lunes, 27 de abril de 2020

Este es mi Hijo amado - Mateo 17:1-13


Tema: Este es mi Hijo amado

Por: Pastor Gilberto Miguel Rufat

Base bíblica: Mateo 17:1-13; Marcos 9:2-13; Lucas 9:28-36

1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; 2 y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. 3 Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 4 Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. 5 Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. 6 Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. 7 Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. 8 Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. 9 Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos. 10 Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? 11 Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. 12 Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. 13 Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.

Introducción

La visión de la transfiguración (Mateo 17:9) tuvo lugar seis días después de la enseñanza de Jesús a sus discípulos en Mateo 16:13-28. Jesus tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y subió al monte a orar (Lucas 9:28). “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente. Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías” (Lucas 9:29-30). Lucas 9:31 expone que “hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén”. Mientras esto ocurría “…Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él” (Lucas 9:32).

En importante observar que del relato se desprenden dos mandatos. El primero, provino de Dios Padre y les ordenaba a escuchar a Jesús (Mateo 17:5). El segundo, procedió de Jesús o de Dios Hijo, quien les ordenó a los tres discípulos que no contaran la visión de la transfiguración hasta que este hubiera resucitado de los muertos.

La transfiguración tuvo el propósito el sellar con broche de oro la enseñanza sobre la persona de Jesús. Por un lado, presentando a Jesús como el Mesías enviado por Dios de la casa de David y por el otro, testificando que este era el Hijo amado de Dios (Mateo 17:5).

Exposición del pasaje

(v. 1) “Seis días después,” – Esta expresión inicial del relato es importante, por cuanto presenta un marcador de tiempo y porque señala que el mismo guarda relación con la narración anterior.

Mateo asevera que “Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;”. En los evangelios encontramos tres ocasiones en las que Jesús se apartó únicamente con tres de sus discípulos.

1- En casa de la hija de Jairo (Mateo 9:19; Marcos 5:37; Lucas 8:51)
2- En la transfiguración (Mateo 17:1; Marcos 9:2; Lucas 9:28)
3- En el Huerto de Getsemaní (Mateo 26:37; Marcos 14:33)

Los evangelios no explican el por qué en estos tres eventos, los mismos tres discípulos estuvieron presentes con Jesús. De manera, que no entraremos a conjeturar, solo diremos, que propósito hubo en ello.

(v. 2) “y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz”. – Es preciso en este punto recordar que Pedro había identificado a Jesús como el Mesías anunciado de la casa de David y como el Hijo del Dios viviente (Mateo 16:16). Dicha declaración afirmaba las dos naturalezas de la persona de Jesús; cien por ciento hombre y cien por ciento Dios. De modo que Jesús era el Hijo del Dios viviente, quien se había encarnado para cumplir la promesa hecha a David (2 Samuel 7:12-16; Salmos 89:3-4, 35-26). Estas dos naturalezas en la persona de Jesús hicieron posible que el cumpliera la obra expiatoria para salvar a su pueblo. ¿Por qué? Porque como hombre, los sustituiría tomando su lugar y como Dios, los perdonaría o justificaría de sus pecados (Mateo 9:6).

La transfiguración de Jesús en gloria tiene un paralelo con el momento en que Moisés experimentó la gloria de Dios en Éxodo 33 y 34.

17 Y Jehová dijo a Moisés: También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre. 18 El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. 19 Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. 20 Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. 21 Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; 22 y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. 23 Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro. (Éxodo 33:17-23)

34 Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era mandado. 35 Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar con Dios. (Éxodo 34:34-35)

Debemos señalar tres aspectos importantes al comparar ambos relatos.

1- Moisés no pudo ver el rostro en gloria de Dios Padre (Éxodo 33:20), pero los discípulos pudieron ver el rostro de Jesús, Dios Hijo en gloria (Mateo 17:2; Lucas 9:29).

2- Moisés tuvo que ser escondido en una peña y Dios Padre cubrirlo con su mano para no morir hasta que este hubiera pasado (Éxodo 33:22). Sin embargo, Pedro, Jacobo y Juan estuvieron presentes ante la transfiguración de Jesús sin temor a morir (Mateo 17:2). ¿Por qué? Porque Jesús es la peña en la cual el remanente escogido por gracia es escondido para poder participar de la gloria de Dios sin morir. Porque Jesús los cubriría con su justicia a través de su obra expiatoria en la cruz.

3- Moisés resplandeció (Éxodo 34:35) y los vestidos de los tres discípulos resplandecieron al estar en la presencia de Dios (Mateo 17:2). Marcos 9:3 afirma que “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos”. De manera, que es incompatible que una persona se llame cristiano y no se evidencie en su vida la transformación de haber sido hecho participe de la gloria de Dios en la salvación.

Es importante entender que la gloria de Jesús en la transfiguración, era la gloria que este poseía “antes que el mundo fuese”, como se establece en el evangelio de Juan. El cual, dicho sea de paso, fue uno de los testigos oculares de la transfiguración.

1 Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; 2 como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. 3 Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. 4 Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. 5 Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. (Juan 17:1-5)

No obstante, aquella gloria, era la gloria que Jesús dejaría por un momento, para descender a la tierra en forma de hombre y en dicha condición, asumir el rol de un siervo para venir a ser el salvador de su pueblo, como lo presenta Filipenses 2.

5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:5-11)

La segunda carta de Pedro evidencia que la visión de la transfiguración marco la vida del apóstol Pedro. Este interpretó y aplicó la misma de la manera siguiente:

16 Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. 17 Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. 18 Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. (2 Pedro 1:16-18)

(v. 3) “Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él”. – Para comprender la importancia de la aparición de Moisés y Elías en la transfiguración, es necesario establecer el contexto de sus respectivos ministerios y lo que estos representan: la ley y a los profetas del Antiguo Testamento.  

En Éxodo 33, Moisés pide ver el rostro de Jehová.

18 El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. 19 Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. 20 Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. 21 Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; 22 y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. 23 Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro.

Mientras que en Éxodo 33, Moisés pide ver el rostro de Jehová y le es negado, en la visión de la transfiguración de Jesús, Pedro, Jacobo y Juan, tuvieron el privilegio de ver el rostro de Jesús, Dios Hijo glorificado. La gloria que los discípulos evidenciaron fue la misma gloria de Jehová, confirmando la deidad de Jesús, así como su ministerio. También es importante considerar el cumplimiento de la profecía de Moisés en Deuteronomio 18, relacionada al profeta que Dios levantaría y sobre el cual, Moisés le pediría cuentas al pueblo. 

15 Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis; 16 conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. 17 Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho. 18 Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. 19 Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. (Deuteronomio 18:15-19)

Moisés tipificaría la obra de Cristo como profeta llevando al pueblo a través del desierto hacia la tierra prometida. La Biblia enseña que Moisés no pudo completar esto y que tampoco pudo entrar en la misma. Cristo sería quien conduciría a su pueblo hacia el verdadero reposo de Dios, la salvación, según Hebreos 3 y 4.

Por otro lado, la presencia de Elías (1 Reyes 17-18) testifica del tiempo profético que estaban viviendo, el tiempo del cumplimiento de la llegada del Mesías (Malaquías 4:5) y la condición en la que se encontraba el pueblo (adoraban a Baal) antes del juicio que vendría. Recordemos que Elías anunció tres años de sequía (1 Reyes 17:1).

(v. 4) “Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías”. – El evangelio de Lucas 9:32 asevera que “…apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía”. Marcos 9:6 presenta que Pedro dijo eso “Porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados”.

(v. 5) “Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. – Lo próximo que experimentaron los discípulos fue estar frente a la nube de Jehová, la misma en la que se manifestaba a Moisés en el desierto. La misma representa la presencia de la gloria de Jehová y señalaba uno de dos propósitos que podemos corroborar en el Antiguo Testamento; su gracia o su ira.

El momento de la transfiguración fue usado por Dios Padre e Hijo para testimonio de quién era Jesús y de la gracia que habían recibido como Moisés para ser los instrumentos de Dios sobre su pueblo. Por consiguiente, interpretar la misma como el cumplimiento de las palabras de Jesús en Mateo 16:27-28 es incorrecto. La venida en gloria del Hijo del Hombre sería para juicio y no para confirmación de la gracia y del cuidado de Dios sobre su pueblo.

Tanto en el bautismo de Jesús (Mateo 3:16-17) como en la transfiguración se escuchó la voz de Dios Padre declarar lo que sigue: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. En ambos momentos, la voz sirvió para testificar acerca de la persona y del ministerio de Dios Hijo. Dicha expresión proviene de Isaías 42.

He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. (Isaías 42:1)

(v. 6) “Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor”. - El momento sirvió para testificar ante Pedro, Jacobo y Juan que Jesús era el Mesías o el siervo de Jehová anunciado por el profeta Isaías, quien traería justicia a las naciones, así como para provocar en estos discípulos una reverencia santa o sagrada hacia Jesucristo.  

(v. 7) “Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis”. – Jesús se acerca a nuestras vidas para salvarnos, como un acto de su gracia o para condenarnos, como un acto de su justicia. Es maravilloso que por gracia, aquellos que han sido alcanzados por Dios, puedan levantarse y vivir confiadamente.

(v. 8-9) “8 Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. 9 Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos”. – Una vez Jesús los toca, al levantar su mirada se encuentran únicamente con Jesús. Para que estos no creyeran que habían tenido solamente un sueño, Jesús les dijo que no le contaran la visión a nadie hasta que él resucitara de los muertos. Es un acto de su gracia lo que Dios Padre nos permite conocer a través de Dios Espíritu Santo sobre Dios Hijo. Ciertamente, los creyentes somos llamados a testificar sobre la grandeza de Jesucristo, sin embargo, únicamente servirá de testimonio a aquellos que Dios en su gracia desee darlo a entender.

(v. 10) “Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? – Los discípulos, luego del mandato de Jesús, le preguntan, ¿por qué los escribas enseñaban que era necesario que Elías se manifestara antes de la llegada del Mesías? En esta pregunta podemos ver la enorme influencia que ejercían los escribas en el tiempo de Jesús. Por otro lado, vemos una de las condiciones señaladas como confirmación del regreso del Mesías. Esta enseñanza de los escribas provenía del profeta Malaquías.

1 Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. 2 Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada. 3 Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos. 4 Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. 5 He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. 6 Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición. (Malaquías 4)

(v. 12-13) “11 Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. 12 Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos”. – La restauración que traería Elías sería una, en términos de confrontar al pueblo con su pecado y apostasía y llamarlos al arrepentimiento. Elías había venido, había cumplido su ministerio y lo habían ejecutado. De igual manera, le acontecería al Hijo del Hombre.

(v. 13) “Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” – Los discípulos se acordaron de lo que Jesús les había testificado en Mateo 11.

7 Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 8 ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. 9 Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. 10 Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti. 11 De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él. 12 Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. 13 Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. 14 Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. 15 El que tiene oídos para oír, oiga. 16 Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, 17 diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. 18 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. 19 Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos. (Mateo 11:7-19)

Conclusión 

Concluimos que no existe posibilidad de tener comunión con Dios, menospreciando y rechazando a su Hijo amado. Por cuanto es por medio de la obra de Dios Hijo que Dios padre quedaría complacido. La obra de Cristo no solo fue y es suficiente para salvar a todos los que se acercan con un corazón contrito y humillado a Dios, sino que es la única forma de ser salvos.

No podemos desobedecer la orden de Dios Padre con relación a Dios Hijo, sin ser condenados. La gloria de Dios nos cubre para salvarnos metiéndonos en la peña (Jesús) o la gloria de Dios expone nuestros pecados para condenación eterna.

Po último y no menos importante, a los discípulos se les mandó en aquel momento a esperar hasta la resurrección para proclamar la visión de la gloria de Jesucristo. A los creyentes, se nos ha mandado a dar a conocer el evangelio de la multiforme sabiduría de Dios en Jesucristo. Por lo tanto, no podemos quedarnos encerrados en una visión sobre lo glorioso que es Jesucristo, sino que es hora de dar a conocer el único nombre a través del cual podemos ser salvos, Jesucristo hombre.

Enlace al video de la predicación:

https://youtu.be/JiGPlwTSoHE

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