sábado, 23 de noviembre de 2019

“Sin gracia y arrogantes”



Es común escuchar contra los que creen las doctrinas de la gracia el señalamiento de ser arrogantes y de no mostrar gracia. Nos llama la atención que estos mismos señalamientos sean expresados por los hijos cuando son corregidos. Es común escuchar declaraciones como estas: “Papá y mamá no me corrigen con amor”. “Mis padres se creen que se lo saben todo y que nunca se equivocan”.

Generalmente, el señalamiento de los hijos sobre la falta de gracia o de amor cuando son corregidos por los padres es una manifestación de rebeldía. La misma es una expresión de molestia por ser corregidos. Esta es una forma psicológica de redirigir la falta hacia los padres, es decir, acusar de agresor o de falta de amor al que corrige o de no tener misericordia. Este acto busca la forma de evadir la desobediencia o la falta cometida. Victimizarse es propio del corazón no regenerado.

La acusación de arrogancia señalada contra el que corrige, ¿no será más bien un mecanismo de defensa del que es corregido? ¿No será que este último es quien muestra arrogancia porque la verdad es que no desea ser corregido?  

Nuestra naturaleza caída nos delata. Nuestra tendencia es a señalar la corrección como falta de amor y, por lo tanto, como algo malo. ¿Por qué? Porque se nos hace muy difícil comprender la corrección como una manifestación de amor por parte del que nos corrige. De modo que no se trata necesariamente de la falta de amor de quien ejercita la corrección, sino de nuestra incapacidad de ver el amor en el ejercicio de la misma.
“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige”. (Proverbios 13:24)
¿Por qué comenzar emitiendo juicios sobre el corazón del que corrige? ¿No es más sabio evaluar primero si hay alguna virtud o verdad en el señalamiento hecho? 

Llegar a conclusiones apresuradas sobre “las razones malvadas” del que nos corrige, nos meterá en muchos problemas por no haber corregido a tiempo lo que debimos haber corregido. 

Evadir la corrección podrá librarnos del señalamiento al momento, pero terminará destruyéndonos nuestro propio pecado. Por otra parte, no aceptar los señalamientos nos aleja de aquellos que sinceramente buscan nuestro bien.

Hay tres motivaciones básicas para todo señalamiento. El primero proviene de aquel que nos ama o que tiene interés en nosotros, como nuestros padres. El segundo proviene de aquel que ejercita la corrección, no por amor, sino porque nuestras acciones lo afectan. Tal es el caso de un jefe o patrón con su empleado. El tercero es aquel que presenta las faltas de otro con el fin de destruir o de ganar ventaja.

Finalmente, a no ser que se tengan las evidencias concretas para concluir que un señalamiento es un ataque personal, no lo suponga ni lo crea y mucho menos cuando la persona no ha demostrado con hechos que ha actuado en su contra. 

Dejemos de ser niños y aceptemos la corrección y los señalamientos como adultos, y mucho más, si nos llamamos cristianos maduros.

Es importante recordar que toda acusación falsa es pecado. La Biblia enseña que antes de pasar juicio se debe tener dos o más testigos. La razón radica en que nuestro corazón tiene la tendencia, como expresáramos anteriormente, de juzgar sin tener toda la evidencia. En segundo lugar, porque una vez difamada una persona habremos manchado su testimonio ante los demás para siempre.

El verdadero creyente muestra discernimiento, entendimiento, humildad, inteligencia y arrepentimiento al aceptar la corrección con mansedumbre, por cuanto es una bienaventuranza ser corregido.
“Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, Y en tu ley lo instruyes,” (Salmo 94:12)
Por: Pastor Gilberto Miguel Rufat

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