¿Existe evidencia HISTÓRICA de que Los
Judíos cristianos huyeron de JERUSALÉN antes de la destrucción del templo?
“Pero más terrible aún que esto fue lo siguiente: un
tal Jesús, hijo de Ananías, un campesino de clase humilde, cuatro años antes de
la guerra, cuando la ciudad se hallaba en una paz y prosperidad importante,
vino a la fiesta, en la que todos acostumbran a levantar tiendas en honor de
Dios, y de pronto se puso a gritar en el Templo: «Voz de Oriente, voz de
Occidente, voz de los cuatro vientos, voz que va contra Jerusalén y contra el
Templo, voz contra los recién casados y contra las recién casadas, voz contra
todo el pueblo». Iba por todas las calles vociferando estas palabras de día y
de noche. Algunos ciudadanos notables se irritaron ante estos malos augurios,
apresaron a Jesús y le dieron en castigo muchos golpes. Pero él, sin decir nada
en su propio favor y sin hacer ninguna petición en privado a los que le
atormentaban, seguía dando los mismos gritos que antes. Las autoridades judías,
al pensar que la actuación de este hombre tenía un origen sobrenatural, lo que
realmente así era, lo condujeron ante el gobernador romano. Allí, despellejado
a latigazos hasta los huesos, no hizo ninguna súplica ni lloró, sino que a cada
golpe respondía con la voz más luctuosa que podía: «¡ Ay de ti Jerusalén!».
Cuando Albino, que era el gobernador, le preguntó quién era, de dónde venía y
por qué gritaba aquellas palabras, el individuo no dio ningún tipo de
respuesta, sino que no dejó de emitir su lamento sobre la ciudad, hasta que
Albino juzgó que estaba loco y lo dejó libre. Antes de llegar el momento de la
guerra Jesús no se acercó a ninguno de los ciudadanos ni se le vio hablar con
nadie, sino que cada día, como si practicara una oración, emitía su queja: «¡
Ay de ti Jerusalén!». No maldecía a los que le golpeaban diariamente ni
bendecía a los que le daban de comer: a todos les daba en respuesta el funesto
presagio. Gritaba en especial durante las fiestas. Después de repetir esto
durante siete años y cinco meses, no perdió su voz ni se cansó. Finalmente,
cuando la ciudad fue sitiada, vio el cumplimiento de su augurio y cesó en sus
lamentos. Pues, cuando se hallaba haciendo un recorrido por la muralla, gritó
con una voz penetrante: «¡ Ay de ti, de nuevo, ciudad, pueblo y Templo!». Y
para acabar añadió: «¡ Ay también de mí!», en el momento en que una piedra,
lanzada por una balista, le golpeó y al punto lo mató. Así entregó su alma,
mientras aún emitía aquellos presagios.”[1]
Los creyentes judíos huyen a Pella
Ahora bien, los judíos, después de la ascensión de
nuestro Salvador, culminaron su crimen contra él con la concepción de
innumerables maquinaciones contra sus apóstoles. El primero fue Esteban, al
cual aniquilaron con piedras; luego Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Juan,
que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en primer lugar
para el trono episcopal de Jerusalén, después de la Ascensión de nuestro
Salvador, y que murió del modo mencionado. Todos los demás apóstoles fueron
amenazados de muerte con innumerables maquinaciones, y fueron expulsados de
Judea y se dirigieron a todas las naciones para la enseñanza del mensaje con el
poder de Cristo, que les había dicho: «Id, y haced discípulos a todas las
naciones».
Además de éstos,
también el pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de cambiar de
ciudad antes de la guerra y de vivir en otra ciudad de Perea (la que llaman
Pella), por un oráculo transmitido por revelación a los notables de aquel
lugar. Así pues, habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en
Cristo, como si los hombres santos hubiesen dejado enteramente la metrópoli real
de los judíos y toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el
ultraje al que sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer
totalmente de entre los hombres aquella generación impía.
En los relatos que escribió Josefo se describen con
toda exactitud los males que en ese momento sobrevinieron a todo el pueblo
judío en todo lugar; cómo principalmente los habitantes de Judea fueron
agobiados hasta el extremo de las desgracias; cuántos miles de jóvenes y de
mujeres, juntamente con sus niños, cayeron a espada, por hambre y por muchos
otros tipos de muerte; cuántos y cuáles ciudades de Judea fueron sitiadas; cuán
grandes desgracias, y más que desgracias, presenciaron los que fueron en su
huida a Jerusalén, ya que era la metrópoli más fuerte; el desarrollo de la
guerra y lo que tuvo lugar en ella en cada momento; y, finalmente, cómo la abominación desoladora que
proclamaron los profetas se asentó en el mismo templo de Dios, en gran manera
notable antiguamente; y entonces sufrió todo tipo de destrucción hasta su
desaparición final por el fuego.
Merece la pena señalar que el mismo autor estima que
los procedentes de toda Judea, se apiñaron en los días de la fiesta de la
Pascua, en Jerusalén, como en una prisión, usando sus propias palabras, fueron
alrededor de tres millones.
Era preciso, pues, en los mismos días en los que
habían llevados cabo la Pasión del Cristo de Dios, bienhechor y Salvador de
todos, que, como encerrados en una prisión, recibieran el azote que les daba
alcance viniendo de la justicia Divina.
Así pues, dejando aparte los acontecimientos que les
sobrevinieron y cuántas veces fueron entregados a espada o de diversos modos,
sólo me ha parecido oportuno mostrar las desgracias originadas por el hombre, a
fin de que los que obtengan este escrito vean, parcialmente, cómo les daba
alcance al poco tiempo el castigo procedente de Dios por causa de su crimen
cometido en contra del Cristo de Dios.[2]
Pastor Gilberto Miguel Rufat
[1] Josefo, Flavio. La guerra de los judíos. Libros IV-VII (Biblioteca Clásica Gredos)
(Spanish Edition) (Kindle Locations 5233-5234). Gredos.
Kindle Edition.
[2] De Cesarea, Eusebio. Historia Eclesiástica: Tomo completo de la Historia
Eclesiástica (Spanish Edition) (Kindle Location 2014). Unknown. Kindle Edition.
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