los privilegios de la nobleza, el pueblo cae inevitablemente en manos de vividores y advenedizos que los oprimen despiadadamente.



Nuestra misión es aparecer como los libertadores del trabajador. Debemos hacerles creer que van a salir de la opresión si ingresan en nuestros ejércitos socialistas, anarquistas y comunistas. Debemos hacerles ver que les ayudamos con espíritu de fraternidad, que estamos animados por esa solidaridad humana que pregona nuestra masonería socialista.



La nobleza, que distribuía el trabajo entre las clases laboriosas, apostaba porque los obreros estuviesen alimentados, sanos y fuertes. Nuestro interés, al contrario, es que los gentiles degeneren. Nuestro poder reside en la hambruna crónica y la impotencia del obrero. Así le sujetaremos mejor a nuestra voluntad, y no habrá de hallar nunca las fuerzas ni la energía para volverse contra nosotros.



Más que el poder real o legal, el hambre le otorga al capital derechos sobre los trabajadores. Manejaremos a las multitudes explotando el odio envidioso que resulta de la miseria. Sirviéndonos de la opresión y las necesidades, remataremos a aquellos que se nos enfrenten. Cuando llegue el momento de coronar a nuestro soberano universal, ese mismo populacho barrera todo obstáculo que pudiera atravesársele en el camino.



Los gentiles han perdido ya la capacidad de reflexionar sobre materias científicas sin nuestra ayuda. De ahí que no adviertan aquello que reservamos para cuando nos llegue el momento: en las escuelas debe enseñarse la primera de todas las ciencias, la ciencia de la vida del hombre y de las condiciones sociales; ambas disciplinas exigen la parcelación del trabajo y, por consiguiente, la ordenación de todo el personal en castas y en clases. Todo el mundo debe entender que, siendo las labores tan disímiles, no puede haber una verdadera igualdad. Es preciso también establecer que quienes comprometan a toda una clase por sus actos tienen, ante la ley, una responsabilidad mayor a la de quienes cometen, por ejemplo, un crimen que comprometa su honor personal.



La verdadera ciencia del ordenamiento social, en cuyos secretos no admitimos a los gentiles, persuadirá a todo el mundo de que tanto el puesto como la ocupación de cada cual deberán estar reservados a castas determinadas. Se evitara, por ende, la frustración que produce en el ser humano una formación irreconciliable con el destino laboral del individuo. Si el pueblo cultivara esta ciencia, se sometería de buena voluntad al orden establecido por ella en el estado vigente. Sin embargo, el populacho, ignorante de la ciencia, acredita ciegamente todo cuanto le damos impreso: engullen los hombres las fantásticas ilusiones que les hemos inculcado y se vuelven enemigos de todas las condiciones que creen superiores a sí mismos, sin comprender la trascendencia de las diferentes clases sociales.



Este odio aumentara en virtud al aprieto bursátil que paralizara eventualmente el comercio y la industria. Crearemos una crisis económica general con la ayuda del oro que, casi en su totalidad, está en nuestro poder. Simultáneamente, echaremos a las calles de toda Europa multitudes de desocupados.



Las masas voluptuosas de sangre, precipitándose sobre todos aquellos que envidiaron desde la infancia, verterán su sangre y, de paso, se darán a saquear sus bienes. A nosotros no nos harán daño porque conoceremos de antemano el momento del ataque y tomaremos medidas para proteger nuestras personas e intereses.



El progreso somete a los gentiles al reino de la razón. Ese habrá de ser nuestro despotismo, que sabrá calmar las agitaciones y suprimir con todo rigor las ideas liberales en nuestras instituciones. Cuando el populacho vea que se le han hecho tantas concesiones en nombre de la libertad, juzgara ser amo y señor y se lanzara sobre el poder. Como un ciego, ira tropezando con mil obstáculos. Luego, por no volver al antiguo régimen, depositara el poder a nuestros pies.



Recordad la revolución francesa, que nosotros llamamos la grande; conocemos como se fraguo porque fue obra nuestra. Desde entonces, hemos llevado a los pueblos de una decepción a la otra, a fin de que renuncien a nosotros mismos en provecho del rey déspota, de la sangre de Sion, que estamos preparando para el mundo entero.



Actualmente, somos invulnerables como fuerza internacional porque cuando nos ataca un estado nos defiende otro. La cobardía sin límites de los pueblos cristianos favorece nuestra independencia porque se arrastran delante del poderoso y son inmisericordes con el débil: no tienen piedad con quienes cometen faltas, pero son clementes con quienes perpetran crímenes. No soportan las contradicciones de la libertad ya que, en su indulgencia, se muestran sumisos hasta el martirio ante la violencia de un despotismo audaz: esto favorece nuestra independencia. Los gentiles soportan dichos abusos de manos de sus dictadores actuales, presidentes del consejo y ministros; sin embargo, por tales ofensas hubieran decapitado a veinte reyes.



¿Cómo explicarse tal fenómeno y tal incoherencia de las masas populares a la luz de acontecimientos que parecen de una misma naturaleza? esa rareza se explica por el hecho de que los déspotas convencen al pueblo, por medio de sus agentes, de que el mal manejo del poder y el consiguiente perjuicio al estado se hace en la consecución del bienestar y la prosperidad del pueblo por la fraternidad, la unión y la igualdad internacional.



Naturalmente, no se habrá de saber que dicha unificación podrá lograrse tan solo bajo nuestro mando. En tanto, observaremos como el populacho condena al inocente y absuelve al culpable, convencido de su libre albedrío. Con tales pensamientos, las multitudes desequilibran la sociedad y el desorden queda asegurado.



La palabra libertad pone a la sociedad en pugna con todos los poderes, ya se trate de la naturaleza o del mismo dios. Por eso, cuando tomemos el poder, excluiremos dicho término del vocabulario humano ya que expresa el principio de brutalidad que transforma a los hombres en bestias. Es verdad que las fieras se amodorran cuando están hartas de sangre, siendo entonces más fácil encadenarlas; mas, si no se les proporciona sangre, en vez de dormitar, riñen.



Protocolo IV



Las diversas fases de una república. Acción oculta de las logias. La libertad y la fe. La concurrencia internacional del comercio y la industria. La especulación. El culto del oro.



Toda república experimenta distintos periodos. Se inicia como un invidente que arrolla y quiebra lo que le sale al paso. Seguidamente, le abre paso al demagogo que hace germinar la anarquía y la cultiva con la finalidad de cosechar el despotismo; no se trata de un despotismo oficial si no encubierto, pero que se deja sentir. Generalmente, el atropello está dirigido por alguna sociedad secreta que, oculta detrás de sus agentes, se muestra audaz y sin escrúpulos. Este poder irá colocando sus agentes donde mejor le convenga. Dichos cambios corresponderán a la apetencia de desembarazarse de viejos servidores cuyos servicios resultan ya costosos.



¿Quién podría destronar un poder escondido? nuestra fuerza es invisible. La logia masónica sirve para encubrir nuestros designios. El uso que hagamos de este poder, al igual que el emplazamiento de nuestros cuarteles generales, siempre será ignorado del público.



De basarse en la religión, en la fe en dios y en la fraternidad humana, la libertad podría ser inofensiva; si la libertad descartara las ideas de igualdad, que contradicen las leyes de la creación (que a su vez establece la subordinación), podría existir en el gobierno sin ser perjudicial a la prosperidad del pueblo. Con tal fe, el pueblo se dejaría gobernar por las parroquias y marcharía humilde y tranquilo bajo la dirección de sus pastores espirituales, sometido en la tierra a la divina providencia. Por eso es preciso arrancar del espíritu de los cristianos la concepción misma de dios, sustituyéndola por cálculos aritméticos y por las necesidades materiales de la vida.



Para no despertar las sospechas de los cristianos con respecto a nuestra política, es preciso entretenerlos y llamar su atención del lado del comercio y de la industria. De esa forma, las naciones lucharan por sus intereses particulares, sin notar el asecho del enemigo común. Mas, para que la libertad pueda desagregar y arruinar la vida social de los gentiles, es preciso establecer la especulación. De esta forma, se conseguirá evitar que los gentiles retengan las riquezas procedentes de la producción del suelo y de la industria: por vía de la especulación, toda la economía caerá a nuestras manos.



La lucha por la supremacía y los choques en el mundo de los negocios crearan una sociedad desencantada, egoísta y sin corazón. Esta sociedad sentirá indiferencia por la religión y una profunda repugnancia por la alta política. Su guía será el cálculo y su culto la pasión del oro. Los hombres harán todos los esfuerzas imaginables por conseguir el dinero que puede proporcionarles los bienes materiales. Entonces, la clase inferior de los cristianos se nos unirá en contra de nuestros rivales más inteligentes; no lo harán por ideales, ni siquiera por deseos de riqueza, lo harán por odio a las clases acomodadas.



Protocolo V



Organización centralizada. Medios de llegar al poder por la masonería. Causas de la imposibilidad de entendimiento entre los estados. El oro, motor de los mecanismos gubernamentales. Los monopolios del comercio y la industria. Importancia de la crítica. Como captarse la opinión pública. Importancia de la iniciativa personal. El gobierno supremo.



¿Qué gobierno puede resultar de la confusión y la corrupción general, de donde la riqueza se adquiere por la astucia y el fraude, del desorden, de donde la ética se impone por sanción en vez de consentimiento, en donde los sentimientos de patria y religión han cedido ante el empuje de las teorías liberales? ¿Qué estilo de gobierno más que el despotismo puede regir a estas sociedades?



Los judíos queremos establecer un todopoderoso gobierno central que nos permita manejar a todas las fuerzas sociales. Legislaremos la vida política de nuestros súbditos considerándolos como piezas del engranaje de una máquina. La legislatura los ira despojando gradualmente de las libertades y los privilegios que los cristianos les habían concedido. Nuestro gobierno alcanzara tal grado de despotismo que podremos despedazar y sojuzgar a los opositores y a los descontentos cuando y donde sea.



Pero cuando se nos diga que este despotismo de que hablo no está en armonía con los progresos modernos, yo demostrare lo contrario.



Cuando los pueblos creían que los soberanos eran emanaciones de la voluntad divina, se sometían sin chistar al despotismo de sus monarcas. Sin embargo, desde que le inoculamos al populacho la noción de sus propios derechos, consideran a los reyes como simples mortales. En cuanto les quitamos su fe religiosa, la autoridad paso a la calle, como si fuera de propiedad pública, y nos apoderamos de esta. Además de recurrir a todo género de estratagemas, nuestros dirigentes gobiernan tanto a las masas como a los individuos: se valen de unas teorías y una fraseología hábilmente combinadas sin producir reglas para la vida social.



Estas teorías, de las cuales los gentiles no comprenden absolutamente nada, se acomodan a nuestro genio administrativo, fundado en el análisis y la observación, matizado por sutilezas conceptuales sin rival: no hay nadie tan ducho como nosotros en la preparación de planes de acción política y de solidaridad. Solo conocemos una sociedad que puede aventajarnos en la ciencia de gobernar: la compañía de Jesús; pero podemos desacreditar a los jesuitas, que no se ocultan, mientras que nuestra organización se escuda siempre en el secreto.



Por otra parte, ¿qué le importa al mundo que el amo que le toque tener sea el jefe de la iglesia cristiana o un déspota de la sangre de Sion? Pero para nosotros, el pueblo elegido, esto tiene una gran importancia.



En algún momento, una coalición de cristianos podría dominarnos. No obstante, estamos protegidos contra ellos por la profunda discordia y el intenso odio que hemos sembrado en sus corazones. Hemos logrado desarticular a los gentiles, enfrentando a los unos contra los otros en sus cálculos individuales y nacionales, con aborrecimientos religiosos y étnicos que llevamos alimentando veinte siglos. De ahí que ningún gobierno cristiano encuentre apoyo en el de su vecino en contra nuestra; cada uno considerara que una acción contra nosotros le podría costar cara. ¡Somos ya poderosos! Las potencias no pueden concluir ningún acuerdo sin contar con nosotros.



"Per me reges regnat": por mi reinan los reyes. Nuestros profetas nos dicen que somos los elegidos por Dios mismo para gobernar la tierra. Dios nos dio el talento para que pudiéramos realizar esta obra. Si surgiera un genio en el campo enemigo podría combatirnos. Mas el recién venido no podría con los viejos luchadores de nuestra raza.La lucha seria sin cuartel, como el mundo nunca ha presenciado. Es muy tarde ya para los genios cristianos.



Todos los engranajes del mecanismo del estado dependen de un motor que esta entre nuestras manos: el oro. La ciencia de la economía política, elaborada por nuestros sabios, nos demuestra que el poder del capital sobrepasa al prestigio de los gobernantes.



Para tener libertad de acción, el capital debe monopolizar la industria y el comercio.Una mano invisible está logrando ya esto en casi todo el mundo. Tal ventaja les proporcionara poder político a las industrias y el pueblo acabara siendo sometido.



Actualmente, vale más desarmar al pueblo que llevarlo a la guerra, utilizar las pasiones encendidas que calmarlas, apoderarse de las ideas ajenas y servirse de ellas que desecharlas.



El objetivo principal de nuestro gobierno secreto es debilitar el pensamiento público mediante la crítica. Debemos hacerles perder el hábito de pensar porque la reflexión engendra oposición. Debemos distraer los espíritus con escaramuzas de elocuencia.



En todos los tiempos, tanto los pueblos como los individuos han tomado las palabras como realidades; quedan satisfechos con la apariencia de las cosas y raramente se ocupan de observar si las promesas relativas a la vida social se cumplieron o no: por tal, nuestras instituciones poseerán una bella fachada que hable elocuentemente de lo que han aportado al progreso.



Nos apropiaremos de la fisonomía de todos los partidos y todas las tendencias. Los oradores que infiltremos entre ellos serán tan locuaces que llegaran a fatigar al pueblo con sus discursos, al punto de hacérselos insoportables.



Para tomar las riendas de la opinión pública, es preciso embarullarla hasta la perplejidad, regando de una misma vez por todas partes ideas y opiniones contradictorias; de esta forma, los gentiles se perderán en un laberinto, persuadiéndose de que, en materia de política, es mejor no tener opinión. Se convencerán por fin de que esta materia no puede ser dominada por el público, sino exclusivamente por aquellos que dirigen. Este es el primer secreto.



El segundo secreto para gobernar con éxito consiste en multiplicar al extremo los desaciertos populares, las costumbres, las pasiones y las reglas de la vida común del país; así, nadie será capaz de pensar con claridad entre el caos que se arme y los hombres terminaran por no entenderse los unos a los otros. Esta táctica sembrara la discordia en todos los partidos, disolviendo los colectivos que no quieran sometérsenos; también desanimara cualquier iniciativa, por genial que sea. No hay nada más peligroso que la iniciativa personal; si esta fuera producto de un gran cerebro, podría hacernos mucho más daño que los millones de individuos que hemos lanzado a entre matarse.



Precisamos dirigir la educación de las sociedades cristianas de manera que, cuando traten de proceder por iniciativa propia, se desesperen y tengan que declararse vencidas. El esfuerzo que uno ejerce libremente se cancela con los impulsos libres de los otros; de ahí nacen los conflictos morales, las decepciones y los desencantos.



Fatigaremos tanto a los cristianos con esa libertad que se verán obligados a ofrecernos un poder internacional que podrá acaparar los poderes gubernamentales de todos y formar un gobierno supremo universal. Reemplazaremos los gobiernos actuales por un espantajo que denominaremos administración del gobierno supremo. Sus tentáculos se extenderán por todas partes y dispondrá de una organización colosal que deberá someter por fuerza a todas las naciones.



Protocolo VI



Los monopolios: las fortunas de los goim están en nuestro poder. Expulsión de la aristocracia de sus propiedades territoriales. Comercio. Industria. Especulación. Desarrollo del lujo. Aumento de los salarios y encarecimiento de los artículos de primera necesidad. Anarquía y alcoholismo. Objeto secreto de la propaganda de las doctrinas económicas.



Crearemos en breve enormes monopolios, colosales reservas de riquezas de las cuales dependerán las fortunas de los gentiles; estos monopolios devoraran el patrimonio de los cristianos junto con el crédito de sus gobiernos cuando produzcamos la catástrofe política. (Se sobrentiende que los judíos retiraran sus capitales en el momento oportuno.) Los economistas aquí reunidos deben considerar la importancia de esta combinación.



Precisamos emplear todos los medios disponibles para que el gobierno supremo sea representado como protector y remunerador de quienes se sometan voluntariamente.



La aristocracia de los gentiles desaparece como fuerza política. Ya no tenemos que contar con ella. Sin embargo, como propietarios de tierras, los aristócratas son todavía peligrosos porque su independencia se sostiene sobre recursos propios. Es preciso, por tanto, despojarlos de sus tierras. Para lograrlo, el medio preferido es el alza de los impuestos sobre los bienes raíces, de modo que las rentas se reduzcan y los gentiles se arruinen.



Es necesario que al mismo tiempo protejamos el comercio y la industria. Sobre todo debemos proteger la especulación que le sirve de contrapeso a la industria. Sin la especulación, la industria multiplicaría los capitales privados y emanciparía a la agricultura de las deudas e hipotecas contraídas con los bancos rurales. Es esencial que la industria absorba todas las riquezas del trabajo y que la especulación ponga en nuestras manos el dinero de todo el mundo. Procediendo así, todos los gentiles serán lanzados a las filas del proletariado y se doblegaran ante nosotros para poder tener el derecho de vivir.



Para arruinar la industria de los gentiles y activar la especulación, favoreceremos el amor al lujo. Aumentaremos los salarios, lo que no proporcionara ventaja alguna a los obreros, puesto que, al mismo tiempo, elevaremos los precios de todos los géneros de primera necesidad con el pretexto de las malas cosechas.



Además, desorganizaremos la producción, sembrando los gérmenes de la anarquía entre los obreros y habituándolos al alcohol. Al mismo tiempo, por todos los medios imaginables, expulsaremos a la intelectualidad cristiana del corazón de la sociedad.



Para evitar que dicho esquema sea descubierto y que los gentiles se den cuenta prematuramente del verdadero aspecto de los negocios, disimularemos nuestros designios con el pretexto de servir a las clases trabajadoras y de propagar los grandes principios económicos que predicamos.



Protocolo VII



Objeto de las alzas armamentistas. Fermentación, luchas y discordias en el mundo entero. Sometimiento de los gentiles por medio de guerras internas y por la guerra mundial. El secreto considerado como arte de la política y de la judeo-masonería. La prensa, la opinión pública y nuestro triunfo. Los cañones americanos, japoneses y chinos.



La intensificación del servicio militar y el aumento de las fuerzas de policía son esenciales para la realización de los planes indicados. Es preciso que, fuera de nuestra orbites, el país quede reducido a una gran masa proletaria de donde sacar individuos convertidos en soldados y agentes de policía sumisos a nuestra causa.



En toda Europa, y con la ayuda de Europa, debemos suscitar en los demás continentes la discordia, las disensiones y la mutua hostilidad. Así tendremos una doble ventaja: en primer lugar, nos respetaran en todos los países y así sabrán que podemos, cuando queramos, provocar el desorden o restablecer el orden, por otro, todos los estados se acostumbraran de este modo a considerarnos como una carga necesaria; en segundo lugar, envolveremos con intrigas a los ministerios de todos los gobiernos, ya sea por nuestra política o por medio de contratos comerciales y obligaciones financieras...



Para conseguir este objetivo, será preciso recurrir a infinidad de engaños y artificios durante las negociaciones y los debates; pero cuando lleguemos a eso que llaman la lengua oficial, adoptaremos la táctica opuesta, aparentando ser sumamente honrados y conciliadores. De este modo, los gobiernos de los gentiles, a quienes hemos acostumbrado a ver únicamente el lado más deslumbrador de los negocios que es el que siempre les presentamos nos consideraran todavía los bienhechores y salvadores de la humanidad.



Tenemos que estar preparados para lidiar con quienes se opongan a nuestros proyectos. Si fuera necesario, que el país vecino le declare la guerra a la nación que pretenda obstaculizarnos. Pero si ambos se unieran contra nosotros, entonces desencadenaremos una guerra mundial.



En política, el triunfo definitivo depende esencialmente de la reserva con que se haya guardado el plan a efectuar. Los actos de un diplomático no deben corresponder nunca con sus palabras.



Ya el proyecto mundial se aproxima a los fines planteados anteriormente. Para lograr su éxito total, necesitamos convencer a los gobiernos de los gentiles mediante lo que vulgarmente se llama la opinión pública. El criterio popular ha sido predispuesto por nosotros mediante la prensa: esta gran potencia se halla en nuestras manos en su casi totalidad.



Llegará el momento de demostrar que todos los gobiernos europeos de los goim están esclavizados. Someteremos a uno de ellos a la gran prueba sobre nuestro gran poder. Nos serviremos de atropellos y crímenes, valiéndonos del terror. De darse el caso de que, indignados, los otros se pusieran en contra nuestra, les responderíamos con los cañones americanos, chinos o japoneses.



Protocolo VIII



El engaño en los procedimientos. Los colaboradores de la judeo-masonería. Nuestras escuelas especiales y su objeto. Economistas y millonarios. A quienes se deben confiar los puestos importantes del gobierno.



Debemos apropiarnos de todos los instrumentos y medios que nuestros adversarios puedan emplear contra nosotros. Nos valdremos de las sutilezas y las delicadezas de la lengua jurídica cuando tengamos que pronunciar sentencias osadas o injustas. Es necesario expresar dichos fallos en términos que parezcan morales, razonables y justos ante el pueblo.



Nuestro gobierno habrá de rodearse de los elementos más poderosos de aquella civilización en la que deba desenvolverse. En su entorno pulularan publicistas, jurisconsultos, administradores, procuradores, diplomáticos... En fin, hombres preparados por nosotros en escuelas especiales.



Esos hombres conocerán los secretos de la existencia social, el lenguaje político, los sentimientos del corazón humano y de sus cuerdas más sensibles (sobre las cuales tendrán que actuar muchas veces). Estas cuerdas constituyen el espíritu de los gentiles, sus buenas y sus malas cualidades, sus tendencias y sus vicios, las particularidades de clase y condición. Queda bien entendido que esos colaboradores geniales de nuestro gobierno no saldrán de entre los gentiles, habituados a efectuar sus trabajos administrativos sin cuidar de su utilidad o finalidad. Los administradores cristianos firman papeles que no leen y sirven por interés o por ambición.



Colmaremos nuestro gobierno de economistas. Las ciencias económicas son las asignaturas primordiales que les enseñamos a los judíos. Tendremos en nuestro entorno una pléyade de banqueros, industriales, capitalistas y, sobre todo, millonarios; a la postre, el dinero lo decidirá todo.



Mientras no estemos completamente seguros de adjudicarles los altos puestos del gobierno a los judíos, nombraremos personas cuyos antecedentes y reputación sean tan malos que haya un abismo entre ellos y la nación. Serán hombres tales que, en caso de desobedecer nuestras órdenes, tengan que esperar una condena o un exilio. Esto se hará con el objeto de obligarlos a defender nuestros intereses hasta las últimas consecuencias.



Protocolo IX




Aplicación de los principios masónicos para adoctrinar a los pueblos. Destrucción de los poderes reinantes. La importancia del antisemitismo. La dictadura de la judeo-masonería. El terror. Los servidores de la judeo-masonería. Conflicto entre el poder y el pueblo. Comunidad de poder con el pueblo. La arbitrariedad liberal. Corrupción de los goim y sus leyes. Interpretación de las leyes. La metrópolis.



Al aplicar los principios, tenéis que poner mucho cuidado en conocer el carácter particular de la nación en cuyo seno vais a obrar. Una aplicación general e uniforme de principios no cosechara éxito antes de que la educación de la nación en cuestión haya sido reglamentada. Mas, aplicando prudentemente nuestros principios, descubriréis que, en menos de diez años, dicho pueblo, por obstinado que haya sido, se transformara y se nos someterá.



Cuando llegue el momento, sustituiremos la locución de orden que ostentamos como divisa masónica libertad, igualdad y fraternidad no por otras palabras, sino por las mismas palabras transformadas en ideas. Diremos: el derecho a la libertad, el deber de la igualdad y el ideal de la fraternidad; de este modo, tendremos encadenada la fiera. De hecho, ya habremos destruido todos los gobiernos del mundo, excepto el nuestro, aunque en teoría todavía nos queden algunos por destruir.



En la actualidad, si algunos gobiernos levantan protestas contra nosotros, lo hacen por puro formulismo y con nuestro consentimiento, porque precisamos de su antisemitismo para gobernar a nuestros hermanos menores y mantener la cohesión entre ellos. No creo necesario tratar exhaustivamente este asunto que ya ha sido objeto de innumerables discusiones.



En resumidas cuentas, no tenemos obstáculos en el camino. La situación del gobierno universal ante la ley es tan robusta que una palabra lo indica todo: dictadura. Puedo afirmar que en el momento actual somos legisladores, dictamos penas, sentenciamos a muerte o perdonamos; somos algo así como el general en jefe que marcha a la cabeza de todos los ejércitos. Gobernaremos con mano firme y voluntad de hierro. Nos hemos apoderado del remanente de un poderoso partido que gobernó en otros tiempos y que ahora tenemos bien sujeto. Tenemos ambiciones desmedidas, ardiente codicia, venganza sin piedad y odio reconcentrado.



De nosotros emana el terror que todo lo invade. Disponemos de servidores de todas las opiniones y todas las doctrinas: restauradores de monarquías, demagogos, socialistas, comunistas y utopistas de todos tipos. Todos ellos colaboran con nosotros. Cada cual, a su manera, mina el poder y se esfuerza por derrumbar cuanto se mantiene en pie. Todos los estados sufren con esas perturbaciones, piden calma y, por amor a la paz, están dispuestos a hacer sacrificios; pero no les concederemos tregua hasta que reconozcan abierta y humildemente nuestro gobierno supremo internacional.



Los pueblos reclaman angustiados que es necesario resolver la cuestión social por medio de convenios internacionales. Las divisiones del pueblo en partidos los ponen a todos en nuestras manos porque, para sostener su debate, precisan dinero, y el dinero lo tenemos nosotros.



Podríamos recelar una alianza entre la intelectualidad de los gentiles y la fuerza ciega del pueblo, mas hemos tomado medidas contra tal eventualidad. Entre ambas potencias hemos levantado un paredón de miedo reciproco. De este modo, nos apoyamos en el poder ciego de las masas. Seremos sus únicos jefes y las conduciremos donde nos convenga.



A fin de que la mano ciega no pueda librarse de nuestra dirección, debemos permanecer en contacto directo con las masas, si no personalmente, por lo menos mediante nuestros hermanos más fieles. Cuando seamos un poder reconocido, nos dirigiremos directamente al pueblo en la plaza pública y lo instruiremos en las cuestiones políticas tanto como juzguemos necesario.



¿Cómo verificar que se les enseña a los niños en las escuelas rurales? Debemos pensar que cuanto digan los delegados del gobierno, y hasta la misma persona reinante, será conocido en toda la nación y es natural que la voz del pueblo lo divulgue inmediatamente.



Para no destruir prematuramente las instituciones de los cristianos, las hemos retocado hábilmente, adueñándonos de los controles de su mecanismo. Antes funcionaban bajo un régimen severo, pero justo; lo hemos sustituido por la liberalidad desordenada.


Tocamos la justicia, las elecciones, la prensa, la libertad individual y, sobre todo, la instrucción y la educación, que son el sostén de la existencia libre.



Mixtificando, hemos embrutecido y corrompido la generación actual de los gentiles con una educación fundada en principios y teorías falsas inculcadas por nosotros mismos.


Hemos procedido por encima de las leyes en vigor, sin cambiarlas en su esencia; las hemos desfigurado mediante interpretaciones contradictorias con las que hemos conseguido resultados prodigiosos. Se han podido comprobar dichos resultados: nuestra interpretación ocultaba el sentido verdadero de las leyes, que se volvieron ininteligibles, y ni los gobiernos han podido desembrollar semejante intrincación.



De ahí nació la teoría del tribunal de conciencia. Es decir que, en ciertos casos, no debe uno sujetarse a la letra de la ley sino juzgar con arreglo a la conciencia.



Se entiende que las naciones podrían empuñar las armas contra nosotros si nuestros planes fuesen prematuramente descubiertos. Más, en tal caso, pondríamos en acción la fuerza formidable de que disponemos, y desencadenaríamos una maniobra tan terrible que haría temblar a las almas más temerarias. Aprovechando las redes ferroviarias y los alcantarillados, echaríamos a volar las grandes metrópolis con sus instituciones y todos sus documentos de estado.



Protocolo X



Las apariencias en política. El éxito se impone siempre. El triunfo judío mediante la mentira y el voto del pueblo. El sufragio universal. Valor personal. Unidad de pensamiento y de mando. Como socavar las instituciones de los estados de los goim. El veneno del liberalismo. Estados constitucionales, lucha de partidos, demagogia, presidentes formados por los judíos. Responsabilidad de los presidentes. Presidentes desaprensivos. Las cámaras. La ley marcial. La judeo-masonería como fuerza legislativa. La nueva constitución democrática. Preparación a la autocracia judía. Proclamación del soberano universal judío. Inoculación de dolencias y otros males por las logias.



Empiezo hoy por reiterar, y os ruego recordar, que los gobiernos y los pueblos solo ven las apariencias de las cosas. ¿Y cómo queréis que distingan su sentido íntimo si sus representantes no piensan más que en divertirse? Es muy necesario, para desarrollar nuestra política, conocer ese pormenor. Nos favorecerá cuando discutamos la división del poder, la libertad de palabra y de prensa, la libertad de conciencia, el derecho de asociación, la igualdad ante la ley, la inviolabilidad de propiedad y domicilio, los impuestos, y la fuerza retroactiva de las leyes. Todas estas cuestiones son de tal naturaleza que nunca se deben tocar directa y claramente delante del pueblo. En caso que fuera necesario abordarlas, no se deben enumerar, sino generalizar que reconocemos los principios del derecho moderno. La importancia de esta reticencia consiste en que un principio no especificado nos deja en libertad de excluir lo que no nos convenga, sin que se note, mientras que si enumeramos los derechos tenemos que aceptarlos sin reserva.



El pueblo tiene un amor particular y una gran estima por los genios políticos. Por eso replica ante todos sus actos de violencia con exclamaciones como: ¡es un canalla completo, pero que hábil!, ¡que canallada, pero que bien hecha y con cuanto atrevimiento!



Contamos con persuadir a todas las naciones de colaborar en la edificación de una nueva morada cuyos planos hemos trazado. Con tal fin en mente precisamos, ante todo, hacer acopio de esa audacia y esa presencia de ánimo en las personas de nuestros agentes que barrerán con los obstáculos que se presenten.



Cuando hayamos dado nuestro golpe de estado, les diremos a los pueblos: todo marchaba espantosamente mal, todos habéis sufrido más de lo que se puede sobrellevar. Hemos venido a despedazar las causas de vuestros tormentos: las nacionalidades, las fronteras y la diversidad de monedas. Sois libre de jurarnos o no obediencia; pero, en justicia, ¿podéis negaros a hacerlo antes de verificar lo que os brindamos?...



Entonces, con el entusiasmo unánime de su esperanza, nos exaltaran y nos llevaran en andas triunfalmente. El sufragio universal, del cual nos hemos valido para elevarnos y al que hemos habituado hasta a los últimos integrantes de la humanidad, expresara el deseo unánime de conocernos para poder juzgarnos. De antemano, habremos preparado esta postrera representación del sufragio mediante tertulias y asambleas.



Para obtener este resultado, es necesario conducir a todos al sufragio universal, sin distinción de clases ni de fortunas. Nuestra finalidad es establecer el despotismo de la mayoría, algo inalcanzable con la concurrencia exclusiva al voto de las clases inteligentes.



Teniendo así habituada a la gente a la idea de su propio valer, acabaremos con la importancia de la familia cristiana y su valor educativo. No se permitirá que las individualidades se destaquen: las masas, guiadas por nosotros, no las dejaran descollar o tan siquiera hacerse oír. Les enseñaremos a escuchar solamente la voz de quienes les pagamos su obediencia y atención. De esta suerte, convertiremos al pueblo en una fuerza ciega, incapaz de moverse sin las orientaciones de los agentes con quienes habremos sustituido a sus jefes naturales. Se someterán sabiendo que de sus nuevos jefes habrán de depender todas sus ganancias, recompensas y toda clase de bienes.



Un plan de gobierno debe salir de una sola cabeza, ya que este resultaría incoherente si diversos intelectos se diesen a la tarea de establecerlo. Por eso debemos conocer el plan de acción, mas no discutirlo con los de afuera a fin de preservar su carácter genial, el engarce de sus partes, la fuerza práctica y la significación secreta de cada tema. Que el sufragio universal discuta y modifique el plan: los esquemas del populacho siempre preservan la fealdad y la confusión sin profundizar ni discernir entre los recovecos de nuestros designios.



Es necesario que nuestros planes sean enérgicos y bien calculados. Por eso no debemos desplegar la labor ingeniosa de nuestro jefe ante las multitudes, ni siquiera someterla al juicio de un corto número de individuos.



Estos planes no derrocaran por ahora las instituciones modernas. Cambiaran solamente su economía y, por consiguiente, todo su desarrollo, que se orientara según nuestros proyectos.



Con distintos nombres, existen entidades similares a estas en todos los países: la representación, los ministerios, el senado, el consejo de estado, el poder legislativo, el poder ejecutivo. No es necesario explicaros como se relacionan estas entidades entre sí, porque las conocéis. Notad, empero, que cada una de esas entidades corresponde a alguna función importante del estado. Advertid que es la función y no la institución lo esencial; por tanto, no son las instituciones las importantes sino sus realizaciones.



Las instituciones se dividen entre si todas las funciones del gobierno: funciones administrativas, legislativas y ejecutivas. Por eso operan dentro del estado como los órganos en el cuerpo humano. Si dañamos una parte de la maquina estatal, el gobierno caerá enfermo, como ocurre con el cuerpo humano, y morirá.



Cuando introducimos en el organismo del estado el veneno del liberalismo, metamorfoseamos la constitución política. Todos los estados han caído víctimas de una dolencia mortal: tienen infectada la sangre y no nos queda más que esperar el fin de su agonía.



Del liberalismo han nacido los gobiernos constitucionales que han reemplazado a la autocracia que les resultaba conveniente a los cristianos. Cualquier constitución, como sabéis bien, es una escuela de discordias, malentendidos, discusiones, disentimientos, y estériles agitaciones partidarias. En una palabra, la constitución es la escuela que enseña cómo hacerle perder a un estado la individualidad y la personalidad.



La tribuna y la prensa han condenado a los gobiernos a la inacción y a la debilidad, haciéndolos poco necesarios, casi inútiles. Esto explica que se hayan derrumbado. Así se hizo factible la llegada de la era republicana y la consiguiente substitución del gobierno por una caricatura de sí mismo. Así tomamos por presidente a uno de nuestros esclavos. He aquí el túnel que hemos cavado bajo el sostén de los pueblos cristianos.



Dentro de poco, crearemos la responsabilidad de los presidentes. Entonces, al poner en efecto nuestros planes, la responsabilidad caerá sobre nuestra criatura, nuestro esclavo-presidente. Poco importa que la lista de aspirantes al poder se achique o que, por falta de hombres capaces, se produzcan conflictos que desequilibren completamente al país.



Para conseguir este resultado, nos las ingeniaremos para hacer elegir presidentes que tengan en su pasado alguna tacha, o algo que esconder. Se convertirán en fieles ejecutores de nuestras órdenes por temor a que revelemos sus vicios. Todo aquel que alcanza el poder desea conservar los privilegios, ventajas y honores ligados a tal condición. La cámara de los diputados podrá defender, elegir y apoyar presidentes, pero les quitaremos el derecho de proponer leyes o de modificarlas. Tales derechos serán atribuidos al presidente responsable, convertido en juguete nuestro.



El poder del gobierno será el blanco de todos los ataques. Le daremos, para que se defienda, el derecho de apelar a la decisión del pueblo, sin intermedio de sus representantes. Esto significa que podrá recurrir a nuestro siervo ciego, a la mayoría.



También le daremos al presidente el derecho a declarar la guerra. Afirmaremos este derecho en el hecho de que el presidente, como jefe de las fuerzas armadas, habrá de tener todos los efectivos militares a su disposición para defender la nueva constitución republicana, por la que debe responder. En tales condiciones, la llave de la situación estará en nuestras manos y ningún otro podrá dirigir al poder legislativo.



Al introducir la nueva constitución republicana, con el pretexto de salvaguardar el secreto político, despojaremos a la cámara del derecho de interpelación. Por la nueva constitución, restringiremos al mínimo el número de representantes, lo que resultara en la disminución tanto de las pasiones políticas como de la pasión por la política. Si, contra toda expectativa, se despertasen aun pasiones entre este pequeño número de representantes, apelando a la mayoría del pueblo, los reduciremos a nada.



Del presidente dependerán los nombramientos de presidentes y vicepresidentes de la cámara y del senado. En lugar de las sesiones parlamentarias constantes, las disminuiremos a unos pocos meses. Además, el presidente, como jefe del poder ejecutivo, tendrá el derecho de convocar y disolver el parlamento, y en caso de disolución, podrá retrasar la nueva convocatoria.



Para que las consecuencias de todos estos actos no recaigan sobre el presidente establecido por nosotros, lo que podría perjudicar nuestros planes, les inculcaremos a los ministros y a los demás funcionarios que rodean al presidente la idea de pasar por encima de sus disposiciones, procediendo como deseen; así, cargaran con la responsabilidad. Antes que a individuos aislados, insinuaremos que se le confíe este papel al senado, al consejo de estado y al consejo de ministros.



El presidente interpretara, según nuestro deseo, las leyes vigentes que puedan entenderse de diversas maneras; anulara las leyes cuando le indiquemos la necesidad de hacerlo; con el pretexto del bien supremo del estado, tendrá derecho de proponer leyes provisionales, y aun nuevo cambio de constitución, con pretexto del bien supremo del estado. Estas medidas nos darían el medio de destruir poco a poco y paso a paso todo aquello que en el momento de posesionarnos del poder nos hayamos visto obligados a incluir en las constituciones de los pueblos; por este medio pasaremos insensiblemente a la supresión de toda constitución cuando llegue la ocasión y el momento de agrupar todos los gobiernos bajo nuestra autocracia.



El reconocimiento de nuestra autocracia puede ocurrir antes de suprimir la constitución si los pueblos, cansados de los desórdenes y de la frivolidad de sus gobernantes, exclamasen: ¡expulsadlos a favor de un rey supremo que pueda acabar con las causas de nuestras discordias, las fronteras de las naciones, las religiones, los cálculos de estado; un rey que nos de la paz y el sosiego que no pueden lograr nuestros gobiernos y representantes!



Vosotros sabéis muy bien que, para posibilitar tales aspiraciones, es preciso perturbar constantemente, en todos los países, las relaciones de los pueblos con sus gobiernos. La finalidad de este proyecto es fatigarlos a todos con la desunión, la enemistad, el odio, el mismo martirio, el hambre, la inoculación de enfermedades y la miseria; así, los cristianos no hallaran otro remedio para sus males que no sea nuestra plena soberanía.



Debo añadir que, si les concediésemos el menor respiro a los pueblos, tal vez jamás se presente la ocasión de subyugarlos.



Protocolo XI



El programa de la nueva constitución. Algunos pormenores sobre el golpe de estado propuesto. Los gentiles tratados como carneros. La francmasonería secreta y sus logias de fachada.



El consejo de estado servirá para confirmar el poder del gobierno. Bajo la apariencia de cuerpo legislativo, será, en realidad, un comité para la redacción de leyes y decretos del gobernante.



He hache como elaboraremos la nueva constitución. Crearemos la ley, el derecho y el tribunal:



1.- como propuestas al cuerpo legislativo;



2.- por decretos presidenciales en forma de órdenes generales, por actos del senado y por mandatos ministeriales que procedan del consejo de estado;



3.- si resulta oportuno, por golpe de estado.



Una vez planteado este aproximado "modus agendi", examinemos las medidas de que nos valdremos para rematar la transformación del estado en el sentido deseado. Me refiero a la libertad de la prensa, al derecho de asociación, a la libertad de conciencia, al principio electivo y a otros temas que habrán de desaparecer del repertorio humano o ser radicalmente alterados en la nueva constitución.



Llegado ese momento, podremos publicar de una vez el conjunto de nuestras disposiciones. Más adelante, cualquier mudanza apreciable resultara peligrosa: de operarse el cambio en un clima de rigurosa severidad, puede provocar el desespero ante el temor a nuevas modificaciones del mismo tenor; si, por el contrario, se actúa en favor de desaprobaciones ulteriores, se dirá que nos habíamos equivocado (lo que empañara la aureola de infalibilidad del nuevo poder) o que, por temor, hemos hecho justas concesiones (que nadie ha agradecido). En uno u otro caso, se hallaría comprometido el prestigio de la reciente constitución. Nos interesa que, desde el día de su proclamación, cuando los pueblos estén estupefactos ante el terror y la perplejidad, reconozcan que somos tan fuertes, invulnerables y poderosos que para nada contaremos con ellos. 

Desestimaremos sus opiniones y sus deseos, estando dispuestos y en condiciones de reprimir toda expresión o manifestación de esas aspiraciones y de esas opiniones. Nuestra autoridad será indiscutible: nos habremos apoderado de un golpe de todo cuanto precisamos y no lo compartiremos con nadie. Entonces, cerraran los ojos y esperaran el desarrollo de los acontecimientos.



Los cristianos son un rebaño de carneros ¡y nosotros somos el lobo! ¡Ya sabéis lo que les sucede a los carneros cuando el lobo entra al redil!



Cerrarán los ojos ante todo. Prometeremos restituirles las libertades confiscadas una vez que los enemigos de la paz, al igual que todas las facciones, hayan sido reducidos a la impotencia. No necesito aclarar que esperaran indefinidamente la vuelta al pasado.



¿Para qué creéis que hemos inventado y les hemos inspirado a los cristianos toda esta política sin dejarlos comprenderla? ¿Para qué sino para conseguir secretamente lo que nuestra raza dispersa no podría alcanzar abiertamente? Esta ha sido la base de la francmasonería secreta, cuyos designios no sospechan los ineptos cristianos, convocados por nosotros al ejército perceptible de las logias para distraer las miradas de sus propios hermanos.



Dios nos ha dado a nosotros, su pueblo elegido, la dispersión, y en esta flaqueza se halla la fuerza que nos impulsa hoy al umbral del dominio universal. Nos resta ya poco por edificar sobre estos cimientos.



Protocolo XII



La libertad según la judeo-masonería. La prensa bajo el poder judío-masónico. Control de la prensa. El progreso según la francmasonería. Trascendencia de la prensa. Solidaridad entre la masonería y la prensa actual. Enardecimiento de las exigencias sociales provinciales. Infalibilidad del nuevo régimen.



Definiremos de la siguiente manera la palabra libertad (porque puede interpretarse de diferentes maneras). La libertad es el derecho a hacer lo que permite la ley. En nuestro día, tal interpretación colocara toda libertad en nuestras manos; según el programa expuesto, las leyes demolerán o instituirán lo que nos convenga.



Con la prensa obraremos del modo siguiente. ¿Qué papel representa actualmente la prensa? Sirve para encender las pasiones y mantener los egoísmos partidarios. Es vana, injusta, mentirosa, y la mayoría de las personas no comprenden su utilidad. La sellaremos y le pondremos freno, como haremos con las demás obras impresas; ¿de qué nos servirá desembarazarnos de la prensa si fuésemos blanco de las demás publicaciones y de los libros? Transformaremos la publicidad, que ahora nos sale tan cara; es gracias a esta que hoy podemos censurar los periódicos. Estableceremos un impuesto especial para la prensa. Exigiremos una participación en las ganancias de periódicos y editoras. Así, nuestro gobierno quedara a salvo de los ataques de la prensa.Oportunamente, impondremos multas inmisericordemente. Tanto las multas como los impuestos engrosaran los cofres del estado.



Es cierto que los periódicos de los partidos podrían resultar más perniciosos que las pérdidas de dinero; de ser así, los suprimiremos a raíz de su segunda acometida. Nadie habrá de manchar el mito de nuestra infalibilidad gubernamental. Para suprimir un periódico, diremos que agita los ánimos sin razón y sin motivo.



Se habrá de notar que, entre los jornales que nos ataquen, habrá muchos creados por nosotros mismos. Estos atacaran exclusivamente los puntos que deseamos modificar.



Sin nuestro visto bueno, nada le será comunicado a la sociedad. Esto último ya se ha logrado. Hoy día, las noticias de todas partes del mundo son recibidas por diversas agencias que las centralizan. Estas agencias son enteramente nuestras y revelan solamente lo que les permitimos publicar.




En la actualidad, hemos sabido apoderarnos del ánimo de las sociedades cristianas de tal modo que, en todas partes, miren los acontecimientos mundiales a través de los prismas que colocamos delante de sus ojos. Ya no hay muros en ningún estado que nos impidan entrar a lo que los cristianos denominan tontamente secretos de estado. ¿Que será cuando seamos los dueños reconocidos del universo en la persona de nuestro rey universal?



Quien quiera ser editor, librero o impresor estará obligado a obtener un diploma que, en caso de su poseedor cometer una falta cualquiera, le será retirado inmediatamente. Con tales medidas, la máquina del pensamiento se convertirá en un medio de formación en las manos de nuestros gobiernos; nuestro mando no les consentirá que las masas divaguen sobre la utilidad del nuevo desarrollo.



¿Quién entre nosotros ignora que los bienes ilusorios llevan directamente a los sueños absurdos? De dichos sueños se han originado las relaciones anárquicas de los hombres entre sí y con el poder. Es que el progreso, o mejor dicho, la representación de tal le ha dado pie a ideas de incontables e ilimitadas emancipaciones.



Todos aquellos que llamamos liberales son anarquistas, si no de hecho, por lo menos de pensamiento. Protestando por el mero placer de refunfuñar, persiguen las ilusiones de la libertad y caen en la anarquía.



Volvamos a la prensa. Le impondremos gravámenes como a todo cuanto se imprima. Serán impuestos ascendientes según el número de folios. Las publicaciones de menos de 30 páginas, registradas como folletos, tributaran el doble; se busca así, por una parte, reducir el número de revistas, que son el peor de los venenos y, por otra, obligar a los escritores a producir libros tan largos y caros que se lean poco. Por el contrario, los que editemos nosotros para el bien común y con la tendencia establecida serán económicos y leídos por todos. Los impuestos acabaran con el vano deseo de escribir, y el miedo a la sanción someterá a los literatos.



Si alguien volviese su pluma contra nosotros, no hallara quien quiera imprimir sus escritos. Antes de consentir a imprimir una obra, el editor o impresor consultara a las autoridades a fin de obtener la autorización necesaria. De este modo, conoceremos de antemano las emboscadas que nos tiendan y contraatacaremos, dando explicaciones con antecedentes sobre el asunto tratado.



La literatura y el periodismo son los medios educativos más importantes. Por eso, nuestro gobierno será el propietario de la mayoría de los periódicos. Así, la influencia perniciosa de la prensa particular quedara neutralizada y obtendremos una autoridad enorme sobre el público. Si autorizamos la publicación de diez periódicos, fundaremos treinta de los nuestros.



Los periódicos que editemos serán, aparentemente, de tendencias y opiniones opuestas. Esto habrá de inducirles confianza a todos y habrá de atraer, sin recelo, a adversarios que caerán en la trampa y se volverán inofensivos.



En primera plana, desplegaremos los órganos de carácter oficial; estos siempre velaran por nuestros intereses y no nos habrán de quitar el sueño. En segundo lugar, colocaremos los oficiosos, cuyo papel será el de atraer a los indiferentes y a los amorfos. En la tercera fila, instalaremos a la presunta oposición: al menos un periódico colaborara con nosotros como el antípoda de nuestras ideas. Nuestros adversarios tomaran a este falso opositor como su aliado y se nos revelaran por él.



Nuestros periódicos serán de todas las tendencias: aristocráticos, republicanos, revolucionarios y hasta anarquistas; esto, por supuesto, mientras dure la constitución. Tendrán, como el dios indio Visnú, cien manos, cada una de las cuales acelerara la transmutación de la sociedad. Estas manos conducirán la opinión como le convenga a nuestros intereses (un hombre alterado pierde la facultad de razonar y se abandona fácilmente a la sugestión). Los imbéciles que crean seguir la opinión de su partido repetirán la nuestra, o la que nos convenga. Se verán siguiendo el órgano de su partido sin saber que, en realidad, escoltan la bandera que enarbolamos ante sus ojos.



Para dirigir en dicho rumbo nuestro ejército de periodistas, organizaremos esta labor cuidadosamente. Bajo el nombre de oficina central de la prensa estableceremos reuniones literarias en las que nuestros agentes darán, sin que nadie sospeche, la palabra de orden y las normas. Discutiendo y contradiciendo nuestras iniciativas de una manera superficial, sin penetrar el fondo de los asuntos, sostendrán inútiles polémicas con los periódicos oficiales a fin de procurarnos los medios de pronunciarnos más claramente, lo que no es conveniente hacer durante las primeras declaraciones oficiales.



Estos ataques servirán, además, para que nuestros súbditos juzguen garantizada la libertad de palabra. Así, nuestros agentes tendrán pretextos para afirmar que quienes nos impugnan son unos charlatanes sin argumentación para refutar seriamente nuestros proyectos.



Tales procesos, inadvertidos para la opinión pública pero seguros, nos atraerán ciertamente la atención y la confianza pública. Gracias a ellos, agitaremos o calmaremos los ánimos en cuestiones políticas según sea preciso, convenciendo o suscitando dudas, publicando la verdad o la mentira, confirmando o contradiciendo según el efecto deseado, pero tanteando siempre el terreno que habremos de pisar.



Venceremos a nuestros adversarios porque ellos no dispondrán de órganos que puedan dirigir la opinión hasta las últimas consecuencias, como nosotros. No tendremos ni siquiera necesidad de largas y profundas refutaciones. En caso de necesidad, refutaremos enérgicamente en la prensa oficiosa los globos de ensayo lanzados por nosotros mismos en la tercera categoría de nuestra prensa.



En este momento, existe ya la solidaridad francmasónica dentro del marco del periodismo francés. Todos los órganos de la prensa están ligados entre sí por el secreto profesional; como los antiguos augures, ninguno de sus integrantes revelara el secreto si no recibe la orden de hacerlo. Ningún periodista osara traicionar este secreto, ya que no será admitido a la profesión quien no tenga en su pasado alguna falta vergonzosa: en caso de deslealtad, esta mancha será inmediatamente revelada. Mientras que estos estigmas sean conocidos solamente por unos pocos, la aureola del periodista seguirá atrayéndonos la opinión de la mayoría que le sigue con entusiasmo.



Nuestros cálculos se proyectan principalmente sobre las provincias. Es necesario que excitemos en ellas esperanzas y aspiraciones opuestas a aquellas de la capital, que haremos pasar como espontáneas. Claro está que la fuente de la discordia siempre seremos nosotros.



Mientras no disfrutemos del poder absoluto, tendremos necesidad de arrollar las capitales con las opiniones del pueblo provincial, es decir, por la mayoría manejada por nuestros delegados. Es necesario que en las capitales, en el momento crítico, no se discuta el hecho consumado por haber sido ya aceptada por la mayoría provincial.



Cuando pasemos al nuevo régimen que preparara la llegada de nuestro reinado, no podremos tolerar la revelación de la deshonestidad pública por la prensa. Será necesario que se crea que el nuevo régimen satisface de tal modo a todos que hasta los crímenes desaparecen. Los casos de manifestaciones criminales serán conocidos solamente por las víctimas y los testigos presenciales.



Protocolo XIII



El yugo del pan. Las cuestiones políticas. Problemas económicos del comercio y de la industria. Las diversiones. Las casas del pueblo. Teorías para el consumo de los goim. La única verdad de los judíos. Los grandes problemas.



La necesidad del pan cotidiano acalla a los cristianos y los convierte en humildes servidores nuestros. Los agentes que hemos reclutado entre ellos para nuestra prensa discutirán, por orden nuestra, lo que no nos conviene publicar oficialmente. 


Paralelamente, aprovechándonos de los rumores suscitados por estas discusiones, tomaremos las medidas que nos parezcan útiles y se las presentaremos al público como hechos consumados. Nadie osara reclamar la anulación de lo que haya sido resuelto, mucho menos habiendo sido esto presentado como un paso adelante.



Por otra parte, la prensa llamara la atención sobre nuevos asuntos. Tenemos ya acostumbrados a los hombres a las novedades, como sabéis.



Algunos imbéciles, creyéndose instrumentos del destino, se lanzarán sobre las nuevas cuestiones sin percatarse de que no comprenden nada de lo que quieren discutir. Las cuestiones políticas no le son asequibles a nadie, salvo a aquellos que las inventaron hace siglos y las dirigen.



Por todo esto veréis que, procurando la opinión de la multitud, facilitamos la realización de nuestros designios; también podéis notar que aparentamos buscar la aprobación, ya no de nuestros actos, sino de las palabras que hemos pronunciado en esta o aquella ocasión. Constantemente proclamamos que a nuestras acciones les sirve de guía la esperanza, conjuntamente con la certeza de hacerles el bien a todos.



Para distraer a los hombres inquietos por las cuestiones políticas, haremos resaltar los asuntos nuevos de la industria y del comercio. Que desahoguen su alarma en ellos. Las masas se calmaran dándose a nuevas ocupaciones. Reposaran así de la pretendida actividad política a que las teníamos habituadas para aprovecharlas en la lucha contra los gobiernos cristianos. Les inculcaremos, más o menos, la misma dirección política. A fin de despachar la reflexión, desviaremos el pensamiento del pueblo hacia los juegos, las diversiones, las pasiones, las casas de prostitución, etc.



Seguidamente, presentaremos en la prensa concursos de arte y de incontables y variadas actividades deportivas: estos intereses alejaran los ánimos de todo cuanto pudiera enfrentarnos al pueblo. Los hombres, desacostumbrándose cada vez más a pensar por sí mismos, acabaran por hablar unánimemente de nuestras representaciones. Seremos los únicos en proponer nuevas avenidas para el pensamiento; para esto, nos valdremos de personas que, sin que se sepa, sean solidarias nuestras.



El papel de los utopistas liberales habrá terminado cuando nuestro régimen sea reconocido. Hasta entonces, nos prestaran un gran servicio. Por eso todavía ahora seguimos impulsando y estimulando a las inteligencias a inventar toda clase de teorías fantásticas, nuevas y que dan en llamar progresistas. Es la forma de lograr que pierdan la cabeza los cristianos imbéciles con la palabra progreso. No habrá un solo discernidor entre los goim que descubra agazapada bajo esta palabra la evasión de la verdad respecto a todo cuanto no sea del mundo material. Es que la verdad es una y en ella no cabe el progreso. El progreso, como toda idea falaz, es útil para oscurecer la verdad a fin de que nadie la conozca salvo nosotros, los elegidos por Yahvé para salvaguardarla.



Con el advenimiento de nuestro reinado, se disertara sobre las grandes conmociones que han empujado a la humanidad finalmente a nuestro régimen benéfico. ¿Quién descubrirá entonces que dichas conmociones fueron provocadas por los judíos de acuerdo a un plan político que nadie descubrió durante largos siglos?



Protocolo XIV



Abolición de todas las religiones salvo la de moisés. Dominación judía. Misterios de la religión judía. Artículos inmorales y literatura del porvenir.



Cuando nos llegue la hora, no reconoceremos ningún culto que no sea el de nuestro Dios. Nuestro pueblo está unido al Dios judío. Somos el pueblo escogido y nuestro destino es el del mundo.



Por ser los elegidos, debemos destruir a las demás creencias. Si así hacemos ateos, mejor. De esta manera, todos escucharan nuestras predicas sobre la religión de moisés. 

Este procedimiento bien pensado nos llevara a la conquista de todos los pueblos. Así brillara la verdad mística donde reposa la fuerza educadora de nuestra religión. Divulgaremos tratados comparando nuestra provechosa administración con las del pasado. Llegado el sosiego luego de siglos de agitación, se verán los beneficios de nuestro señorío.



Relataremos una y otra vez los errores administrativos de los cristianos con los más vivos colores. Tanto horror y repugnancia hacia ellos provocaremos, que los pueblos preferirán el descanso de la esclavitud a los famosos derechos de la libertad que por tanto tiempo los trajeron atormentados y los privaron hasta de los medios necesarios de subsistencia; que los hicieron ser explotados por una turba de aventureros, sin poder siquiera saber que era lo que hacían.



Los cambios inútiles de gobierno que les imponíamos a los cristianos habrán agotado a los pueblos; los electores optaran por soportarnos antes que arriesgarse a nuevas agitaciones. Señalaremos especialmente las faltas históricas de aquellos gobiernos cristianos que han atormentado durante siglos a la humanidad buscando ilusorias mejoras (los gentiles empeoraban con sus proyectos las sociedades). Las relaciones entre el gobierno y los gobernados son la base de la convivencia humana. La integridad de nuestros principios, y las medidas que tomemos para aplicarlas, establecerán un claro contraste con el antiguo régimen social fracasado.



Nuestros filósofos discutirán todos los defectos de las creencias cristianas. Sin embargo, no se habrán de revelar jamás las miras reales de nuestra religión: solamente nosotros, que somos leales, las conocemos a fondo.



En los países que se denominan avanzados hemos creado una literatura loca, sucia y abominable. Cuando lleguemos al poder, la estimularemos aún más; así estableceremos el contraste entre nuestro programa y estos desaciertos. Nuestros sabios, adiestrados en el pastoreo de los cristianos, aderezaran proyectos que nos permitan dirigir las inteligencias hacia las ideas que queremos imponerles.



Protocolo XV




Revoluciones simultaneas. Ejecuciones. Prohibiciones de sociedades secretas. Porvenir de la francmasonería no judía. Autocracia judía por el terror. Multiplicación mundial de las logias francmasónicas. Dirección central de las logias por los sabios de Sion. El espionaje y la judío-masonería. La judío-masonería dirige todas las sociedades secretas. Como pretenden engrandecerse los goim. Colectivismo. Amedrentar por medio del terror sin contar las víctimas. Víctimas de la masonería. Liberalismo para los goim. La ley y el poder de los gentiles pierden todo su prestigio. El pueblo elegido. Las leyes judías serán cortas y claras. La obediencia. Castigos extremos contra los abusos del poder. Límite de edad que consideran los judíos. El liberalismo será prohibido a los jueces y a los altos funcionarios. El oro del mundo. Autocracia de la judío-masonería. Supresión del derecho de apelación. Aspecto patriarcal del gobierno de nuestro jefe mundial. Apoteosis del rey judío del mundo. El despotismo del derecho judío. El rey de los judíos, patriarca del mundo.



Iniciaremos nuestro dominio apoyándonos en golpes de estado preparados por todas partes para un mismo día. Al lograr la declaración terminante de la nulidad de todos los gobiernos existentes (tal vez pasara un siglo antes que esto suceda), nos mantendremos vigilantes de que no haya complots contra nosotros. Para conseguirlo, condenaremos a muerte a quienes no depongan las armas ante nosotros. La creación de cualquier sociedad secreta acarreara también la pena de muerte; aquellas que ya existen y nos sirven serán abolidas y sus miembros (francmasones cristianos que saben demasiado) serán exilados lejos de Europa. Aquellos que marginemos por alguna razón, vivirán en perpetuo pavor al destierro. Proclamaremos una ley contra todos los antiguos miembros de las sociedades secretas; estos deberán salir de Europa, centro de nuestro gobierno. Nuestras decisiones respecto a esta cuestión serán definitivas e inapelables.



Como hemos sembrado la disensión y el abucheo en las sociedades cristianas, para restablecer el orden serán precisas medidas enérgicas que avalen un poder inflexible. Es inútil considerar aquellos que hayan de caer con tal de alcanzar el bien venidero.



Todo gobierno que quiera perpetuarse, aparte de ejercer sus privilegios, debe cumplir sus deberes y lograr el bien, ya sea a costa de sacrificios. Para que un gobierno sea inamovible, es preciso fortalecer el lustre de su poder; esto se obtiene mediante el ejercicio de una inflexibilidad majestuosa, marcada por la inviolabilidad mística de la preferencia divina. Así se mantuvieron nuestros enemigos: los autócratas rusos y el papado.



Recordemos el ejemplo de Italia en tiempos de Silla. El país estaba inundado de sangre derramada a causa de este; sin embargo, nadie le tocaba un cabello al dictador porque estaba deificado por el poder que le otorgaba el mismo pueblo que martirizaba. No obstante, el regreso valeroso del dictador a Italia lo hizo inviolable. El pueblo respeta siempre a quien le hipnotiza con su valor y fortaleza de ánimo.



Mientras preparamos nuestro reinado, crearemos y aumentaremos las logias masónicas en todos los países del mundo. Reclutaremos para estas a quienes nos sirvan o puedan sernos útiles como agentes. Estas logias nos abastecerán de información y colaboraran con nosotros cuando sea preciso influir dinámicamente sobre la sociedad.



Discretamente, centralizaremos la administración de las logias, reservándoles a nuestros sabios su dirección. Las logias tendrán sus representantes (que dictarán el programa); pero, tras ellos, estará siempre oculta la gerencia judía. Estas logias se convertirán en campos de entrenamiento de todos los elementos revolucionarios y liberales: abarcaran todas las clases sociales. Por conducto de las logias, conoceremos los proyectos políticos más secretos de los gobiernos; con este conocimiento anticipado, nos haremos de la dirección de dichos proyectos desde su aparición.



Entre los miembros de las logias se hallaran casi todos los agentes de la policía nacional e internacional, porque sus servicios son indispensables. Además de tomar medidas contra nuestros adversarios, la policía, podrá ocultar nuestros actos, fabricar pretextos para atacar a los insubordinados, etc.



En las sociedades secretas ingresan generalmente los ambiciosos, los aventureros y demás gente que, por una u otra razón, quiere abrirse paso. Esta es gente sin escrúpulos, con quienes nos será fácil entendernos para avanzar nuestra causa.



Si se verifican desordenes, es que hemos tenido necesidad de ellos para destruir una solidaridad demasiado grande. Si surge un complot, su jefe solamente podrá ser uno de nuestros más fieles servidores. Es natural que seamos nosotros solamente quienes manejemos los asuntos de la francmasonería, porque sabemos dónde vamos y conocemos la finalidad de cada diligencia; los cristianos no saben nada, ni siquiera el resultado inmediato: se contentan ordinariamente con un éxito momentáneo de amor propio en la ejecución de sus planes, sin ver que dichos planes les han sido sugeridos por nosotros mismos.



Los cristianos entran en las logias por curiosidad o con la esperanza de saborear el banquete social con nuestra ayuda; algunos lo hacen por tener la posibilidad de expresar delante del público sus sueños irrealizables: estos tienen sed de la exaltación del triunfo y de los aplausos que dispensamos generosamente. Les concedemos estos logros para explotar la satisfacción que sienten; así reciben nuestras indicaciones sin notarlo, plenamente persuadidos de expresar sus propias ideas (no de haberse apropiado de las nuestras).



No os podéis imaginar cuan fácilmente se puede conducir al más inteligente de los cristianos a una ingenuidad inconsciente, a condición de dejarlo satisfecho de sí mismo.



De igual manera, resulta sencillo descorazonarlos con cualquier fracaso (aunque solo sea negándoles el aplauso), y atraerlos a una obediencia servil a cambio de alcanzar nuevos triunfos.



Así como los nuestros desdeñan el éxito con tal de llevar a cabo sus proyectos, los cristianos son capaces de sacrificar todos sus proyectos con tal de obtener el éxito. Esta mentalidad facilita considerablemente la tarea de dirigirlos. Estos presuntos tigres tienen alma de carnero y la cabeza completamente vacía. Sueñan tranquilamente en destruir la individualidad humana con la unidad simbólica del colectivismo. No han comprendido ni comprenderán jamás que esta fábula viola las leyes de la naturaleza: si unos seres son diferentes a los otros es precisamente para que afirmen su individualidad.



El hecho de que hayamos podido conducirlos a esta locura y ceguera demuestra claramente cuan poco desarrolladas está sus inteligencias en comparación a las nuestras. Esta circunstancia es la mayor garantía de nuestra victoria.



¡Cuánta clarividencia la de nuestros antiguos sabios que decía que para conseguir un fin no hay que detenerse ante ningún obstáculo ni contar las victimas sacrificadas! No hemos contado los ineptos cristianos victimizados. Aunque hayan caído muchos de los nuestros, hemos conquistado la tierra para nuestro pueblo. Jamás imaginaron tener tanto poder. Las víctimas, relativamente poco numerosas, nos han salvado de malograrnos.



La muerte es el fin inevitable de todos. Vale más acelerar el fin de quienes le ponen obstáculos a nuestra obra que aniquilar a los que hemos creado. Liquidaremos a los francmasones de modo que nadie, salvo sus hermanos, pueda sospechar (ni siquiera las victimas de nuestras condenas); cuando sea necesario, morirán como de una enfermedad cualquiera. Sabiendo esto, la propia cofradía no osara protestar. Estas medidas extirparan del seno de la masonería todo germen de protesta. A la vez que predicamos entre los cristianos el liberalismo, mantenemos a nuestro pueblo y a nuestros agentes en una obediencia completa.



Gracias a nuestra influencia, la ejecución de las leyes de los cristianos ha quedado reducida al mínimo. El prestigio de las leyes fue minado por las interpretaciones liberales que hemos introducido en ellas.



En las causas y las cuestiones de política de principios, los tribunales deciden según les hemos prescrito, mirando las cosas con el prisma que les damos. Intervendrán para esto personajes de la opinión periodística y demás medios con las cuales no tenemos relación aparente. Los mismos senadores y la administración superior aceptaran ciegamente nuestros concejos.



La inteligencia puramente animal de los cristianos no es capaz de analizar ni de observar, y mucho menos de prever donde pueden conducir ciertos modos de presentar una cuestión. Al comparar esta diferencia de aptitudes para discurrir entre los cristianos y nosotros, se puede ver claramente la señal de los elegidos y la marca de nuestra naturaleza sobrehumana. El espíritu de los cristianos es instintivo y animal; ven, pero no prevén ni inventan nada fuera del mundo material. Hache se ve claramente como la naturaleza misma nos ha destinado para dirigir, para gobernar al mundo.



Cuando nos haya llegado el momento de gobernar abiertamente y de mostrar los beneficios de nuestro gobierno, reformaremos todas las legislaturas. Nuestras leyes serán breves, claras e inmutables, sin comentarios, para que todos puedan entenderlas bien. El rasgo predominante de estas leyes será una obediencia a la autoridad llevada a lo sublime.



Entonces desaparecerán los abusos en virtud de la autoridad superior del representante del poder. Los abusos de poder de los funcionarios inferiores serán castigados tan severamente que cada uno de ellos perderá la voluntad de tentar la experiencia. 

Vigilaremos cada acto de la administración, porque de esta depende la marcha de la maquina gubernamental. La licencia en la administración produce la licencia universal.

Los casos de ilegalidad o de abuso serán castigados de manera ejemplar.



El recelo, la complicidad solidaria entre los funcionarios de la administración desaparecerán una vez presenciados los primeros correctivos rigurosos. El lustre del poder exige castigos eficaces, es decir, crueles, por la menor infracción de la ley, ya que toda infracción atenta contra el prestigio de la autoridad. El condenado severamente castigado será como un soldado caído en el campo de batalla administrativo en provecho de la autoridad y la ley, que no admiten que un interés particular, así sea de quienes dirigen el vehículo social, prevalezca sobre la función pública.



Nuestros jueces sabrán que, de mostrarse compasivos, violan la ley justa, instituida para enseñar a los hombres castigando sus faltas: no deben mostrarse generosos. En la vida privada, es permitido dar pruebas de estas cualidades, pero nunca en la realidad publica, que es la base de la educación de la vida humana.



El personal judicial no podrá servir pasados los cincuenta y cinco años de edad. En primer lugar, los viejos son más obstinados en sostener sus opiniones preconcebidas y están menos dispuestos a obedecer las nuevas ordenanzas. En segundo lugar, esto nos facilitara la renovación del personal que nos estará mejor sometido. Quien quiera conservar su puesto habrá de obedecer ciegamente a fin de merecerlo.



En general, nuestros jueces serán escogidos entre aquellos que sepan bien que su papel es castigar y aplicar las leyes, no practicar el liberalismo en detrimento del estado, como hacen actualmente los cristianos. Los cambios de personal servirán también para destruir la solidaridad de clase, ligando a todos a los intereses del gobierno, del cual depende su suerte. La nueva generación de jueces será educada de tal modo que considerara inadmisible los abusos que pudieran deteriorar el orden establecido cuando oigan las causas entre súbditos.



En nuestros días, los jueces cristianos no tienen una idea precisa de su tarea. Se muestran indulgentes con todos los crímenes porque los gobiernos actuales los nombran sin antes inspirarles el sentimiento del deber y la conciencia de la tarea que se espera de ellos. Así como un animal envía a sus cachorros a la caza de su presa, los cristianos les dan a sus súbditos puestos bien remunerados sin cuidado de explicarles la finalidad de dichos destinos. Así sus gobiernos se destruyen con sus propias fuerzas por los actos de su propia administración.



Extraigamos de los resultados de estos actos una lección más para nuestro régimen. Expulsaremos al liberalismo de todos los puestos importantes que influyan en la educación de nuestros subordinados o en nuestro orden social. Únicamente serán admitidos para estos puestos aquellos que hayamos preparado nosotros mismos para administrar.



Se podrá objetar que el despido de los antiguos funcionarios le costara caro al tesoro. Responderemos que se les procurara algún destino en sector privado para reemplazar el cargo público perdido. Además, estando todo el dinero del mundo concentrado en nuestras manos, nuestros gobiernos no tendrán que temer gastos excesivos.



Nuestro absolutismo será consecuente en todo. Por eso nuestra gran voluntad será respetada y cumplida sin discusión cada vez que se dé una orden. No aceptaremos críticas ni descontentos y castigaremos cualquier desorden con penas ejemplares.



Aboliremos el recurso de casación, del cual dispondremos solamente nosotros, los gobernantes; no debemos dejar nacer entre el pueblo la idea de que nuestros jueces hayan podido dar alguna vez una sentencia injusta. Si esto llegase a suceder, casaríamos nosotros mismos la sentencia, dictando un castigo modelo contra el juez que no comprendió su deber ni su papel para que eso jamás se repita.



Repito que conoceremos cada paso que de nuestra administración, vigilando bien para que el pueblo este satisfecho de nosotros. El pueblo está en su derecho de exigir de un buen gobierno buenos funcionarios.



Nuestro gobierno asumirá el aspecto de una tutela patriarcal. Nuestros súbditos verán manifestarse en tal al padre que se preocupa de todas sus necesidades, de todas sus acciones, de todas las relaciones reciprocas de los súbditos entre sí (así como de sus relaciones con el gobierno). Entonces se les inculcara la idea de que, si quieren vivir en paz y tranquilidad, no pueden prescindir de tal tutela y dirección; ellos acataran la autocracia con una veneración rayana en la adoración, sobre todo cuando se convenzan de que nuestros funcionarios no se extralimitan en sus funciones, sino que cumplen ciegamente nuestras órdenes.



Quedaran bien satisfechos de que hayamos reglamentado sus vidas como padres prudentes que quieren educar a sus hijos en los sentimientos del deber y de la obediencia. Los pueblos en relación a nuestra política, y sus secretos, son hijos menores eternamente, como ahora lo son los actuales gobiernos.



Como veis, fundo nuestro despotismo sobre el derecho y el deber. El derecho de exigir el cumplimiento del deber es la primera obligación de un gobernante que sea un padre para sus súbditos.



Tiene el derecho el más fuerte y debe usar de el para dirigir a la humanidad hacia el orden establecido por la naturaleza: hacia la obediencia. El mundo está jerarquizado, ya sea en los hombres, en las circunstancias o en su propia naturaleza; siempre domina el más fuerte. Seamos, pues, los más fuertes por el bien de la humanidad.



Debemos saber sacrificar sin vacilaciones a ciertos violadores del orden establecido porque hay una gran fuerza educadora en el castigo ejemplar del mal. Cuando el rey de Israel se ponga la corona que Europa entera le ofrezca, será el patriarca del mundo. Las victimas que precise hacer para lograrlo no se aproximaran jamás al número de los sacrificados durante siglos por la locura de las grandezas y por la rivalidad de los gobiernos cristianos.



Nuestro rey estará constantemente comunicado con el pueblo. Les dirigirá discursos desde la tribuna que la fama esparcirá por el mundo entero.



Protocolo XVI



Transformación judeo-masónica de la enseñanza. Las escuelas y sus diferentes clases. Las escuelas al servicio de nuestro soberano. Abolición de la libertad de enseñanza. Las doctrinas judías consideradas como dogma de fe. Abolición del pensamiento libre. Educación superficial. Lecciones intuitivas.



Con miras a despedazar todo empuje colectivo que no sea el nuestro, suprimiremos las universidades vigentes y fundaremos otras sobre nuevos principios. Los maestros y profesores aplicaran secretos planes de acción; no podrán desviarse, bajo ningún pretexto, de dichos esquemas. Serán designados con precaución y dependerán completamente del gobierno.



Excluiremos de la enseñanza tanto el derecho civil como el derecho político. Estos cursos se les impartirán exclusivamente a un puñado de personas seleccionadas en base a su talento.



Las universidades no deben avalar simplones con intereses políticos y proyectos de reformas. Los graduados no deben comprender de política más que lo que saben sus propios padres. El desconocimiento de los asuntos políticos es surtidor de utopías y embrión de malos ciudadanos: para entender esto, solo hay que ver a los cristianos y a los goim.



Nos ha sido preciso permear su educación de calamitosos principios para aniquilar el orden social. Pero cuando nosotros tomemos el poder, distanciaremos de la instrucción todo cuanto pueda causar trastornos; convertiremos a la juventud en una tropa obediente a la autoridad, considerada con quienes la gobiernan por entender que son la esperanza de la paz y la calma.



Reemplazaremos el clasicismo, así como todo estudio de la historia antigua (que presenta muchos más ejemplos malos que buenos), por el estudio del porvenir. Borraremos de la memoria de los hombres todos los hechos de los siglos pasados que no sean agradables y que no nos convengan, no conservando de entre ellos más que los que describan las faltas de los gobiernos cristianos. La vida práctica, el orden social natural, el trato de los hombres entre sí, la obligación de evitar los malos ejemplos egoístas que siembran la simiente del mal, y todas las cuestiones parecidas de carácter pedagógico estarán en primer lugar en el programa de enseñanza, diferente para cada profesión, y que no generalizara la enseñanza bajo ningún pretexto.



Este sistema de enseñanza tiene una importancia extraordinaria. Cada clase social habrá de estar educada dentro de estrictos parámetros, según el destino y trabajo que la aguardan.



Los genios occidentales saben y sabrán elevarse a las clases superiores. Sin embargo, dejar escalar socialmente a individuos sin valor y permitirles desplazar a aquellos quienes, por su nacimiento o posición, ocupan los escaños más altos, es una verdadera locura. Solo hay que ver el resultado que les ha dado a los cristianos permitir estos absurdos.



Para conseguir que el gobierno tenga el puesto que le corresponde en el corazón y en el ánimo de sus súbditos, es necesario, mientras dure, enseñar al pueblo en las escuelas y en la plaza pública cuál es su importancia y cuáles son sus deberes, y como su trabajo se traduce en el bien del pueblo.



Aboliremos la enseñanza privada. Los alumnos podrán reunirse con sus padres, como en un ateneo, en las escuelas. Durante reuniones efectuadas en los días de fiesta, los profesores disertaran sobre el trato de los hombres entre sí, las leyes de imitación, los conflictos provocados por las luchas sin límites, etc.; es decir, que se les adoctrinara, tanto a los padres como a sus hijos, en las nuevas teorías que aún desconocen. Haremos de estas teorías un dogma e imán a nuestra fe.



Cuando haya terminado de exponer nuestro plan de acción del presente y el porvenir, os explicare las bases de estas teorías. En pocas palabras: la experiencia de los siglos nos dice que los hombres viven y se conducen por ideales que se les inculcan mediante la educación. Se les puede enseñar a todas las edades si se emplean procedimientos adecuados. Como es natural, absorberemos y adaptaremos a nuestro provecho el pensamiento independiente que ya, desde hace tiempo, dirigimos hacia el materialismo.



La represión del pensamiento se ejecuta ya mediante el sistema llamado de enseñanza por imágenes. Este transforma a los cristianos en animales dóciles que no discurren, que esperan la representación de las cosas por imágenes para poder comprenderlas.



En Francia, uno de nuestros mejores agentes, Burgeois, ha proclamado el nuevo programa de la educación por imágenes.



Protocolo XVII



Legistas y abogados. Descrédito del clero no judío. Libertad de conciencia. Destrucción del cristianismo. Plan judío-masónico contra el vaticano. El rey de los judíos, verdadero papa y patriarca de la iglesia universal. La prensa judía como medio de desorganización. Organización de la policía. El kahal, modelo de espionaje. Abuso del poder de los funcionarios.



El sistema judicial produce hombres fríos, crueles, tercos y sin principios que se conducen siempre impersonalmente dentro de la legalidad. Acostumbran a actuar en defensa de la sociedad, no por el bien de esta. Defienden a cualquiera y buscan la absolución del acusado a toda costa, explotando las sutilezas de la jurisprudencia; así, desmoralizan a los tribunales.



Al permitir el desarrollo de esta profesión dentro de ciertos parámetros, convertiremos a sus miembros en peones de la ley. Los abogados y jueces no se habrán de comunicar con sus clientes. Recibirán las causas del tribunal y las analizaran según las memorias y los documentos en los archivos judiciales. Una vez preparados, defenderán a sus clientes según el interrogatorio del tribunal y cobraran sus honorarios independientemente del éxito de la defensa. De este modo, se obtendrá una defensa honesta e imparcial, desligada del interés. Quedará suprimida también la actual práctica corrupta de que gane el pleito quien paga.



Ya hemos tomado medidas para desacreditar a los sacerdotes cristianos y desorganizar así una evangelización que nos resultaría molesta. Su influencia sobre el pueblo disminuye cada día. La libertad de conciencia se proclama por todas partes. Por lo tanto, estamos a unos pocos años de la ruina de la religión cristiana. De la misma forma, destruiremos a las demás religiones, pero es aun temprano para hablar de ello.


Acomodaremos al clero en tan estrecho margen que su influencia será nula, comparada con la que disfrutaba antes. Cuando llegue el momento de acabar con la corte papal, el dedo de una mano invisible guiará al pueblo. Entonces apareceremos nosotros mismos en el papel de unos defensores que no desean el derramamiento de sangre. Por este medio nos introduciremos en el interior de la iglesia y no saldremos hasta que la hayamos arruinado completamente.



El rey de los judíos será el verdadero papa del universo, el patriarca de la iglesia internacional. Mientras no hayamos educado a la juventud en las nuevas creencias de transición y después en las nuestras, no iremos abiertamente en contra de las iglesias existentes, sino que lucharemos contra ellas con la crítica, creando disensiones.



Por lo general, nuestra prensa se ocupara de destapar los asuntos de estado, de desacreditar las religiones y de mostrar la incapacidad de los cristianos en los términos más infames. Los denigraremos con el talento de nuestra raza. Nuestro régimen será como el reino de Visnú, de nuestras cien manos cada una tendrá un resorte de la maquina social.



Lo vigilaremos todo sin la ayuda de la policía oficial, que hemos preparado para impedirles ver a los gobiernos de los cristianos. En nuestro sistema, un tercio de los súbditos vigilara a los otros dos tercios por un sentimiento del deber que los pondrá al servicio del estado.



No será entonces vergonzoso ser espía o delator. Al contrario, será digno de alabanza. No obstante, las delaciones mal fundadas serán castigadas para evitar abusos prejuiciosos.



Nuestros agentes habrán de provenir de todas las capas sociales. Los reclutaremos entre las clases administrativas, entre los que viven con holgura de medios, entre los profesionales, entre los obreros etc.



La policía, sin autorización para actuar por sí misma y, por lo tanto, sin poder, no hará más que atestiguar y denunciar. La verificación de sus acusaciones estará a cargo de un grupo de peritos en asuntos policíacos. Las detenciones serán efectuadas por el cuerpo de gendarmes y por la policía municipal. Todo aquel que no declare cuanto vea y oiga en asuntos políticos, será considerado culpable de connivencia o de complicidad criminal.



Hoy, nuestros hermanos están obligados bajo su responsabilidad, a denunciar ante la comunidad a los renegados o a toda persona que emprenda cualquier acción contraria a esa misma comunidad. Asimismo, en nuestro reino universal, será obligado que todos los súbditos sirvan al estado en dicha forma.



Semejante organización acabara con los abusos de la fuerza, de la corrupción y de todo lo que nuestros propios consejos y nuestras propias teorías les han inculcado a los cristianos. ¿Cómo hubiéramos podido meter de otra forma tantos desordenes en su administración? Aun luego, a aquellos encargados de restablecer el orden se les permitirá dar rienda suelta a las malas inclinaciones y a los caprichos; se les dejara abusar de su poder y comprar las conciencias.



Protocolo XVIII



Medidas policíacas. Vigilancia que debe ejercerse sobre los conspiradores. La guardia del rey de los judíos. Arresto, por la menor sospecha, de los criminales políticos.



Eventualmente, será necesario reforzar las medidas policíacas. Para lograr el aniquilamiento del prestigio gubernamental a tal efecto, pondremos en vigor el sistema ruso de la okhrana (policía secreta). Simularemos desordenes y provocaremos manifestaciones de descontento en boca de buenos oradores. Las personas que se identifiquen con ellos se les unirán, lo que nos ahorrara el tener que efectuar pesquisas entre los gentiles para ubicarlos. Así, tampoco tendremos que implementar demasiadas restricciones, ya que emplearemos los servidores que tendremos entre la policía de los cristianos.



Como la mayoría de los conspiradores obran por amor a la gestión y por el gusto de charlotear, no los acosaremos mientras se contenten con palabras; nos limitaremos a introducir espías en sus rangos. Debemos tener presente que el prestigio del poder disminuye con el número de complots en su contra: esto implica impotencia de parte del estado o, peor, la injusticia de su fundamento. Ya hemos desprestigiado a los rectores cristianos con los reiterados asaltos dirigidos por nuestros agentes. Los antedichos conspiradores son, realmente, borregos de nuestro rebaño.



Sirviéndose de fórmulas liberales, es muy fácil llevar a los borregos a cometer crímenes. Basta que nuestras frases tengan matices políticos.



Obligaremos a los gobernantes a reconocer su impotencia al recurrir a las medidas de seguridad. La okhrana, por ejemplo, será adoptada y así quedara arruinado el prestigio del poder.



Nuestro soberano estará protegido por una guardia invisible. No admitimos que pueda oponérsele fuerza superior alguna. Siempre podrá defenderse, jamás deberá huir u ocultarse. Lo contrario, como en el caso de los cristianos, sería una sentencia de muerte para la dinastía y hasta para el soberano mismo.



Aparentemente, nuestro soberano se sirve del poder para el bien del pueblo, jamás para sus ventajas personales o dinásticas. Por tal, sus súbditos acataran dicho poder; le idolatraran por creer que el bienestar de cada ciudadano depende de él, ya que de él dependerá la economía social. Preservar al rey implica el reconocer la debilidad de la organización gubernamental.



Cuando nuestro rey ande entre el pueblo, ira rodeado de hombres y mujeres que aparentaran ser simples curiosos. Estas personas habrán de ocupar las primeras filas alrededor suyo, como por casualidad, y así contendrán a los demás.



Si alguno se esforzara en llegar junto al rey para presentar una súplica, los que estén en su entorno habrán de acoger la demanda y, delante del solicitante, presentársela al soberano para que todos sepan de que se trata; asimismo, se consigue publicar que existe un control del mismo rey. Es conveniente que el pueblo pueda exclamar: ¡si el rey lo supiera! ¡Cuándo el rey lo sepa!



Con el establecimiento de la guardia oficial, desaparece el renombre místico del poder. Cualquier persona audaz se puede apoderar del poder. El faccioso conoce su fuerza y acecha la ocasión de atentar contra él. Ya hemos visto a donde las más evidentes medidas de seguridad han llevado a los cristianos.



Encerraremos a cualquier sospechoso. El temor al equívoco no le valdrá de escape a ningún sospechoso de una ofensa de tipo político; con respecto a estas contravenciones no tendremos piedad.



Se puede admitir el examen de las causas ordinarias. Sin embargo, no habrá indulgencias con quienes se mezclen en los asuntos que le atañen exclusivamente al gobierno. Se sobrentiende que no todos los gobiernos pueden comprender la verdadera naturaleza de la política.



Protocolo XIX



El derecho de presentar peticiones y proposiciones. Represión de los desórdenes y motines. Criminales políticos deshonrados.



No admitimos que las masas se inmiscuyan en la política; estimularemos, en cambio, cualquier sugerencia que induzca al gobierno a mejorar la calidad de vida. Así podremos estudiar las fantasías de nuestros súbditos; les replicaremos ya sea con la consumación de su proyecto o con una refutación sensata que demuestre las fallas de sus autores. Los partidos políticos no hacen más que ladrarle a la luna: le ladran porque no saben quiénes son ellos ni que es esta última. Hay que demostrarles a los perros con un buen ejemplo la importancia del uno y del otro para que agiten la cola cuando salga la luna.



Para desprestigiar a sus autores y restarles eficacia a los crímenes políticos, llevaremos a los acusados por estos delitos al banquillo de los delincuentes vulgares, lo mismo que se lleva al ladrón, al asesino y a cualquier criminal despreciable. La opinión pública se embrollara conceptuando estos delitos con los otros y los reconocerá con el mismo desprecio.



Hasta hoy, hemos obstaculizado a los cristianos cuando han querido aunar los crímenes políticos a los comunes. Hemos empleado para ello la prensa, las disertaciones y los tratados antiguos, manejando la historia con habilidad. Les hemos imbuido la idea de que un condenado por un delito político es un mártir, ya que moría por el bien común. Semejante propaganda ha acrecentado el número de liberales y miles de cristianos los ha alistado en nuestro ejército.



Protocolo XX



Principios de la ciencia financiera y de los impuestos. Impuestos progresivos sobre las fortunas. Impuesto progresivo. El tesoro público. Tribunal de cuentas. Supresión de los gastos de representación. Suspensión de la vida económica. Circulación del dinero. La moneda del porvenir. La administración financiera de los goim. Los actuales empréstitos de los estados. Los futuros empréstitos de los estados. Valores industriales. Incapacidad de los gentiles en las finanzas y los impuestos. Consejeros judío-masónicos.



Hablemos del programa financiero, reservado para el final de mi disertación por tratarse del asunto más intrincado, eminente y decisivo que consideraremos. Al abordarlo, os recordare que la suma de nuestros actos se resuelve en cifras.



Cuando llegue nuestro momento, el gobierno absoluto evitará, por su propia salud, recargar de impuestos a las masas; ejecutará así su papel paternalista. Sin embargo, como la función gubernamental cuesta cara, es necesario buscar fondos y organizar las finanzas.



En nuestro gobierno, el rey dispondrá legalmente, por derecho de propiedad, de todo cuanto se halle en sus estados. Podrá, por lo tanto, recurrir a la confiscación de aquellas fortunas que juzgue necesitar para regular la circulación del dinero. De esto se deduce que la tributación consistirá principalmente en un impuesto progresivo sobre la propiedad. Así, los impuestos aumentaran en proporción directa a los bienes. Los ricos deben poner a la disposición del estado un porcentaje de lo superfluo, ya que el estado les garantiza el derecho a una ganancia licita.



La revisión de la propiedad evitara toda ganancia ilegal. Esta reforma social ha de venir desde arriba. Ya ha llegado su momento y se necesita, además, para asegurar la concordia.



El impuesto sobre el pobre se traduce en germen de revolución: es perjudicial para el estado, que se consume corriendo tras pequeñas ganancias. Además, el impuesto progresivo sobre el capital aminorara el crecimiento de riquezas particulares. Si hemos acumulado en la actualidad incontables bienes es para hacerle contrapeso a las fuerzas del mando cristiano, es decir, a la hacienda del estado. Un impuesto progresivo aportara una renta mucho más elevada que el tributo actual, que excita los ánimos y multiplica el descontento entre los cristianos.



La fuerza sobre la que se habrá de apoyar nuestro rey garantizara el equilibrio del poder y la perpetua concordia. Es indispensable que los capitalistas sacrifiquen una parte de sus rentas para asegurar el funcionamiento de la maquina gubernamental.



Las necesidades del estado deben de ser costeadas por aquellos que disponen de los medios para hacerlo. Esta medida acabará con el odio del pobre contra el rico; el primero verá en el segundo una fuerza financiera útil al estado, el sostén de la paz y la prosperidad, aquel que provee las normas para obtener estos bienes. Además, para que los contribuyentes de la clase pensante no reciban mayor disgusto por estos impuestos, se les dará cuenta del destino de esas sumas, exceptuando las que se distribuyan para las necesidades del trono y de las instituciones administrativas.



La persona reinante no tendrá propiedades personales, puesto que cuanto le pertenece al estado es también suyo. De no ser así, se suscitarían pugnas; sus rentas personales anularían los derechos de propiedad sobre los bienes de los demás. Los parientes de la persona reinante, exceptuando su heredero que estará también sostenido a cargo del estado, se emplearan como servidores del estado o trabajaran para adquirir el derecho de propiedad. El privilegio de pertenecer a la familia reinante no debe servir de pretexto para vivir a costa del tesoro.



Tanto la adquisición de una propiedad como la aceptación de una herencia estarán gravadas con un derecho progresivo de sellos o estampillas. La transferencia de una propiedad, sea por venta o por otra causa, no declarada necesariamente nominal, será castigada con un impuesto de un tanto por ciento a cuenta de su antiguo propietario desde la fecha en que se hizo la transferencia hasta el día en que sea descubierto el fraude. Los títulos de transferencia deberán presentarse al tesoro con los nombres, apellidos y domicilios del antiguo y el nuevo propietario. Este registro será obligatorio a partir de una cantidad fija que sobrepase los gastos corrientes y cotidianos de compraventa y no serán gravados más que con un derecho mínimo por cada unidad.



Calculad en cuanto sobrepasaran estos impuestos a las rentas de los estados cristianos. La caja de los fondos del estado deberá contar con un determinado fondo de reserva, y todo lo que sobrepase de ese capital habrá de ponerse en circulación. Se organizaran con estas reservas trabajos públicos y la iniciativa de estos trabajos, que proceden de los recursos del estado, atraerán a la clase obrera hacia los intereses del estado y hacia las personas reinantes. Una parte de estas sumas se dedicara a dar primas por los inventos y la producción.



Aparte de las antedichas sumas, no se conservara ni un céntimo bajo ningún pretexto en las cajas del estado. El dinero debe circular y toda retención de fondos repercute perniciosamente en el funcionamiento del mecanismo del estado. El dinero es el lubricante de las ruedas del estado. Al canjear parte del dinero por valores en papel, se produce el estancamiento del capital; las consecuencias de esto son suficientemente conocidas.



Instituiremos también un tribunal de cuentas. El gobierno tendrá en todo momento a su disposición el estado de ingresos y gastos del estado, salvo las cuentas del mes corriente y del anterior.



El único individuo que no gana robando las cajas del estado es su propietario, el gobernante. El habrá de evitar las perdidas y el despilfarro. La representación, con sus recepciones de etiqueta y pérdida de tiempo, será suprimida. No habrá consideraciones con quienes, por cuidar sus intereses particulares, se acercan al trono para darle brillo y pompa.



Hemos producido crisis económicas entre los cristianos con el fin de retirar el dinero de la circulación. Cuando los grandes capitales se estancan, los estados tienen que recurrir a las mismas fortunas que han producido el aprieto para obtener dinero. Estos empréstitos cargan de deudas de intereses a los estados. La concentración de la industria en manos de los capitalistas ha destrozado a la pequeña empresa y se ha tragado el empuje del pueblo.



La emisión actual de dinero no corresponde a la cifra del consumo por cabeza. No puede, por lo tanto, satisfacer todas las necesidades de los obreros. Las tiradas de dinero deben guardar relación con el crecimiento de la población, incluyendo a los niños, que son consumidores.



La revisión del cuño de la moneda es esencial en el mundo entero. La mudanza del patrón oro fue perjudicial para los estados que lo adoptaron porque no puede satisfacer al consumo. Ya hemos retirado de la circulación casi todo el oro.



Debemos implantar una moneda en base al trabajo, ya sea de papel o de madera. Imprimiremos dinero según las necesidades naturales de cada sujeto, regulando la cantidad en función de los nacimientos y las defunciones. Cada departamento, cada barrio, llevara a tal efecto sus cuentas.



Para evitar que se retrase la entrega de dinero al estado, las sumas y la fecha de su entrega estarán fijadas por decreto del gobierno. Así se evitan también los favoritismos regionales por parte del ministerio de hacienda. Las cuentas de gastos e ingresos se presentaran siempre juntas para su debida comparación.



Presentaremos estas reformas que proyectamos en forma que no alarmen a nadie. Haremos ver la necesidad de las reformas como consecuencia de los desórdenes financieros de los cristianos.



El primer desorden, les diremos, consiste en aprobar un presupuesto que aumenta de año en año. Este presupuesto cubre gastos hasta la mitad del año. Entonces se solicita un presupuesto rectificado que se malgasta en tres meses. Después se reclama un presupuesto suplementario. Esto termina con un presupuesto de liquidación. Y como el presupuesto del siguiente año se aprueba según el total del presupuesto general, el déficit normal anual es del 50% y el presupuesto anual se triplica cada diez años.



A causa de estos procedimientos, los cofres de los estados cristianos están vacíos. Los empréstitos los han llevado a la bancarrota. Los empréstitos exponen la debilidad de los estados y el desconocimiento de sus facultades.



Como la espada de Damocles, los empréstitos están suspendidos sobre las cabezas de los gobernantes. Estos, en vez de aplicarles a sus súbditos impuestos temporales, vienen a pedirles préstamos a nuestros banqueros.



Los empréstitos extranjeros son sanguijuelas de los estados. Si los estados cristianos no se las arrancan, acaban pereciendo a causa de la sangría que se han impuesto.



En realidad, ¿que representa un empréstito y sobre todo un empréstito exterior? El préstamo conlleva la obligación de pagar los intereses de la suma admitida en un tiempo determinado. Si el empréstito se ha hecho a un 5% de interés en 20 años, el estado ha pagado un interés igual al empréstito. En 40 años habrá pagado el doble, en 60 años el triple, y la deuda queda siempre sin pagar.



Este cálculo evidencia que, bajo la forma de impuesto individual, el estado les quita lo último a los contribuyentes pobres para pagarles a los prestamistas extranjeros ricos. De haber reunido las riquezas nacionales para sostener sus necesidades, no habría tenido necesidad de pagar intereses.



Cuando los empréstitos eran interiores, se mudaba simplemente el dinero del bolsillo del pobre al del rico. Sin embargo, una vez corrompidas aquellas personas que fue menester, dirigimos los empréstitos al extranjero. Desde entonces, las riquezas de los estados pasan a nuestras cajas y los cristianos nos pagan tributo.



En lo que concierne a los negocios del estado, la ligereza de los cristianos, la corruptibilidad de los ministros y la falta de conocimiento sobre hacienda de los gobernantes han llenado a los países de obligaciones. Ya no pueden restituir las deudas. Lograr esto, nos ha costado grandes esfuerzos y mucho dinero.



No toleraremos que se inmovilice el dinero. Por tal, no habrá obligaciones sobre el estado. Se exceptuaran algunos compromisos al 1% a fin de evitar que el pago de intereses alimente la voracidad de las sanguijuelas.



Podrán emitir bonos las compañías comerciales capaces de pagar los intereses con sus beneficios. Estas empresas emplean el dinero productivamente, mientras que el estado gasta el dinero prestado sin crear ningún beneficio (lo toma para gastarlo, no para hacerlo producir).



Los valores industriales serán comprados por el mismo gobierno que, de deudor, se transformara en acreedor y no tendrá ya que pagar intereses. Dicha medida acabara con la parálisis, la indolencia y la pereza que explotamos mientras los cristianos fueron independientes.



¡Cuán evidente es la sinrazón en los cerebros primitivos de los cristianos! Nos toman dinero a interés sin pensar que, tarde o temprano, tendrán que pagarnos con los recursos del país. Parece que no entienden que habrán de devolvernos el capital prestado más los intereses. ¡Saldrían mejor tomando el dinero que necesitan directamente del contribuyente! Esto evidencia una sagacidad muy superior de nuestra parte: les hemos presentado el negocio de los empréstitos de tal manera que lo creen ventajoso para sí...



Cuando llegue el momento, presentaremos cálculos claros y certeros que demostraran la utilidad de nuestras innovaciones. Esto será posible gracias a la experiencia de los siglos que hemos vivido en los estados cristianos. Entonces se le pondrá fin a los abusos, gracias a los cuales teníamos a los cristianos bajo nuestro poder. Formularemos un sistema de cuentas exactas que no le permita ni al gobernante ni al más modesto funcionario desviar fondos sin que se note, ya sea para sí o para destinarlos a proyectos que no hayamos indicado.



No se puede gobernar sin tener un plan definido. Hasta quienes siguen un camino seguro, pero sin un plan de acción, se pierden en el camino. Aconsejados por nosotros mismos, los gobernantes cristianos desatendían los asuntos de estado. Perdían su tiempo en recepciones, cuestiones de etiqueta y diversiones. Los volvimos reflejos de nuestro gobierno oculto. Los datos que presentaban sus delegados estaban fabricados por nuestros agentes con el fin de satisfacer a los menos sagaces con promesas de un provechoso porvenir. Les decíamos que harían economías con nuevos empréstitos. Y no nos reclamaban nada. Fijaos bien a lo que les ha conducido su despreocupación, a que desorden financiero han llevado el esfuerzo de sus pueblos.



Protocolo XXI



Empréstitos nacionales. Deudas del estado e impuestos. Conversiones y baja de los intereses en los empréstitos nacionales. Insolvencia del estado. Consolidación de los empréstitos nacionales. Rentas perpetuas. Supresión de la bolsa de valores. Tasa de los precios de los valores comerciales.



Añadiré a lo que os he dicho anteriormente una explicación detallada de lo que son los empréstitos interiores. Sobre los empréstitos exteriores no diré nada más, ya que han llenado nuestras cajas con el dinero nacional de los cristianos. Nuestro gobierno universal no tendrá vecinos a quienes prestar dinero.



Nos hemos valido de la corrupción de los administradores y de la negligencia de los gobernantes para recibir cantidades dobles, triples y aún mayores, prestando a los gobiernos de los cristianos el dinero que no necesitaban. ¿Quién podría hacer lo mismo contra nosotros? Por tal, no expondré pormenorizadamente más que los impuestos interiores.



Cuando se lanza un gravamen interior, el estado abre una suscripción para la compra de sus obligaciones. Crea acciones de valor nominal reducido, a la vez que les facilita una bonificación, por debajo de la par, a los primeros suscriptores. Al siguiente, día se produce un alza ficticia en la cotización, bajo el pretexto de que todos desean esas acciones. Algunos días más tarde, las cajas del tesoro están, según ellos dicen, atestadas, y no saben dónde colocar el dinero. ¿Para qué entonces pedirlo? La suscripción sobrepasa varias veces la emisión del empréstito: tal es la confianza que inspiran las emisiones del gobierno. Pero después que se ha representado la comedia, se encuentran ante un pasivo muy numeroso que se acaba de formar.



Para pagar los intereses, se debe recurrir a nuevos empréstitos que no absorben, sino que aumentan, la deuda principal. Cuando el crédito se ha agotado, son necesarios nuevos impuestos, no para cubrir el empréstito, sino solamente sus intereses. Estos impuestos son un nuevo pasivo destinado a cubrir el pasivo... Y así sucesivamente. Después vienen las conversiones, que disminuyen solamente el pago de los intereses sin liquidar las deudas, que no pueden aprobarse sin el consentimiento de los prestamistas.



Al anunciar una conversión, se propone devolverles el dinero a quienes no quieran convertir sus valores. Si todos los inversionistas optaran por la devolución, los gobiernos se verían cogidos en sus propias redes, sin poder pagar el dinero que ofrecen. 

Felizmente, los súbditos de los gobiernos cristianos, poco versados en asuntos de hacienda, han preferido siempre las perdidas en bolsa, y una baja en sus intereses, a correr el riesgo de nuevas colocaciones de dinero, con lo cual les han dado posibilidades a los gobiernos de deshacerse de un pasivo de varios millones.



Con las deudas exteriores, los cristianos no se atreven a hacer nada parecido porque saben que reclamaríamos todo nuestro dinero. Una bancarrota así reconocida, le demostraría definitivamente al país la ausencia de unión entre el pueblo y sus gobiernos.



Prestadle atención al siguiente hecho: en el día de hoy, todos los empréstitos interiores están consolidados por deudas que se designan con el nombre de flotantes, es decir, por deudas cuyos pagos son a fechas más o menos cercanas. Estas deudas proceden del dinero ingresado en las cajas de ahorro y en los fondos de reserva. Como estos fondos quedan por mucho tiempo en manos de los gobiernos, se evaporan al pagar los intereses de los empréstitos exteriores y en su lugar colocan una suma equivalente en depósitos de renta. Estos depósitos son los que tapan todos los huecos en las cajas del estado de los cristianos.



Cuando subamos al trono del mundo, todos estos trucos de hacienda serán abolidos, sin dejar rastro, porque no responden a nuestros intereses. Suprimiremos igualmente todas las bolsas de fondos públicos, porque no admitiremos que el prestigio de nuestro poder se tambalee por las alzas y bajas de nuestros valores. Estos serán declarados por ley al precio de su valor completo, sin fluctuaciones posibles. El alza da lugar a la baja y así es como al principio de nuestra campaña hemos jugado con los valores de los cristianos.



Reemplazaremos las bolsas por grandes establecimientos de crédito especial, cuyo destino será tasar los valores industriales según los proyectos del gobierno. Estos establecimientos estarán capacitados para llevar al mercado títulos por valor de millones o comprarlos en un solo día. De este modo, todas las empresas industriales dependerán de nosotros. Podéis imaginar que poder adquiriremos de este modo.



Protocolo XXII



El misterio de los tiempos. Plan judío político y financiero. El oro milenario, base de la prosperidad futura. Poder de los judíos por encima de los pueblos y de dios.



Con todo lo que hasta ahora llevo expuesto me he esforzado para mostraros el secreto de los acontecimientos pasados y presentes. Os he mostrado el secreto de vuestras relaciones con los cristianos y de nuestras operaciones financieras. Poco me queda por deciros ya sobre este asunto.



Tenemos en nuestras manos la mayor fuerza del mundo, el oro, y podemos en dos días retirar de nuestros depósitos todo el que queramos. ¿Necesitáis aún más para ver demostrado que nuestro gobierno es el predestinado por Dios? Es la mejor manera de hacer ver, por esas inmensas riquezas, que todo el mal que nos hemos visto obligados a hacer durante tantos siglos ha servido al fin para llegar al verdadero bien, para poner todo en orden. De hache proviene la confusión sobre las nociones del bien y del mal. El orden será restablecido empleando, sin duda, la violencia; pero al fin quedara restablecido. Sabemos probar que somos bienhechores de la humanidad; nosotros que hemos hecho al mundo torturado el verdadero bien de darle la libertad al individuo, que podrá gozar de descanso; la paz, la dignidad en las relaciones; a condición, se entiende, de respetar las leyes establecidas por nosotros.



Aclararemos, en un momento dado, que no hay libertad en el anarquía ni derecho en la licencia; ni la rectitud, ni la fuerza facultan al hombre a proclamar principios destructivos como son, por ejemplo, la libertad de conciencia y la igualdad; tampoco tiene un individuo derecho a enaltecerse y a arrastrar a los demás con sus talentos oratorios durante asambleas tumultuosas. La verdadera libertad consiste en la inviolabilidad de la persona que observa honrada y exactamente todas las leyes de la vida en común; la dignidad en la conciencia de sus derechos y juntamente de sus deberes y de los derechos de que carece, y no solo en el desarrollo ilusorio y fantástico del tema de su yo.



Nuestro dominio será célebre por su poder, porque administrara y dirigirá sin llevarse de líderes ni de oradores que proclamen conceptos falsos (esos cacareados grandes principios que no son más que utopías). Nuestro poder será el árbitro del orden, que es el único que hace la felicidad de los pueblos, y de los hombres. La brillantez de nuestro poder producirá una adoración mística en el pueblo. La fuerza legítima no transige ante ningún derecho, ni siquiera el divino; nadie osara impugnarnos un ápice de poder.



Protocolo XXIII




Limitación en la producción de los objetos de lujo. Restablecimiento de la industria doméstica. La huelga. Prohibición de emborracharse. El mundo actual perecerá por la anarquía, pero el rey de los judíos la resucitara. El rey de los judíos es un elegido de dios.



Para habituar a los pueblos a obedecer, hay que implantar en ellos la modestia con la correspondiente disminución del lujo y sus elementos asociados. De ese modo, se lograra componer las costumbres pervertidas en la rivalidad de la ostentación.



Restableceremos la pequeña industria para rivalizar con los capitales particulares de las grandes empresas. Esto es indispensable porque los grandes fabricantes dirigen muchas veces, sin darse cuenta, el ánimo de las masas contra el gobierno. Un pueblo que se dedica al pequeño negocio no conoce las huelgas, valora el orden y, por consiguiente, la fuerza del poder. Los desocupados son los más peligrosos para el gobierno.



En cuanto nos hagamos del poder, la embriaguez será prohibida por fuerza de ley y sancionada como un crimen contra la humanidad. Aquellos que se dan a tal vicio se bestializan con el uso del alcohol.



Los súbditos, repito, obedecen ciegamente a una mano firme y misteriosa, completamente independiente de ellos en la que ven una espada para defenderlos y una defensa contra las calamidades sociales. ¿Qué necesidad tienen de ver en su rey un ángel? Es preferible que descubran en el la personificación de la fuerza y el poder.



Un soberano habrá de desplazar a los gobernantes actuales. Estos mandatarios se tienen que desenvolver en las sociedades desmoralizadas por nosotros, en cuyo seno aparece por todas partes el fuego de la anarquía. Han tenido que renegar hasta del poder de dios.



El citado soberano deberá, ante todo, apagar este fuego devorador. Para ello, se verá obligado a ahogar en su propia sangre a los colectivos vigentes; luego, los hará resucitar bajo la forma de un ejército organizado que luche conscientemente contra todo germen capaz de infectar el organismo estatal. Este elegido de Dios llegara designado desde lo alto para resquebrajar las fuerzas de la insensatez, siempre movidas por el instinto, la brutalidad y la inhumanidad.



Estas fuerzas son las que imperan en el presente. Roban y cometen toda clase de atropellos en nombre de la libertad y los derechos. Han destruido el orden social para ayudarnos a levantar de sus ruinas el trono del rey de Israel. No obstante, su intervención habrá de finalizar desde el momento en que el rey de Israel ascienda al trono.



Entonces habrá que barrerlos del trayecto de nuestro rey. El no habrá de hallar ningún estorbo. Luego les podremos decir a los pueblos: dad gracias a dios e inclinaos delante del predestinado, hacia quien el mismísimo Dios ha acarreado una estrella; tan solo el, el designado por el todopoderoso, puede preservaros del mal.



Protocolo XXIV



Como se debe afirmar la dominación del rey de la casa de David. Supresión de las herencias naturales. El rey de los judíos y sus tres consejeros. El rey de los judíos, encarnación del destino. Valor moral del rey de los judíos.



De hecho como garantizar la perpetuidad de las raíces dinásticas del rey David hasta últimas capas de la tierra…



Debemos mantener aquellos principios mediante los cuales nuestros sabios dirigen todos los asuntos mundiales; encauzar la formación del pensamiento de toda la humanidad...



Algunos elegidos de la raza de David alistarán a los reyes y a sus sucesores, escogiéndolos sin miramientos al derecho hereditario, atendiendo solamente a las aptitudes superiores de estos; los iniciaran en los secretos de la política y en los planes de gobierno, sin que nadie conozca dichos secretos. Se habrá de obrar así para que se entienda que el gobierno no se le puede confiar a los no iniciados en estos misterios.



Los designados serán adiestrados en la aplicación de los planes políticos, serán instruidos con la experiencia acumulada por nuestra gente durante siglos, serán adoctrinados respecto a las conclusiones sobre leyes político-económicas y ciencias sociales; en pocas palabras, se les enseñara cuanto la naturaleza ha establecido para regular el trato con el hombre.



Los herederos directos serán excluidos del trono si, durante su adiestramiento, se muestran imprudentes, bondadosos o poseedores de cualidades perniciosas que incapaciten para gobernar. Solamente aquellos que sean capaces de gobernar con firmeza, que sean inflexibles hasta la crueldad, recibirán las riendas del gobierno de manos de nuestros sabios. En caso de cualquier enfermedad que ocasione debilitamiento de la voluntad, los reyes deberán, por ley, poner el gobierno en otras manos mejor capacitadas para mandar.



Los proyectos de acción del rey, sus planes inmediatos y, sobre todo, sus intenciones futuras serán desconocidos aun de sus primeros consejeros. Solamente el rey y sus tres iniciadores tendrán conocimiento de los planes para el porvenir. En la persona del rey, dueño de sí mismo y de la humanidad, gracias a una voluntad inquebrantable, todos creerán ver el destino con sus caminos desconocidos. Como nadie habrá de saber lo que el rey pretenda con sus órdenes, nadie propondrá desviarse por un camino aventurado.



Es necesario, naturalmente, que la inteligencia del rey responda al plan de gobierno que se le ha confiado. Por eso no subirá al trono hasta que haya sido puesto a prueba por los sabios que hemos mencionado.



Con el fin de que el pueblo conozca y ame a su rey, es necesario que el primero se relacione con el segundo en los lugares públicos. Estos encuentros producen la unión imprescindible de las fuerzas que hemos dividido previamente por medio del terror. El terror es indispensable al principio para que las diversas facciones caigan separadamente bajo nuestro poder e influencia.



El rey de los judíos no debe someterse a sus pasiones, especialmente a la voluptuosidad. No debe consentir jamás a que sus instintos animales dominen su inteligencia. La voluptuosidad obra prejuiciosamente sobre las facultades intelectuales y la claridad de miras, distrayendo el pensamiento con consideraciones puramente groseras.



Como el pilar de la humanidad que deber ser, el soberano universal de la santa simiente de David ha de sacrificar por su pueblo y por su bien, todos sus gustos y antojos personales. Nuestro soberano habrá de ser de una irreprochabilidad ejemplar.



(Firmas: representantes de Sion del grado 33.)

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