El Pecado y sus Consecuencias
Por: Rev. Gilberto Rufat
Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa (2Samuel 11:4)
La realidad es que lo que llamamos el pecado de David, es tan sólo una de las muchas formas y maneras en las que el pecado se manifiesta. La Biblia nos enseña que el pecado nos engaña, pues nos provee de una falsa impresión momentánea de satisfacción, placer y gratificación, pero ¿a qué costo? El pecado siempre nos invitará a participar de él, pero nunca expondrá el precio, el dolor, el quebrantamiento, la separación de nuestros seres queridos, la pérdida y hasta la muerte.
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5:19-21)
De manera, que el pecado es más que una acción, es un estado del corazón que se revela contra lo establecido por Dios. El pecado es una forma de idolatría en la cual colocamos una necesidad humana y la distorsionamos colocándola como la esencia o razón de nuestra vida, en vez de al Creador y dador de la misma. Lo lamentable de la historia de David, así como muchas veces en la nuestra, es que habiendo conocido a Dios y habiendo entendido lo que significa pecar y aun conociendo sus consecuencias, no obstante, pecamos. Esto incluye a los hijos de Dios, por cuanto no están exentos de pecar, aunque existe una gran diferencia entre ambos, por cuanto el creyente jamás podrá deleitarse en el pecado.
No hay manera de pecar, sea cual sea el pecado, sin que no exista o traiga consigo consecuencias. El hombre le otorga una gradación a los pecados sobre la base de sus consecuencias y conforme a las heridas que estos producen en su propia vida y conciencia, pero no siempre de acuerdo a Dios. Así que, el pecado de David, sin importar las razones en este momento que lo pudieron haber llevado o conducido a pecar, evidenció consecuencias, las que no se hicieron esperar. El pecado fue uno pasional, contrario a lo establecido por Dios para el matrimonio y la vida familiar. Por consiguiente, fue allí precisamente en donde David pagaría las mayores consecuencias, pues aún después del arrepentimiento y perdón de parte de Dios, las mismas se manifestaron. Sin embargo, en medio de la caída, David tendrá la oportunidad de crecer y conocer a Dios en manera nunca imaginadas, pues el pecado de adulterio y la muerte de Urías demandaban la propia vida del rey David.
Lecciones aprendidas sobre el pecado y sus consecuencias:
1- Todo pecado es conocido por Dios, de modo, que es imposible esconderlo de éste.
2- No hay manera de pecar en la cual no dañemos a otros.
3- Todo pecado engendra o lleva de la mano a otro pecado, de forma tal, que lo que en un principio parecería solamente una aventura o un momento de placer, terminaría esclavizándonos, pues traerá de la mano otros pecados.
4- No hay manera de pecar, sin que nuestra conciencia no nos consuma y nos acuse en lo más profundo de nuestro corazón. Y aún más ahora, puesto que en el Nuevo Pacto, el Espíritu Santo ha venido a hacer morada en el creyente, quien le redarguye de toda maldad.
5- Nuestros pecados afectan no solamente a aquellos contra quienes pecamos, por lo que también afectarán a todas las personas cercanas a nosotros, puesto que todo cambia en la vida de aquél que deliberadamente decide apartarse de la voluntad de Dios.
6- Aprenderemos, que irónicamente no tenemos la misma habilidad o juicio que usamos para condenar a otros cuando de nuestro pecado se trata.
7- Lo más importante es que jamás existirá restauración sin confesión y sin consecuencias, aun cuando haya restauración.
No obstante, no debemos olvidar, que también en medio del pecado y de la escuela del dolor, David descubriría y aprendería, lo maravilloso del perdón y de la gracia de Dios. Jesús enseñó en casa de Simón el fariseo, que quienes más aman, son aquellos que logran comprender con mayor claridad la gravedad de sus pecados. No hablo de la gravedad de un pecado sobre otro, sino de lo que implica pecar contra Dios. Únicamente aquellos que logran comprender y experimentar la gravedad de sus pecados y que movidos por el Espíritu de Dios son movidos a arrepentimiento, serán los que con mayor humildad y servicio se acercarán a Dios. Por cuanto nada pudieron hacer para merecer la gracia y el perdón de Dios, solamente les queda vivir una vida en respuesta al más grande amor, aquél que con el propósito de perdonar, estuvo dispuesto a poner su vida por nosotros. Ciertamente David pecó, pero no es menos cierto que es precisamente allí, en nuestra maldad y en medio de nuestra pecaminosidad, en donde Dios muestra y evidencia su bondad.
Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado. (Romanos 4:6-8)
Además, Dios utiliza nuestras debilidades para convertirlas en fortalezas. En tales momentos se graba en nuestro corazón, no nuestra grandeza, generosidad o alguna otra cualidad, sino que Dios labra en nuestro corazón la marca de su misericordia y de su amor en nosotros. Es así, que se esculpe el evangelio en los que se salvan, guardando en sus memorias la imagen de aquél que pudiendo juzgarnos, decidió no lanzar la piedra contra nosotros, sino darnos una nueva oportunidad en Cristo.
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