Es común escuchar contra los que creen las doctrinas de la
gracia el señalamiento de ser arrogantes y de no mostrar gracia. Nos llama la
atención que estos mismos señalamientos sean expresados por los hijos cuando son
corregidos. Es común escuchar declaraciones como estas: “Papá y mamá no me corrigen
con amor”. “Mis padres se creen que se lo saben todo y que nunca se equivocan”.
Generalmente, el señalamiento de los hijos sobre la falta de
gracia o de amor cuando son corregidos por los padres es una manifestación de rebeldía.
La misma es una expresión de molestia por ser corregidos. Esta es una forma psicológica
de redirigir la falta hacia los padres, es decir, acusar de agresor o de falta
de amor al que corrige o de no tener misericordia. Este acto busca la forma de
evadir la desobediencia o la falta cometida. Victimizarse es propio del corazón
no regenerado.
La acusación de arrogancia señalada contra el que corrige,
¿no será más bien un mecanismo de defensa del que es corregido? ¿No será que
este último es quien muestra arrogancia porque la verdad es que no desea ser corregido?
Nuestra naturaleza caída nos delata. Nuestra tendencia es a señalar
la corrección como falta de amor y, por lo tanto, como algo malo. ¿Por qué? Porque
se nos hace muy difícil comprender la corrección como una manifestación de amor
por parte del que nos corrige. De modo que no se trata necesariamente de la falta
de amor de quien ejercita la corrección, sino de nuestra incapacidad de ver el
amor en el ejercicio de la misma.
“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige”. (Proverbios 13:24)
¿Por qué comenzar emitiendo juicios sobre el corazón del que
corrige? ¿No es más sabio evaluar primero si hay alguna virtud o verdad en el
señalamiento hecho?
Llegar a conclusiones apresuradas sobre “las razones
malvadas” del que nos corrige, nos meterá en muchos problemas por no haber
corregido a tiempo lo que debimos haber corregido.
Evadir la corrección podrá
librarnos del señalamiento al momento, pero terminará destruyéndonos nuestro
propio pecado. Por otra parte, no aceptar los señalamientos nos aleja de aquellos
que sinceramente buscan nuestro bien.
Hay tres motivaciones básicas para todo señalamiento. El
primero proviene de aquel que nos ama o que tiene interés en nosotros, como
nuestros padres. El segundo proviene de aquel que ejercita la corrección, no
por amor, sino porque nuestras acciones lo afectan. Tal es el caso de un jefe o
patrón con su empleado. El tercero es aquel que presenta las faltas de otro con
el fin de destruir o de ganar ventaja.
Finalmente, a no ser que se tengan las evidencias concretas para
concluir que un señalamiento es un ataque personal, no lo suponga ni lo crea y
mucho menos cuando la persona no ha demostrado con hechos que ha actuado en su
contra.
Dejemos de ser niños y aceptemos la corrección y los señalamientos como
adultos, y mucho más, si nos llamamos cristianos maduros.
Es importante recordar que toda acusación falsa es pecado. La
Biblia enseña que antes de pasar juicio se debe tener dos o más testigos. La razón
radica en que nuestro corazón tiene la tendencia, como expresáramos
anteriormente, de juzgar sin tener toda la evidencia. En segundo lugar, porque
una vez difamada una persona habremos manchado su testimonio ante los demás para
siempre.
El verdadero creyente muestra discernimiento, entendimiento,
humildad, inteligencia y arrepentimiento al aceptar la corrección con
mansedumbre, por cuanto es una bienaventuranza ser corregido.
“Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, Y en tu ley lo instruyes,” (Salmo 94:12)
Por: Pastor Gilberto Miguel Rufat
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