martes, 18 de agosto de 2020

El Hijo del Hombre vino para dar su vida en rescate por muchos - Mateo 20:20-28

 

Mensaje: El Hijo del Hombre vino para dar su vida en rescate por muchos


Base bíblica: Mateo 20:20-28; Marcos 10:35-45; Lucas 18:34

Introducción

La petición de la madre de los hijos del trueno, de Santiago y Juan, es una vergonzosa cuando se analiza a la luz del contexto inmediato. Jesús les había comunicado a sus discípulos por tercera vez que le era necesario padecer en Jerusalén, ser muerto y resucitar al tercer día (Mt. 16:21; 17:22-23; 20:17-19). En otras palabras, que les había comunicado que sobre la base de su vida, muerte y resurrección descansaba toda la esperanza de la salvación del remanente profetizado o de la iglesia.  

Desde el ámbito religioso actual sería muy fácil juzgar a esta mujer y a sus hijos. ¿Cómo alguien con algún entendimiento de la obra de Jesucristo, intentaría buscar una posición de privilegio en su reino, cuando ni siquiera merece ser parte del mismo? Sin embargo, momentos como estos sirven al propósito de que podamos examinar nuestras motivaciones, podamos reconocer nuestras debilidades y que podamos ser confrontados con la realidad de nuestro pecado.

Exposición del texto

¿Una petición o un mandato? 

20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. 21 Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.

Según el evangelio de Marcos, los hijos de Zebedeo no solamente sabían acerca de la petición que su madre le haría a Jesús, sino que estos también participaron de la misma.

Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. (Marcos 10:35)

Debemos recordar que los discípulos le habían preguntado a Jesús previamente quién sería el mayor en el reino de los cielos y qué Jesús les había dicho sobre el particular.

1En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? 2 Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, 3 y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. 5 Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe. (Mateo 18:1-5)

33 Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? 34 Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor. (Marcos 9:33-34)

Jesús ya los había corregido e instruido sobre este asunto diciéndoles que nadie tiene méritos en sí mismo para entrar al reino de los cielos y que, por lo tanto, ninguno puede o debe considerarse mayor en el reino. La razón radica en que todos los que entran en el reino de los cielos, entran por el milagro del nuevo nacimiento, es decir, por la obra soberana de la gracia de Dios. En Juan 3:3, 5, Jesús le comunica esta verdad a Nicodemo cuando le dijo:

…De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (Juan 3:3)

De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (Juan 3:5)

Jesús, recientemente, había utilizado la pregunta del joven rico sobre qué bien haría para tener la vida eterna, para afirmarles categóricamente a los discípulos, que nadie puede entrar al reino de los cielos por el cumplimiento de la ley, por cuanto todo esfuerzo humano es infructuoso. 

15 Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. 18 De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. (Romanos 9:15, 18)

Al joven rico marcharse, los discípulos le preguntaron a Jesús, ¿quién, pues, podrá ser salvo?, a lo que Jesús les contestó:

…Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. (Mateo 19:26)

La petición de la madre de los Hijos de Zebedeo no era una inusual en el ámbito político. Pero el problema con la misma estriba en que el reino de los cielos no es una empresa, un negocio o un medio para alcanzar autoridad sobre los demás.  

El Nuevo Testamento describe el reino de Dios de una manera diferente a los reinos terrenales. El reino de Dios descrito en las Escrituras se centra principalmente en la operación soberana de Dios en la salvación de su pueblo y en su juicio sobre los infieles.  

porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (Romanos 4:17)

Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder. (1 Corintios 4:20)

Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. (1 Corintios 15:50) 

De las 152 menciones del término reino en el Nuevo Testamento, 54 de ellas pertenecen al evangelio de Mateo. Ningún otro libro del Nuevo Testamento habla más acerca del reino. En Mateo, el reino de los cielos es un concepto soteriológico. De otro modo que este representa la obra de Cristo resucitando a pecadores de entre los muertos, como un acto soberano de su gracia, para transformarlos a su imagen.

Una petición insensata

22 Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. 23 Él les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre.

Tanto Santiago como Juan experimentarían lo que significaría tomar su cruz y seguir a Cristo. En Hechos 12:1-2 vemos cuando el rey Herodes manda a matar a espada a Santiago. En Apocalipsis 1:9 leemos que Juan estuvo preso en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.

Es preciso entender que lo que podamos hacer para la obra del reino es por causa de haber sido capacitados por el Espíritu Santo con dones para ello. Además, de que es Dios mismo quien actúa en nosotros poniendo el hacer, así como el querer por su buena voluntad. De manera que, no podemos presumir de nada. Nuestra parte en el reino es como colaboradores, el papel protagónico le pertenece únicamente a Jesucristo.

Un enojo no piadoso

24 Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos.

El enojo de los demás discípulos no era uno santo. Recordemos que ya habían discutido sobre quién de ellos sería el mayor en el reino. 

33 Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? 34 Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor. (Marcos 9:33-34)

Jesús, el modelo del reino a seguir

25 Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. 26 Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; 28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

Las afirmaciones de Jesús muestran lo que había en el corazón de sus discípulos. Estos buscaban gobernar o ejercer autoridad sobre los demás. Jesús les diría que la grandeza en el reino se mide sobre la base del servicio genuino. Inmediatamente, se coloca como el ejemplo a seguir. Jesús es el ejemplo del ciudadano del reino de los cielos a seguir. Si él siendo el Hijo del Hombre vino a servir y a dar su vida en rescate por todos los que heredarían el reino, entonces ¿cómo sería posible que los discípulos buscaran servirse, cuando Jesús les había servido y también, cuando daría su vida por ellos?

En el evangelio de Lucas hallamos la respuesta sobre el porqué los discípulos discutieron sobre quién sería el mayor en el reino de los cielos, así como la razón por la cual los hijos de Zebedeo le hicieron a Jesús semejante petición.

Pero ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía. (Lucas 18:34)

La palabra rescate del griego “λύτρον lútron proviene de lúō, cuyo significado es soltar. Representa el rescate o precio pagado para redimir a los cautivos, para liberarlos de sus ataduras y ponerlos en libertad”.[1] De manera que, el término rescate es uno de carácter soteriológico, esto es, relacionado con la obra de Cristo en términos de la salvación de su pueblo.

El Diccionario de Teología de Harrison expone lo que sigue:

Tres palabras hebreas básicas yacen tras la idea de rescate: (1) kōp̄er indica pago hecho en sustitución por la vida de otro. Sal. 49:7 (un texto difícil) parece sugerir que nadie puede eludir la muerte por medio de pagar un rescate, cf. Is. 43:3. (2) En contraste con la naturaleza privada de la transacción implícita en el sustantivo kōp̄er, el verbo gāʾal se asocia primariamente con las relaciones familiares, con raíces en las obligaciones del vengador de sangre o gōʾēl descrito en Lv. 25:25ss. Así Is. 51:10 sugiere que Dios ha realizado el papel de pariente preocupado al rescatar a Israel (cf. Jer. 31:11). (3) La palabra pāḏāh, usada en Is. 35:10 y Os. 13:14 para indicar la gracia salvífica de Dios en general, expresa específicamente la redención de algo reclamado por Dios, como en Éx. 13:15, respecto de los primogénitos.[2]

La aseveración del Hijo del Hombre dando su vida “en rescate por muchos” proviene tanto del libro de Daniel como del de Isaías. Jesucristo es llamado en Daniel 2, la piedra, en Daniel 7, el Hijo del Hombre y en Daniel 9, el Mesías Príncipe, uno que moriría para salvar al remanente profetizado.

Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. (Daniel 9:24)

La idea del siervo sufriente en rescate por muchos es sin duda una alusión a Isaías.

10 Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. 11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. (Isaías 53:10-11)

En 1 Pedro 1, el apóstol Pedro asevera lo siguiente:

18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, 20 ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, (1 Pedro 1:18-20)

La obra de Cristo relacionada con nuestro rescate podemos aplicarla a nuestra vida cristiana de dos maneras básicas:

En primer lugar, aprendiendo a hallar contentamiento en el servicio a la obra del reino.

como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Mateo 20:28)

En segundo lugar, aprendiendo a no andar quejándonos por lo que nos cueste vivir el evangelio.

20 Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. 21 Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; 22 el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; 23 quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; 24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (1 Pedro 2:20-24)

Conclusión

Pertenecer al reino de los cielos es un privilegio. Este no puede ser comparado con los reinos de la tierra. Los ciudadanos del reino pasan a ser parte del mismo por un milagro de la gracia de Dios. Estos sirven a su Rey no por imposición, sino que le sirven de buena voluntad porque lo aman. Solo existe un tipo de ciudadano. En el reino de los cielos no existen estratas sociales. El servicio se presta como para Cristo, no buscando ganancias ni reconocimientos, sino que se hace por el privilegio de servir. Dios nos ayude a vivir como ciudadanos del reino de los cielos.


[1] Spiros Zodhiates, The Complete Word Study Dictionary  : New Testament, electronic ed. (Chattanooga, TN: AMG Publishers, 2000, c1992, c1993), G3083.

[2] Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley and Carl F. H. Henry, Diccionario De Teología (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 526.

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