lunes, 20 de julio de 2020

¿Qué bien haré para tener la vida eterna? (parte 1) - Mateo 19:16-30

Mensaje: ¿Qué bien haré para tener la vida eterna? (parte 1)

Base bíblica: Mateo 19:16-30; Marcos 10:17-21; Lucas 18:18-30

16 Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? 17 Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. 18 Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. 19 Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 20 El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? 21 Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. 22 Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. 23 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. 24 Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. 25 Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? 26 Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. 27 Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? 28 Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. 30 Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros. (Mateo 19:16-30)

Introducción

Jesús continúa su travesía hacia Jerusalén para salvar a muchos pecadores de la condenación eterna en la que se encuentran, por medio de su muerte sustitutoria (Mateo 16:21). Luego de haber puesto sus manos sobre unos niños y de orar por ellos (Mateo 19:13-15), le sale al encuentro un líder entre los judíos deseando saber qué le faltaba hacer para ser salvo (Mateo 19:16).

Exposición del texto

16 Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?

El relato en Mateo 19:16 comienza diciendo “Entonces vino uno”, lo que podría llevarnos a pensar que esta historia está conectada con aquella en la que le traían a Jesús unos niños. Sin embargo, Mateo 19:15 establece que luego de aquel suceso “se fue de allí”.  El evangelio de Marcos provee el contexto en el que se desarrolla la historia.


Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Marcos 10:17)

En el evangelio de Lucas vemos que el hombre que se acerca a Jesús era “un hombre principal”, esto es, un líder entre los judíos.

Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Lucas 18:18)

Resalta el hecho de cómo este hombre principal se acerca a Jesús, pues lo hace de una manera inusual. Observamos que lo hace de una manera similar a Nicodemo, un maestro de Israel, según lo presenta el evangelio de Juan.

Este hombre principal viene corriendo (Marcos 10:17). No quería desaprovechar la oportunidad de hacerle la pregunta en cuestión a Jesús. La actitud que muestra es poco común, ya que se hinca de rodillas ante él (Marcos 10:17), llamándolo “Maestro bueno” (Mateo 19:16). Esto implica que, como Nicodemo, reconocía que había algo especial en Jesús. Por último y no menos importante, le hace una pregunta significativa, “¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo  19:16; Marcos 19:17; Lucas 18:18).  

Aunque la pregunta parece haber sido hecha de manera legítima y reconocemos que es una pregunta extremadamente importante, no obstante, contiene una premisa falsa. Esta es la creencia de que podemos hacer algo para salvarnos o que podemos cooperar con Dios en nuestra salvación. Veremos que durante la narración, Jesús le expondrá a este principal judío su incapacidad de poder cumplir o satisfacer la demanda de la santidad y de la justicia de Dios.

17 Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.


Jesús le contesta la pregunta a este líder con otra pregunta, “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”. La respuesta de Jesús no debe ser considerada como algunos enseñan erróneamente, que Jesús negó su divinidad. La verdad es que este hombre no sabía quién era Jesús, solo le llamó Maestro bueno, título que le podía ser atribuido a cualquier otro rabino en su tiempo. Llamar a Jesús Maestro bueno, Señor o incluso Salvador, no es evidencia de que alguien lo ha conocido. La salvación no procede de una mera confesión casual, sino que la misma debe provenir de un corazón transformado por Dios que cree al evangelio de Jesucristo.

8 Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: 9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (Romanos 10:8-10)
   
De la contestación de Jesús, “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”, también se desprende una de las principales verdades del evangelio de Jesucristo. Una verdad que contradictoriamente un sector amplio de “la iglesia” no entiende y que, por lo tanto, rechaza. Nos referimos a la doctrina de la inhabilidad total, la corrupción radical o como es más conocida, la depravación total. Esta doctrina parte de los efectos o de las consecuencias de la caída de Adán en Génesis 3.

La doctrina del pecado original plantea que todos los hombres nacen por naturaleza con una tendencia al pecado, la que desde la niñez comienza a aflorar. Esta doctrina bíblica contradice la afirmación del joven rico al llamar a Jesús, “Maestro bueno”. Esta supone que los hombres no nacen con el pecado original o que no están tan inhabilitados y que, por tal razón, pueden cooperar con Dios en su salvación.  

La Biblia enseña categóricamente que no existe un solo hombre bueno, uno de acuerdo al estándar de Dios.

10 Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. 13 Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; 14 Su boca está llena de maldición y de amargura. 15 Sus pies se apresuran para derramar sangre; 16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; 17 Y no conocieron camino de paz. 18 No hay temor de Dios delante de sus ojos. 19 Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; 20 ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. (Romanos 3:10-20)

Esto radica, como ya expresáramos, en las consecuencias de la caída de Adán. Esta enseñanza se encuentra en Romanos 5:12 y en 1 Corintios 15:22, entre otros.  

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos 5:12)

Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (1 Corintios 15:22)

El enunciado “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” en Mateo 19:17, no tiene el propósito de enseñar que la salvación puede ser obtenida o heredada por la obediencia a la ley. Jesús había enseñado, en su famoso sermón del Monte en Mateo 5 al 7, que el cumplimiento de la ley de Dios era mucho más abarcador que lo que en principio parecía. Que la salvación requería de una justicia superior a la de los escribas y fariseos (Mateo 5:20). Como hombres caídos y vendidos al pecado no poseemos tal justicia ni podemos, por más esfuerzo que hagamos, obtenerla. De manera que la ley no puede salvarnos. No obstante, el problema no está en la ley, sino en nuestra condición pecaminosa.  

10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; 11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. 12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. (Romanos 7:10-12)

10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; 12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. (Gálatas 3:10-12)

Si bien es cierto que no podemos alcanzar salvación por medio de la obediencia a la ley, por otra parte, los hombres serán juzgados delante de Dios por ella. Los mandamientos son el estándar de vida que el Creador demanda de las criaturas que él creó, así que la libertad no existe fuera del ámbito de la obediencia a Dios.   

18 Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. 19 Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Los judíos creen que el Tanak (nombre que le asignan al Antiguo Testamento) contiene 613 mandamientos u ordenanzas necesarias para ser justificados delante de Dios. Jesús le recuerda al hombre los diez mandamientos, pero no para establecer que sobre la base de estos se puede ser salvo, sino para demostrar que ni estos diez son obedecidos realmente. No existe un solo hombre que pueda cumplir los diez mandamientos en su totalidad y extensión, como Jesús lo enseña en el Sermón del Monte. Estos mandamientos están contenidos en Éxodo 20:3-17, a continuación:

1- No tendrás dioses ajenos delante de mí.
2- No te harás imagen. 
3- No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano.
4- Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
5- Honra a tu padre y a tu madre.
6- No matarás.
7- No cometerás adulterio.
8- No hurtarás.
9 - No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
10 - No codiciarás.

Todos los seres humanos somos culpables de la violación del primer mandamiento desde el principio de la creación, porque la Biblia registra que nos colocamos a nosotros mismos en el lugar de Dios.

20 El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?

Tristemente, este principal entre los judíos no entiende su condición e incapacidad frente a Dios. De esta forma obra el pecado, pues hace que nos veamos buenos, cuando la medida que usamos es compararnos con otros seres humanos. El problema es que Dios no usa como estándar a otro hombre. Dios nos juzgará de acuerdo con su santidad y justicia perfectas.

En este punto de la historia, el evangelio de Marcos muestra la actitud con la que Jesús toma la contestación enajenada de la realidad del joven rico. Jesús pudo haber estallado en ira, ya que este se encontraba en el mundo por causa del pecado de los hombres y el joven rico creía poder salvarse por sí mismo. Sin embargo, el evangelio de Marcos recoge otro momento importante en la conversación.

Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. (Marcos 10:21)

No debemos confundir el amor de Dios con una debilidad o sentimentalismo en su carácter. Dios puede amarnos y a la vez juzgarnos por nuestros pecados, sin que esto represente una contradicción o un problema en su carácter. El problema nuestro es que tenemos la tendencia a ver únicamente el amor de Dios en el acto de la salvación, pero no podemos concebirlo en el ejercicio de su justicia.

Dios en su amor juzga al pecador, así como puede tener misericordia de quien quiere, pero nunca jamás es injusto. Dios no nos debe gracia, porque la misma es una dádiva no es una deuda. Tampoco está obligado a otorgarnos su gracia porque la haya concedido a otros. Es necesario señalar y recordar que cada vez que alguno proclama que Dios debe ser justo, lo único que está declarando es su propia sentencia de muerte, por cuanto la paga del pecado es muerte. Dios es y será exaltado porque pudiendo condenar a todos eternamente, quiso salvar a muchos por medio del rescate efectuado por Cristo.  

21 Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. 22 Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.

El joven rico no entendiendo las palabras de Jesús, solo reconoce que le falta hacer algo. Jesús estaba comunicándole lo que le faltaba, pero el joven estaba ciego y sordo ante el mensaje del evangelio, como lo es todo pecador hasta el momento en el que Dios regenera el corazón. El principal no podía entender que no podía ser justificado ante Dios por medio de la obediencia a la ley, puesto que esta demanda una obediencia total.

10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. 11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. (Santiago 2:10-11)

El verdadero propósito de la ley con respecto a la salvación es guiarnos a entender la necesidad de un Salvador provisto por Dios, Jesucristo.

19 Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. 20 Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno. 21 ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. 22 Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. (Gálatas 3:19-22)

Conclusión

Concluimos que el hombre por causa del estado caído con el que nace como consecuencia del pecado original, nada puede hacer para salvarse. Que es violador de la ley y que esta únicamente puede, por la gracia de Dios, mostrarle su pecado, por lo tanto, su insuficiencia e injusticia, a fin de que pueda proceder en arrepentimiento y fe para ser salvo por medio de Jesucristo. Que siendo imposible para los hombres alcanzar salvación, Dios, de acuerdo al designio de su libre voluntad, decidió actuar para salvar a quienes no lo merecían como un acto de su gracia soberana. De manera que lo que es imposible para los hombres, es posible por medio de la justicia perfecta provista para los que heredarían salvación por medio de la obra redentora de Jesucristo. Una justicia que no pudiendo ser alcanzada por nadie, le fue imputada a todos a los que, según las riquezas de su gracia, les sería dado un nuevo corazón con el que reconocerían sus pecados y la necesidad de un Salvador.

Por: Pastor Gilberto Miguel Rufat

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