¿Qué significa vivir en el Espíritu Santo y por QUÉ
es tan importante?
Pastor Gilberto Rufat
Introducción
La Biblia nos llama a vivir una vida agradable a Dios y nos
enseña que ésta sólo puede ser alcanzada mediante un andar en el Espíritu Santo.
Vivir en el Espíritu no es una sugerencia, es un mandato. Algunos, erróneamente
asocian el vivir en el Espíritu con alguna doctrina carismática, pentecostal,
mística o esotérica. No obstante, esta doctrina simplemente está basada en lo
que es la obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes y en especial en
lo que significa la santificación.
Jesús anunció la persona del Espíritu Santo, como el otro Consolador
en la vida de sus discípulos tiempo antes de su partida (Juan 16:7). Les
indicó, que no quedarían solos, ya que una vez él se fuera, vendría a ellos el
Espíritu Santo (Juan 14:26), indicando con ello la importancia del mismo dentro
de lo que comprende la obra salvífica de Dios.
“Pero
yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el
Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por
cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis
más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún
tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero
cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no
hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará
saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo
mío, y os lo hará saber.” (Juan 16: 7-14)
Cuando la Biblia hace referencia a vivir en el Espíritu,
habla de la necesidad diaria del creyente de someterse al control total de Dios
Espíritu Santo (Efesios 5:18). Dicho de otra forma, de ser dirigidos por el Espíritu
Santo a través de la Palabra de Dios y no por los apetitos de nuestra antigua manera
de vivir. ¿Por qué? Porque el viejo hombre, “está viciado conforme a los deseos
engañosos.” (Efesios 4:22). ¿A qué se refiere con deseos engañosos? Pablo
expone que cuando estábamos sin Cristo, vivíamos “en los deseos de la carne y
haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza
hijos de ira, lo mismo que los demás.” (Efesios 2:3) Según la carta a los
Gálatas, existe una lucha entre el deseo de la carne y el del Espíritu, en
donde estos dos se oponen entre sí (Gálatas 5:16-17). Siendo así, el creyente
necesita ser lleno del Espíritu Santo (Efesios 5:18) a modo de vencer todo
deseo engañoso o tentación moral. Jesús instruyó a sus discípulos acerca de que
separados de él, nada podrían hacer (Juan 15:4). Por tal razón, también le dijo
a sus discípulos antes de la ascensión que se quedaran en Jerusalén, hasta ser investidos
de poder (Hechos 1:8).
En Cristo, el creyente ha sido “librado de la potestad de
las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo.” (Colosenses 1:3) En Romanos
8, Pablo presenta que la única manera en que podemos vivir vidas agradables a
Dios es mediante un andar en el Espíritu. Veamos algunos aspectos del por qué.
I.
La carne no puede sujetarse a Dios.
Aunque Cristo (el Hijo) es la
base de nuestro perdón y reconciliación con Dios, no obstante, el Espíritu
Santo es el agente regenerador y vivificador en la vida del creyente. La
realidad es que en nuestra naturaleza humana, no podremos agradar a Dios, por
cuanto la carne no puede sujetarse a lo establecido por Dios. De manera, que
necesitamos el ser revestidos de poder a modo de ser testigos de Dios (Hechos
1:8). A continuación, dos razones fundamentales:
1) La
carne está viciada con el pecado.
La Biblia expone que somos
llamados pecadores no porque pecamos, sino que pecamos, porque somos pecadores.
El problema del pecador no reside en sus malas acciones, las decisiones o las circunstancias
que le rodean, pues estas aunque ciertamente influyen, no son determinantes. El
mal en el hombre según la Biblia es el producto de su naturaleza caída (Génesis
3; Romanos 5:12; 3:10-18) y de vivir por consiguiente en rebeldía contra Dios.
Pablo lo presenta de la siguiente manera en Romanos.
“Porque
sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.”
(Romanos 7:14)
“Porque
lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne...”
(Romanos 8:3)
“Porque
los que son de la carne piensan en las cosas de la carne… (Romanos 8:5)
“Por
cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se
sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no
pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:7-8)
La Biblia se refiere a los deseos
de la naturaleza pecaminosa, de la siguiente manera:
“Y
manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos,
iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya
os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino
de Dios.” (Gálatas 5:19-21)
“estando
atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad;
llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores,
detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores
de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto
natural, implacables, sin misericordia.” (Romanos 1:29-31)
“Porque
habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios,
blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,
traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de
Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de
ella; a éstos evita.” (2Timoteo 3:2-5)
2) La
ley no tiene poder sobre la carne.
Como la naturaleza del pecador
está habituada o esclavizada al pecado, la ley, aunque santa, justa y buena, sólo
puede señalarle el camino de la justicia, pero no puede hacerle vivir por él. Lo
que esto significa es que la ley no provee al pecador del poder para poder
serle agradable a Dios. Por tal razón, la ley como dice un refrán conocido, sólo
puede llevar el caballo al río, pero no puede obligarlo a beber agua. La Biblia
lo expresa de la siguiente manera:
“Porque
lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado,
condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en
nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
(Romanos 8:3-4)
“Queda,
pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia
(pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza,
por la cual nos acercamos a Dios.” (Hebreos 7:18-19)
Es por tal razón,
que el creyente necesita vivir por el Espíritu Santo, a modo de discernir la
voluntad de Dios por medio de la Escritura y tener el poder de vencer toda
tentación.
II.
El creyente debe despejarse de toda condenación
pasada.
Si no entendemos que hemos sido
reconciliados por medio de Cristo, a través del perdón de nuestros pecados,
viviremos bajo un espíritu de condenación, que nos mantendrá alejados de una
vida de intimidad con Dios. El creyente en Cristo ya no está bajo condenación,
pues ha sido justificado completamente (esto es, totalmente perdonado). El
creyente no es un mero pecador para Dios, ya que su relación con Dios en Cristo
es de hijo. Observe la manera en que Pablo lo presenta en la carta a los
Romanos.
“Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo.” (Romanos5:1)
“por
quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos
firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:2)
“…Así
que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley
del pecado.” (Romanos 7:25)
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los
que están en Cristo Jesús...” (Romanos 8:1)
Debemos superar el trauma del
pecado, pues en Cristo, ya hemos sido perdonados y además, hemos sido adoptados
como hijos de Dios. Jesús le dijo a sus apóstoles que enviaría al Consolador y que
podrían depender y confiar en él. Sin embargo, nuestra relación con él se verá afectada,
si sólo nos vemos como pecadores. Si el reconocer nuestra debilidad nos lleva,
como debería ser a depender del Espíritu Santo, nuestra debilidad se convertirá
en nuestra mayor fortaleza, el camino a una vida en el Espíritu.
III.
El creyente debe aprender a pensar en el
Espíritu.
Nuestras acciones, metas,
aspiraciones y decisiones, entre otras, no se dan en el aire, sino que son el
resultado de cómo pensamos y de cómo vemos el mundo que nos rodea (esto es, nuestra
cosmovisión). Por tal motivo, la Biblia nos llama a renovar nuestro pensamiento
o la manera de pensar, pues si nuestra vida ha de cambiar, nuestros
pensamientos deben cambiar también.
“En
cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra
mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad
de la verdad.” (Efesios 4:22-24)
“No
os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)
En Romanos 12:2 se nos dice, que
nuestra manera de pensar debe ser cambiada de manera tal, que podamos entender
y vivir en la buena voluntad de Dios, que es agradable y perfecta.
IV.
El creyente debe entender que vive por el
Espíritu Santo de Dios.
La obra de la salvación en el creyente es iniciada por la obra del
Espíritu Santo y continúa en él y por él. Por ello, Dios nos selló con su
Espíritu para que vivamos por él. El apóstol lo expone en Romanos cuando
asevera:
“Mas
vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu
de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de
él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa
del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de
aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de
los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que mora en vosotros.” (Romanos 8:9-11)
Nuestra vida está
ligada a Dios Espíritu Santo. Debemos entender esta verdad, ya que, el amado
Espíritu Santo es más que un poder, un don, una capacitación o una unción en
nuestra vida, es Dios mismo viviendo en nosotros, tal como lo prometió.
V.
El creyente debe permitir que el Espíritu tome
el control de su vida.
La tarea del creyente consiste en rendir su voluntad, de manera voluntaria
a la obra del Espíritu Santo de Dios. Tristemente muchos se hallan
resistiéndole (Hechos 7:51), contristándole (Efesios 4:30) y algunos, asegura
Pablo, le apagan (1Tesalonicenses 5:19) en sus vidas.
“No
os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del
Espíritu.” (Efesios 5:18)
“Digo,
pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.”
(Gálatas
5:16)
“Si
vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” (Gálatas 5:25)
Jesús le comunicó a sus
discípulos en los capítulos 14 al 16 del evangelio de Juan, que debían dejarse
guiar por el Consolador (el Espíritu Santo) después de su partida. Vemos en el
capítulo 15 de dicho evangelio, que les mandó a vivir en total dependencia,
pues de ello, dependería su vida espiritual y el fruto que llevarían. Es
necesario entender que no hay sustitutos para una vida en el Espíritu.
“Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva
mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5)
VI.
El creyente debe aprender a descansar en la obra
del Espíritu.
La obra de la salvación no se inició porque usted tomó una decisión, sino
porque Dios decidió en la eternidad salvarle. Por consiguiente, el resultado
total de nuestra vida como creyentes, nunca ha descansado en nosotros, sino en
el plan y el propósito de Dios. Por lo que todo lo que el creyente necesita se
encuentra en Dios.
“Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor,
sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba,
Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos
de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados.” (Romanos 8:14-17)
Pablo presenta que
aun el Espíritu Santo intercede por nosotros ante el Padre, pues a pesar de que
presentamos nuestras oraciones a Dios, no sabemos muchas veces pedir como conviene.
“Y
de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál
es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede
por los santos.” (Romanos 8:26-27)
Sólo a través de una vida en el
Espíritu Santo, obtendremos lo necesario para continuar hacia adelante y poder
cumplir con el llamado de Dios como hijos (Hechos 1:8). Recuerde que Dios no
depende de usted, somos nosotros los que dependemos de él.
Conclusión
Nuestra
vida cristiana inició en Dios, pues no pudo haber comenzado de otra manera,
debido a la condición de muerte en la cual nos encontrábamos (Efesios 2:1). Fue
el Espíritu Santo quien obró en nuestra vida la gracia (Tito 3:5), para que mediante
la fe otorgada como don en Cristo (Romanos 12:3), recibiéramos la salvación a
la cual Dios nos predestinó desde antes de la fundación del mundo (Efesios
1:3-4). Por ende, el Espíritu Santo no sólo es el iniciador de la obra de la
salvación, sino que él mismo es la garantía (las arras) de nuestra total y
completa redención (Efesios 1:13-14). Éste ha venido a ser morada (a vivir) en
nosotros (Romanos 8:9). En el Nuevo Pacto somos llamados por Dios a vivir, en
lo que Pablo llama en la carta a los Romanos, en la ley del Espíritu de vida en
Cristo (Romanos 8:2). Ésta es la manifestación de la vida de Dios en el
creyente a través del Espíritu Santo, quien produce cambios en la vida del mismo
para que éste glorifique a Dios con su vida (Gálatas
5:24-25) por medio de una relación de
sumisión y dependencia a Dios diaria (Efesios 5:18).
“Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu,
andemos también por el Espíritu.”
(Gálatas 5:24-25)
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