jueves, 22 de junio de 2017

¿Qué significa la salvación?


¿Qué significa la salvación?


La salvación es el acto por el cual Dios, previendo la caída del hombre y sus consecuencias antes de la creación del mundo, decide salvar a aquellos que según el puro afecto de su voluntad escogió en Cristo, con el propósito de mostrar en ellos su gracia para alabanza de su gloria (Efesios 1:3-6). Dios es el autor y consumador de la obra de la salvación de principio a fin. La salvación es presentada en las Sagradas Escrituras como un acto del pasado; la predestinación , del presente; la regeneración o el nuevo nacimiento, la justificación y la santificación y del futuro; la glorificación (1 Pedro 1:2-3; 18; Romanos 8:30). Por consiguiente, podemos afirmar bíblicamente que la obra de la salvación descansa única y exclusivamente en Dios.

De los varios atributos de Dios, dos de ellos demandan su separación y la condenación del hombre. Su santidad, como parte de su naturaleza, demanda la separación del ser humano, por cuanto Dios es perfecto y en él no hay mal. Siendo el hombre pecador por naturaleza, la única manera en la que el hombre puede estar en su presencia es si su estado o su naturaleza es cambiada por Dios mismo, santificándolo (apartándolo para sí). La justicia de Dios demanda el castigo por la rebelión y el pecado del hombre, siendo el mismo la muerte. Únicamente Dios puede justificar a los hombres a través de un medio de gracia. Esto conllevaría la sustitución del hombre, mediante la muerte de su Hijo Jesucristo para salvación (1 Pedro 1:18-20).

Así que pudiendo Dios condenar al hombre pecador, decide tener misericordia de muchos salvándolos (Romanos 9:15-16). En la cruz, tenemos tanto muestra del amor de Dios como de su ira; la última derramada sobre su propio Hijo (Romanos 9:22-23). Mientras Jesús expiaba el pecado de los que creerían, también anunció el juicio de los que no creerían. Si Dios condenó a su propio Hijo para salvar a los elegidos, entonces ¿cómo escaparán del juicio los pecadores? (Juan 3:18). 

El plan de salvación establecido en la eternidad sería comunicado o proclamado mediante la proclamación del evangelio (Romanos 10:13-14) y la obra del Espíritu Santo (1 Corintios 2:9-10). El mensaje del evangelio sería recibido por los llamados o elegidos mediante la obra o el llamamiento eficaz del Espíritu Santo (2 Tesalonicenses 2:13-14). De esta forma, los redimidos reciben la imputación de la obra de Cristo o dicho de otra forma, la justificación completa de todos sus pecados (2 Corintios 5:21; Romanos 5:1). Estos reciben de manera permanente la morada del Espíritu Santo en sus vidas como las arras o garantía de la herencia que les fue otorgada por gracia en Cristo, antes de la fundación del mundo (Efesios 1:13-14). 

La salvación bíblica es más que la aceptación de una creencia. Ésta implica la obra de arrepentimiento, que no es remordimiento, sino un cambio en la manera de ver, pensar y vivir del hombre. Dicha obra es el resultado del nuevo nacimiento o la regeneración efectuada por el Espíritu Santo de Dios (2 Corintios 7: 9-10; 2 Timoteo 2:25). La fe comprende la aceptación de la obra expiatoria de Jesucristo como el único mediador entre Dios y los hombres (Hechos 4:12; 1 Timoteo 2:5). Las Sagradas Escrituras enseñan que Jesús fue predestinado para ser el Cordero Inmolado de aquellos que serían salvos (Hechos 2:23; 1 Pedro 1:19-20). Por consiguiente, tanto el arrepentimiento como la fe son dones de Dios y obras inseparables de la salvación, producto de la regeneración y no de la voluntad del hombre (Juan 1:13). 

El nuevo nacimiento o la regeneración es el cumplimiento de la promesa del nuevo pacto. El mismo es la transformación del corazón caído del hombre, proveyéndole de una nueva naturaleza (Tito 3:5). La regeneración produce nuevos afectos y restaura la voluntad quebrada y sujeta al pecado que éste tenía, para que pueda responder con total libertad a la salvación y le habilita para que pueda actuar en obediencia a la ley de Dios (Romanos 8:7-9). 

La salvación es más que el perdón total de los pecados, por cuanto conlleva la adopción de los elegidos, los que pasan a ser hijos de Dios. La adopción es la transformación del hombre a la semejanza del Hijo de Dios (Efesios 1:5; Romanos 8:29). No obstante, la salvación no significa que el hombre no pueda pecar en momentos de su peregrinaje, sino que ya no puede vivir bajo la esclavitud del pecado en la que se encontraba por naturaleza (Efesios 2:1-3; 1 Juan 3:6-9). 

La salvación no es una obra injusta de Dios cuando decide salvar únicamente a algunos (Romanos 9:20-23; 1 Pedro 2:7-8). El primer problema con tal suposición descansa en que olvidamos o en que no entendemos que lo único que merecemos es la muerte. La condenación es el resultado de nuestra rebeldía contra Dios (Romanos 3:23; 6:23; 2 Tesalonicenses 1:6-9). Segundo, Dios no le debe misericordia a nadie; él tiene la prerrogativa divina como el Soberano, de decidir sobre quién tener misericordia o perdonar y a quién juzgar o condenar (Romanos 8:15-18). Por consiguiente, Dios no es injusto. Al que perdona, lo hace siendo misericordioso y al que juzga, lo hace siendo justo. Uno recibe algo que no merece, la gracia y el otro, lo que merece, el juicio, pero nadie, absolutamente nadie recibe injusticia. Si existe algo injusto en la obra de la salvación es que Jesús fuera condenado para salvar a pecadores. La única contribución del hombre fue su pecado cargado por Cristo en la cruz.

La salvación en la Biblia representa el ejemplo más grande de amor, el de aquél que da su vida por el pecador (Romanos 5:8). También es evidencia de que Dios no puede pasar el pecado del hombre por alto. De modo que los que no creen, están condenados a morir eternamente, esto es, a vivir separados de Dios por la eternidad, en el lago de fuego (2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 20:15).

Pastor Gilberto Miguel Rufat
22 de junio de 2017

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