Amar no es SINÓNIMO
de consentir
Vivimos en un mundo en donde amar
se ha convertido en sinónimo de consentir y por ende, de permitir. Uno, en donde
la verdad parece ser concebida por sentimientos, emociones y no por evidencias
sostenibles, admisibles y corroborables. Un mundo, en donde la norma de Dios es
cambiada con el propósito de justificar nuestras acciones pecaminosas. En el
mismo, se rechaza a Dios por proveer estándares o normas de sana convivencia,
pero su vez, se juzga a otros sobre los mismos estándares contra los cuales nos
rebelamos contra él.
Si buscáramos algunos de los
antónimos de amar veremos que son: odiar, aborrecer y despreciar, entre otros. Por
consiguiente, debe existir una diferencia entre odiar y amar. No hay que ser
cristiano para saber que la razón consiste en que el amor busca el bien de
aquel que se dice amar; mientras el odio no se interesa en nadie y procura buscar
el mayor daño posible.
El amor radica en no sólo hacer el
bien, sino en evitar el mal. Es así, que la palabra amar es más que mostrar
afecto hacia alguien o a alguna cosa. Amar, también comprende la tarea de corregir,
guiar, reprender y disciplinar a quien se dice amar.
Nadie puede decir que ama alguien,
cuando le ve haciendo el mal y le dice: “No te preocupes, sigue adelante con tu
vida, pues yo no te juzgo.” ¿Podemos como cristianos llamar a esto amor? No, no
podemos. Jesús no vino al mundo a consentir con nuestros hábitos pecaminosos,
sino a morir en la cruz para llevar sobre sí mismo el dolor y las consecuencias
de nuestro pecado. Dios envió a su propio Hijo para salvarnos y enseñarnos el
camino correcto, a fin de poder disfrutar de la vida que él mismo nos concedió.
Dios jamás consentirá con nuestro pecado, sino que más bien, como hijos, tenemos
por seguro que seremos disciplinados.
Pastor Gilberto Rufat
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